Le debo la experiencia a la organización de BCNegra, el gran festival de género policiaco que desde hace 18 años promueve la ciudad de Barcelona. Primero bajo la batuta del añorado Paco Camarasa y ahora con el impulso, la dirección y el talento de Carlos Zanón, acompañado por un diligente y exquisito equipo. No quiero dejar de agradecerles la labor y el empeño porque en lo que cuentan estas líneas, aun estando en el marco del festival, no tienen responsabilidad directa, ni indirecta tampoco.
Justo después de mi intervención, una conversación con Claudia Piñeiro moderada por Toni Iturbe, en la que salieron asuntos cargados de interés y no exentos de aristas —como lo que pueden o no pueden decir los personajes en una novela, o la distinta visión que se tiene de los policías allí donde existe un Estado de derecho funcional y donde no—, estaba anunciada una actuación de Albert Pla. Nada me cuesta declarar aquí una vez más cuánto he disfrutado de su trabajo, con hitos como aquel disco deslumbrante, Supone Fonollosa, aunque no pueda sentirme más distante de algunas de sus manifestaciones.
El caso es que pensaba quedarme a escucharlo, y que sin embargo, por lo que a continuación referiré, consideré que era mejor marcharme después de que cantara la primera canción.
No por la canción en sí. Se trata de un tema que no me era desconocido, una de esas piezas provocadoras marca de la casa, Están cayendo bombas en Madrid. Lo que viene a contar, con una alegre melodía, es un bombardeo sobre la capital que podría corresponderse, pese a algún anacronismo, con los que sufrieron los madrileños por la acción de los aviones alemanes e italianos que sostenían al general Franco en su infausta Cruzada.
Ya digo que la había oído antes sin escandalizarme, aunque no sea de mis preferidas. Ese tipo de contraste, entre la música guasona y el crudo asunto —en este caso se habla, por ejemplo, de los niños muertos en el bombardeo—, forma parte del estilo del cantautor. Y unas veces el juego te hace más gracia y otras menos, pero tampoco, conociéndolo, tiene nada de particular.
Lo que me resultó al principio extraño, después inquietante y finalmente desagradable fue que el arranque del concierto con esa canción, que podría interpretarse como una crítica al horror de la guerra con el peculiar toque de Pla, se convirtiera en una especie de festejo, acogido por el público, al menos el que tenía a mi alrededor, con regocijo creciente y sonrisas cómplices. Tal vez se me tilde de hipersensible, pero espero que alguien, entre quienes lean esto, comprenda que no resulte apetecible quedarse a ver cómo la gente se lo pasa pipa con una letra que habla de la destrucción de tu ciudad y la muerte de tus conciudadanos.
Quede a salvo, faltaría más, el derecho del artista a hablar de lo que quiera como quiera y en el tono que quiera. También el de su público a disfrutarlo y darle la lectura que tenga por más conveniente, malévola o no. Sencillamente, a los tres minutos de estar allí, sentí que aquel ya no era mi lugar. Y me largué.
Y me dio por pensar, mientras caminaba por el Paralelo y por las calles de la que también es mi ciudad, donde he vivido durante años y ha nacido una de mis hijas, qué se diría si un cantautor madrileño cantara una tema sobre los bombardeos franquistas de Barcelona, recreándose en los niños muertos, y el público de una sala madrileña se mondara de risa con él.
También recordé algo que escribe Rafael Chirbes en sus diarios: "Fastidia la extrema sensibilidad de los catalanes ante cualquier comentario poco halagador que reciben de fuera y su ligereza para descalificar lo ajeno". La observación es suya, pero, generalizaciones aparte, cuánto mejor nos iría si nadie celebrara las bombas, reales o imaginarias, que le caen encima a otro.