A todos los editores, ya lo saben, nos fascina la Feria del Libro. En parte, porque se trata de un lugar de encuentro con compañeros, autores, lectores, libreros y distribuidores.
Y entre todos ellos aparece, cada año, una enérgica interacción. Envidias el éxito de algún colega. Intentas seducir a tu autor más rebelde para que entregue su siguiente obra de ficción a tiempo (y que resulte tal vez menos autobiográfica). Y criticas, claro, al distribuidor porque en la librería principal de Preciados no está (en la medida prevista) el último gran proyecto de la casa.
Pero en otra gran parte, también, nos hechiza la Feria porque nos permite reeditar un año más ese sutil enamoramiento con los lectores, esos errantes del parque del Retiro (u otros lugares, en otras ciudades), que buscan alimentar sus conexiones neuronales con algo que les llegue más, un poco más, que su última aventura vital. La novela siempre es mejor que la película, pero también mejor que la vida. A todos los que circulan alrededor del libro hay algo que decirles y de todos ellos hay algo que aprender.
La Feria es un lugar donde se muestra la gente que lee, que es, en realidad, la única sugestiva, esa que te sorprende, la que te emociona, la que abandona fiestas para recuperar la historia que dejó a medias sólo unas horas antes, reconquistando su capacidad para habitar ese otro mundo que tiene mucho más interés que el planeta físico que maltratamos.
Las palabras de los libros construyen paraísos formidables donde a uno le gustaría residir y, a veces, hacerlo todo el tiempo. El espacio terrestre, sólo un lugar imaginario donde corretear el resto del tiempo en busca de las emociones que ya te dan, cada vez, esas palabras, cuando las escoge y vertebra un maestro como Murakami, Mo Yan o Arundhati Roy.
Está el mundo perdiendo el tiempo viendo series en las pantallas. La mayoría de ellas se nutre de la pasividad de su audiencia, tan adormilada, tan sometida, que tanta simpleza acaba arrojando un resultado de irrelevancia absoluta. Se trata de un hartazgo fácil que nos roba horas de amor, o de paz, y nos hace un poco más estúpidos.
[De García Lorca a James Joyce: epistolarios y biografías en la Feria del Libro]
Sólo unas pocas ofrecen algo brillante, como la conspiración empresarial de los hermanos en Succession, como el Medievo atroz pero glorioso de Vikingos, como el guion privilegiado de Californication. Solo estas, y muy pocas más, merecen las horas de visionado que le entregamos a las múltiples pantallas que ya han conquistado nuestra existencia.
Pero la lectura es otra cosa. Hay tanto talento y tanto esfuerzo derrochado en las páginas que una vez fueron blancas que resulta difícil elegir. La deliciosa historia de amor dibujada por Gustavo Martín Garzo en El último atardecer (Galaxia Gutenberg, 2023); el apasionante abecedario artístico y científico que imagina Ignacio del Val en Humanoscopia (Kailas, 2023); o la última reflexión sobre el hermoso escándalo de Je t'aime… moi non plus de Jane Birkin recogido en sus Diarios 1957-1982 (Monstruo Bicéfalo, 2023) se elevan como apuestas seguras bajo el cielo literario de Madrid.
Sí, a los editores nos gusta la Feria, ese lugar inaudito que aparece al final de cada primavera repleto de tesoros por encontrar y de piratas vulnerables que escribieron historias robadas a la vida, para sublime felicidad de todos.