El primer ministro de la India, Narendra Modi, ha sido el invitado de honor en el desfile de la Bastilla, fiesta nacional de Francia, este pasado viernes. Se trata de un raro honor que París concede ocasionalmente y siempre impulsado por una agenda o expectativas ambiciosas.
Francia y la India conmemoran este año el 25º aniversario de la firma de su acuerdo de asociación estratégica en 1998. Desde entonces, las relaciones bilaterales se han estrechado significativamente en áreas sensibles como la Defensa o la cooperación en materia nuclear y espacial.
Modi y Macron esperan dar ahora un nuevo impulso a una relación que ambos perciben como clave en su aspiración por mantener sus respectivas autonomías estratégicas. La idea fuerza que articula la política exterior y de defensa de ambos.
Para el premier indio, tras su exitosa visita de Estado a Washington hace apenas tres semanas, se trata de otra oportunidad para reforzar el papel de Delhi con un socio, Francia, importante en el Indo-Pacífico y preferente en asuntos tecnológicos e industriales. Así, por ejemplo, la India ha puesto en órbita más de veinte satélites, algunos de manufactura conjunta, desde la estación de Kourou en la Guayana Francesa.
Para el presidente francés, la India es una pieza importante dentro de una estrategia de largo alcance que busca posicionar a París como interlocutor europeo preferente de las grandes potencias asiáticas y del Sur Global. Con sus posesiones de ultramar, Francia, conviene recordar, es un país ribereño del Índico y el Pacífico sur (además, claro, del Atlántico y el Mediterráneo), así que tiene presencia en los tres grandes océanos.
La India lleva dos décadas inmersa en un proceso de desarrollo de su marina de guerra con la aspiración de pasar del control de sus costas a una verdadera capacidad de proyección por todo el Índico. Eso incluye, entre otras múltiples iniciativas, un acuerdo de uso y acceso a la gran base naval que tiene Francia en la isla de Reunión, lo que multiplica las opciones de proyección india en la zona oeste del Índico, donde además está construyendo una infraestructura de radares.
La principal inquietud de la India es la creciente presencia de China en el Índico. Pekín dispone de una base militar en Yibuti, en el estratégico acceso al canal de Suez desde el golfo de Adén, y de toda una serie de puertos, en teoría sólo de uso comercial, en Omán, Pakistán, Maldivas, Sri Lanka, Bangladesh y Myanmar. A lo que, por supuesto, cabe añadir el vínculo profundo entre China y Pakistán, una relación caracterizada por la diplomacia china como "más alta que los Himalayas y más profunda que el océano".
Esa inquietud es la que explica la participación entusiasta de la India en el Quad o Diálogo Cuadrilateral (quadrilateral en inglés y de ahí la apócope de Quad) con Estados Unidos, Australia y Japón.
Aunque Delhi ha elevado en tiempos recientes su retórica cuando se dirige a China, sigue manteniendo reservas ante la posibilidad de que el Quad adquiera una dimensión militar y un tono explícitamente antichino. Prefiere que eso quede bajo el paraguas del AUKUS. Pero lo que la India quiere es evitar un Asia unipolar dominada por Pekín, no la consolidación de dos bloques o de China, por un lado, y un frente antiChina por otro.
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De ahí que Delhi contemple con simpatía la vocación de Francia por tener una mayor presencia en el Indo-Pacífico, precisamente porque la agenda de París no está siempre alineada con la de Washington y ya veremos si con la de Bruselas. Así, por ejemplo, Francia acaba de torpedear la apertura de una oficina de enlace de la OTAN en Tokio que es, a su vez, un socio preferente de la India. Y parece ser que toda la pompa y boato desplegada por Pekín para seducir a Macron durante su visita a China el pasado abril ha surtido, de momento, efecto.
En la óptica de París, eso no debe ser óbice para un fuerte desarrollo de las relaciones con la India. Así, durante esta visita de Narendra Modi, se ha sellado la venta de 26 cazas Rafale en su versión naval operables desde el portaaviones indio Vikrant y la de tres submarinos diésel de la clase Scorpène. Y Francia parece, al menos de partida, más abierta que Estados Unidos o Japón a las transferencias de conocimiento tecnológico en áreas sensibles.
En principio, un mayor papel de países europeos debería ser una buena noticia para la agenda regional de la UE y, con ella, de países como España, con una presencia modesta en Asia, y que confían en la plataforma comunitaria para disponer de una mayor entrada. Sin embargo, a mayor distancia del viejo continente menor suele ser la cooperación, y aún menos cuando hay contratos jugosos en juego. Baste recordar que la gran licitación para renovar la flota de cazabombarderos indios se dirimió, en última instancia, en una pelea a cara de perro entre el Eurofighter Typhoon (de Alemania, España, Italia y Reino Unido) frente al Rafale francés. París se llevó el gato al agua.
Por no mencionar que los países de la región son perfectamente conscientes de las inconsistencias de la proyección estratégica europea y que la clave siguen siendo los Estados. Y sólo hay dos, o acaso tres, con cierta proyección en el Indo-Pacífico: Alemania, Francia y Países Bajos. El otro actor europeo con algún peso regional es el Reino Unido, pero ya se sabe que brexit means brexit.
Así que queda por ver si este vínculo estratégico entre París y Delhi es una buena noticia para la Unión Europea y suma o no en su estrategia para el Indo-Pacífico. Más si cabe porque, haciendo un símil bancario, Francia ha mostrado tendencia a europeizar las pérdidas (convirtiendo el AUKUS en un ataque a los intereses de Europa) mientras privatiza los beneficios de su acceso regional.
En esa agenda propia, Macron está buscando aupar a París a una posición de liderazgo europeo. Su principal problema, como indicaba con acidez hace unas semanas José Ignacio Torreblanca, es que "para liderar hay que tener seguidores. Y Macron no los tiene". Algo que resulta muy evidente en la Europa central y nórdica. La política de apaciguamiento y permanentes guiños a Moscú ha convertido a Francia en un actor que genera una intensa desconfianza y suspicacia.
Para tratar de disiparlas, Macron dio un discurso en el foro GlobSec de Bratislava el pasado mes mayo con vocación de que marque un punto de inflexión en la relación de París con la Europa que ha vivido y vive bajo la sombra amenazante de Moscú. "No os hemos escuchado lo suficiente", vino a decir Macron para mostrar su propósito de enmienda.
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Macron también dijo que "no hemos desarrollado [con Rusia] un diálogo de seguridad por nosotros mismos [los europeos]. En última instancia, hemos delegado ese diálogo a la OTAN, lo que probablemente no fue la mejor opción para tener éxito. Y al mismo tiempo, no nos hemos librado de las dependencias de Rusia, particularmente, en energía. No hemos sido coherentes en nuestro enfoque". Ya veremos si tiene éxito este complicado intento de conjugar visiones nacionales completamente contrapuestas
De fondo, claro, el vínculo transatlántico y el posible retorno de Donald Trump o de algún otro candidato (republicano o demócrata en un futuro no muy lejano) con una visión de política exterior similar. Macron también intentó en su momento construir una relación con ese nuevo (o tal vez viejo) Estados Unidos con menor vocación de liderazgo global. Así, por ejemplo, en 2017, el invitado al desfile de la Bastilla fue el presidente Donald Trump acompañado de su esposa Melania.
El problema, incluso para quienes no saben que lo es o creen ingenuamente que será una buena noticia, es que Francia contempla la eventualidad de la quiebra del vínculo transatlántico desde una posición muy distinta de la del resto de europeos, y no sólo de los de la Europa central y nórdica. Fundamentalmente, porque París, con una fuerte cultura estratégica nacional, disfruta de su paraguas nuclear propio y, además, planea invertir varias decenas de miles de millones de euros en su modernización en el próximo lustro.
Eso explica, por ejemplo, lo que escuché recientemente de boca de un experto francés próximo a los círculos de pensamiento del actual presidente cuando, inquirido sobre qué pasaría si se socava la OTAN, respondió, medio en broma medio en serio, que eso conduciría inevitablemente a una "autonomía estratégica europea bajo liderazgo francés".
Una advertencia, querido lector: en la OTAN lo que cuenta es la solidez de la Alianza. Todo lo demás (incluyendo el propio cuartel general en Bruselas o el despliegue alrededor de las cumbres anuales) es sólo un instrumento. Lo que importa es la Alianza y esta depende, fundamentalmente, del compromiso de Washington.
En su discurso en el foro Globsec, Macron también mencionó la necesidad de que Europa refuerce su interlocución con los países del denominado Sur Global. En esa clave cabe interpretar la solicitud francesa para participar como observadora en la cumbre de los BRICS que se celebrará en Johannesburgo, Sudáfrica, del 22 al 24 de agosto. Ya veremos. Pero la solicitud francesa cuenta con el rechazo explícito de Rusia.
Y en esa misma clave de Sur Global, el pasado mes de junio, Macron, juntamente con la primera ministra de Barbados, Mia Mottley, fue el anfitrión de una cumbre sobre el clima en París cuyo mensaje giró en torno la necesidad de mejorar los mecanismos de financiación para los países en desarrollo. Macron apeló a la necesidad de un nuevo pacto financiero mundial.
Ya veremos en qué queda toda esta agenda de aproximación hacia el sur. Sin olvidar, claro, lo que resulta para nosotros el sur más inmediato. Es decir, la frontera con Marruecos y Argelia, donde los intereses y la agenda de Francia no están siempre claramente alineados, por decirlo suavemente, con los de España. En definitiva, hay muchas más razones que Mbappé y su insufrible madre para que miremos a París con mucha atención.