El último barómetro del CIS, publicado este miércoles, sugiere que Tezanos se ha rendido finalmente a la evidencia y concede a Feijóo la victoria en las próximas elecciones generales.
Sin embargo, el sociólogo de cabecera del PSOE se mantiene inasequible al desaliento en lo que se refiere al vaticinio del nombre del próximo presidente. Porque aunque según su sondeo Feijóo ganaría las elecciones, no sumaría lo suficiente con Vox como para poder formar gobierno. Según sus pronósticos, en cambio, sí sería posible para Pedro Sánchez lograr junto a Yolanda Díaz la mayoría absoluta que le permitiera repetir la investidura.
Poco nuevo se puede decir del acreditado modus operandi de Tezanos, que desde que llegó a la presidencia del CIS ha sobreestimado sistemáticamente el voto de la izquierda en todas las elecciones. El déficit de independencia del organismo público y sus técnicas de adulteración de las tendencias han quedado sobradamente refrendados por la notable desviación de sus pronósticos respecto a los resultados finales, con desorbitados márgenes de error intolerables para cualquier otra consultora seria.
No obstante, cabe preguntarse si algunas de las críticas que se dirigen a la pretensión de los barómetros del CIS de influir en los resultados de los comicios no son también aplicables al resto de encuestas electorales.
Es algo ingenuo pensar que los sondeos se limitan a reflejar la realidad. Con intencionalidad consciente o sin ella, también la moldean. Es posible argumentar que, por su propia naturaleza, todo ejercicio de interrogación pública tiene el efecto de condicionar el ecosistema político en el que se celebrarán las elecciones. De lo contrario no se entendería la prohibición estipulada por la LOREG de difundir sondeos electorales durante los cinco días anteriores al de la votación para no influir en la toma de decisiones de los votantes.
Aunque es incontestable que la gran mayoría de institutos demoscópicos manejan estándares deontológicos mucho más pulcros y metodologías más precisas que el CIS, lo cierto es que nunca podrá haber tal cosa como una demoscopia apolítica o completamente neutra. Al fin y al cabo, los sondeos los encargan medios de comunicación y partidos políticos que tienen sus propios intereses.
Además, que las encuestas se hayan convertido en el input político por excelencia, con los gabinetes de los partidos enganchados a los sondeos que cada día copan las portadas de la pléyade de medios nacionales, también apunta a que la inflación inquisitiva no está desvinculada de la coyuntura política. De hecho, no parece casual que la época del empacho de encuestas coincida con la de la fragmentación política y los bloqueos parlamentarios, que los propios barómetros pueden ayudar a deshacer.
Hoy que los sociólogos han asumido el rol oracular que antes ocuparan los politólogos y los economistas es más fácil advertir las simpatías políticas que subyacen a las distintas casas encuestadoras. Convertidos en tertulianos, los propios sociometristas transparentan inevitablemente sus preferencias. Y basta escuchar algunas de las declaraciones de la competencia de Tezanos para observar que muchas veces reproducen casi punto por punto el argumentario del PP en contra del sanchismo y de Vox.
Muchas de las encuestas de los institutos privados llevan tiempo dibujando un escenario que favorece el voto útil al PP en detrimento del voto a Vox. Más en general, la mayoría han repetido el patrón de una sobrevaloración de las expectativas electorales del bipartidismo.
Si se recuerdan algunos errores recientes de bulto como el profetizado y frustrado sorpaso de Podemos al PSOE, o las estimaciones que llegaron a dar la presidencia a Albert Rivera, resulta legítimo preguntarse si no subyace a los sondeos la intención inconfesada de orientar, en cierta medida, el voto. En el caso del 23-J, mediante una sobredimensión de las transferencias de voto para buscar el efecto movilizador.
[Opinión: Así teledirige las respuestas el CIS de Tezanos]
Es habitual plantearle objeciones técnicas a las encuestas de opinión, pero no tanto al fundamento mismo de esta práctica. Pero, como argumentó el filósofo y sociólogo Pierre Bourdieu en su texto La opinión pública no existe, los sondeos presuponen implícitamente una serie de postulados que generan "distorsiones que se observan incluso cuando se cumplen todas las condiciones del rigor metodológico en la recogida y análisis de los datos".
Bourdieu se pregunta por los "principios de producción de opiniones". Es decir, por los presupuestos que animan el propio acto de preguntar, el cual condiciona a su vez las respuestas obtenidas.
Por eso dice Bordieu que la encuesta de opinión es un "instrumento de acción política cuya función más importante consiste en imponer la ilusión de que existe algo que sería como la media de las opiniones o la opinión media".
Esto se debe a que el estado en que se recaban los opiniones es artificial, como si se reprodujese en un laboratorio la situación del colegio electoral en la que el individuo expresa tras un biombo una opinión aislada en condiciones de aislamiento.
Pero este artefacto no se corresponde con la realidad. Por eso, sostiene Bordieu que los institutos de opinión "fabrican" e "imponen" las problemáticas, que están "subordinadas a una demanda de tipo particular". Y que generan un efecto sobre los encuestados que deriva del hecho de que las preguntas planteadas en una interrogación política "no son preguntas que se les planteen realmente a todas las personas interrogadas".
A esto lo llama Bordieu el "efecto de politización". Se coloca a los encuestados en realidad ante opiniones constituidas, se pide a la gente que tome posición respecto a opiniones ya formuladas, de manera que "elegir entre opiniones es, claramente, elegir entre grupos".
Si las preguntas formuladas por los institutos de opinión reflejan la "problemática dominante", ¿cuál sería esta en el caso de los sondeos para el 23-J?
El marco de lectura de la situación preelectoral que le interesa fijar al PSOE, y el que promociona vía Tezanos, es el del enfoque del "aún hay partido".
La problemática que quiere imponer el PP, por su parte, es la del principio del voto útil.
Dicho de otro modo, las encuestas favorables a Sánchez, al dibujar una situación de posible suma alternativa pese a la derrota en las urnas, responden al interés de movilizar al electorado de izquierdas. Los sondeos afectos a Feijóo, trasladando la idea de que los votantes elegirán el color de su papeleta en clave de la mayor probabilidad de expulsar a Sánchez, favorece la tendencia de la concentración del voto del bloque diestro en el centroderecha moderado.
Frente a Tezanos, los demás encuestadores siempre podrán aducir que sus estimaciones se han demostrado acertadas. Pero eso no obsta para sostener que el acierto haya podido deberse a su condición de profecías autocumplidas.