Perder la vida y como consecuencia convertirte en un héroe supone un intercambio feroz. Lo peor de la tierra y lo mejor del cielo en un único gesto. En un instante. Para siempre.
Roshan Ahmadi no pretendió ser una heroína. Sólo estaba protestando, y con toda valentía, el asesinato de Mahsa Amini unos días antes. Sus gritos a la Policía de la Moralidad iraní ("¡no me toquéis, atrás!"), grabados cuando iba a ser detenida, y poco antes de que la mataran a golpes, deberían escucharse en el mundo entero.
Si los humanos fuéramos lo que deberíamos ser, tras el asesinato de esta joven, por rechazar públicamente y sin velo la brutalidad policial que mató a Amini, deberían caer gobiernos. Primero el iraní y luego los demás. Todos esos que perpetúan el atropello constante a los derechos de las personas.
Esos gritos deberían inspirar a todas las mujeres, también a los hombres, y no sólo a las de Irán. La protesta de Ahmadi, consecuencia de una lucha que emprendió Amini sin siquiera saberlo, debería provocar una revolución que acabe con la posibilidad de que un Estado posea un cuerpo de policías morales que descarguen toda su ira, toda su ignorancia, a la vez que sobre las jóvenes iraníes, sobre el concepto primordial de la ética más primaria.
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Sus gritos, que parecían más una exigencia que una petición, deberían acallar para siempre los de un organismo estatal cuya misión es, básicamente, destruir los derechos humanos, o asegurarse de que permanecen inalcanzables para la gente.
No toquéis a Amini. No toquéis a Ahmadi. Como dice Roger Waters, el genio que creó con David Gilmour Pink Floyd y que a veces se convierte en un afinado activista, sí es asunto nuestro. "Todos provenimos del mismo lugar, todos somos hermanos, así que sí es asunto mío", afirmó en su particularmente crítico, y también angustiado, mensaje al gobierno de Teherán.
No fue su intención, pero Amini ya se ha convertido en la figura más relevante de la lucha por la libertad en Irán. El precio ha sido muy elevado, y lo sigue siendo, ya que continúan las protestas al tiempo que los agentes iraníes amplían hasta límites inéditos su agresividad. Decenas han muerto, cientos han sido encarcelados.
Por supuesto, escasea la información al respecto y la que hay, la oficial y la de las organizaciones humanitarias internacionales, apenas coincide en algo.
Es indudable que las ciudadanas que tienen el coraje de salir a la calle, quitarse el velo y enfrentarse a los represores para reclamar justicia para Amini y libertad para las mujeres están dibujando el mayor reto a la jerarquía del país en su historia reciente. Saben, por supuesto, que con su valentía se enfrentan a la posibilidad de recibir la terapia de reeducación de la Policía de la Moralidad o, quizá peor (porque esto sí que es irreversible), los disparos de los agentes.
Hadith Najafi, de 20 años, recibió seis en una protesta el último viernes. La joven, reconocida por sus frecuentes vídeos en Instagram, nos vigila ahora desde el paraíso que comparte con Amini y con Ahmadi, el que está reservado para quienes han dado su vida a cambio de al menos un intento por mejorar la de los demás.
Estas tres mártires elevan el significado de ser humanos. Por ellas, y por tantas otras que en Irán y en otros países sufren la crueldad de los ignorantes, el mundo libre debe mantenerse unido en su denuncia de los territorios ocupados por la intransigencia. No es posible mirar a otro lado. No es una opción la rendición. La lucha por hacer de este planeta que compartimos un lugar más humano, esa que Amini ha vuelto a despertar, está más vigente que nunca.