En un océano de lenguas, todas rojas, todas fuera, todas felices, vestir una camiseta de los Beatles resulta una clara declaración de intenciones. Por eso la llevo. Help siempre me fascinó. Confieso que me enorgullece algo más llevarla a la entrada del Metropolitano, como si pretendiera desafiar a los demás.
O como si enviara el mensaje de "vale, estoy aquí, en la corte de sus majestades satánicas, junto a otras 45.000 personas, pero sigo eligiendo a los Beatles". Puede que esta noche me deje seducir, concedo, pero siempre seré beatle. Durante décadas, ya lo saben, hubo que optar, y yo siempre lo tuve claro.
Algunos de los asistentes, con sus lenguas en el pecho o sobre la cabeza, la misma que lucía el avión que trajo a España a los ingleses, parecen considerar el desafío una provocación, y me miran con cierta arrogancia. Con desidia, algunos, y otros con extrañeza ("¿se habrá perdido?"). Pero eso no me va a importar.
Los Stones inician su gira europea en Madrid y, para un sibarita desmedido del otro gran dúo de compositores, el Lennon-McCartney, la noche brinda una ocasión única. Como si pudiera concluir un tie-break histórico, urgente. Podría llegar la conclusión definitiva, y yo intuyo a Yesterday imponiéndose a Angie; a Come Together derribando a Start Me Up.
A las 22:15 se escucha el primer rugido de la guitarra de Keith Richards. Contundente, irreversible, como si lo hubiera traído de la mismísima calle donde se podía haber peleado el Street Fighting Man que bombardea el Wanda. Asoma enseguida Ronnie Wood como una de sus pinturas, y Mick Jagger enfila la vertical haciéndose con el escenario. En realidad, con todo el estadio.
Fue un instante. No necesitó más. Apareció más energético que nunca. O, al menos, tan brioso como siempre, y su presencia (o tal vez su leyenda) sobrecogió el stage, la pista y la grada. El mundo entero de todos los que estamos aquí.
Para mi sorpresa, confieso que a medida que avanza el espectáculo descubro cómo me inclino, deslumbrado, ante la energía inexplicable de tres tipos que suman 231 años. Uno más el mes próximo.
Tengo detrás a un cincuentón borracho que ya se ha caído tres veces mientras Mick brama la crisis nerviosa número 19. Sería bonito escribir que él también tiene una. Pero no, sólo está viviendo una borrachera fea y excesiva.
Las cosas ya no son como en el Calderón en el 82, cuando los excesos en las sustancias parecían una parte intrínsecamente asociada no sólo a los shows de los Stones y de quienes los veían, sino a buena parte de la música en directo y, a menudo, a la vida de muchos jóvenes.
Suena el estribillo pegajoso de Out of Time. Y me asalta la duda. ¿Se hubieran vuelto a reunir los Beatles si los cuatro siguieran vivos? Veo a Jagger correr por la pasarela, a sólo un puñado de conciertos de cumplir los 79. La multitud parece asombrada, y no es para menos. Luego contonea las caderas con ese inconfundible gesto, tan personal y atractivo, ese que siempre hizo.
¿Cómo es posible?, pregunto, casi hipnotizado por lo que estoy viendo. "Le ha tomado el pelo a la vida", contesta alguien. No me puede parecer más acertado el comentario. El vocalista de los Stones ha llevado esa existencia de la que siempre nos dijeron que nos alejáramos quienes ejercían sus roles de autoridad: "Así que quieres ser músico. ¿Y de qué vas a vivir? ¿Drogas? ¡Acabarán contigo!".
Pero los Rolling Stones han demostrado que drogarse y envejecer, si tienes suerte, puede no ser tan mala idea. Ellos han tenido, precisamente, la vida que siempre nos exigieron que no buscáramos. Que la música no lleva a ningún lado, y las drogas tampoco. Pero a ellos los ha llevado por todo el mundo, y los ha bañado en dólares.
La voz de Mick suena con toda contundencia y finura en Beast of Burden. Me gusta, le digo a mis acompañantes, pero la cambiaría por Hey Jude. Me miran, extrañados. Me pregunto cómo estaría John Lennon con los 78 años que Keith Richards pasea por el escenario con toda elegancia, como si tuviera 25 menos. Eso sí es increíble.
Como lo es, mucho más evidentemente, en el caso de Jagger. Conserva la voz, conserva el estilo y conserva el talento. A la edad a la que tanta gente teme cruzar un paso de cebra, él surca el mundo para agrandar su mito.
El cantante de Dartford entona You Can’t Always Get What You Want y me estremece la idea de creer que hubiera estado bien haber nacido antes, y en el Reino Unido.
O, al menos, que el grupo de Liverpool hubiera sido más longevo. Al final, los Beatles cambiaron el mundo y sólo fueron seis años. Los Stones, que llevan toda la vida, la de ellos y la nuestra, no lo han conseguido, aunque sigan llenando los estadios de todo el planeta con esa energía tan única que despiden.
No, claramente no siempre puedes conseguir lo que quieres. Ahora que suena Honky Tonk Women la sustituiría por Let It Be. Y, desde luego, Happy por Something.
Araña Woods la guitarra y le arranca ese sonido inconfundible, tan suyo, sin trucos. Se muestra categórico, con una solidez a prueba de cualquier cosa. Es el más joven de los tres Stones que quedan, pero no es un chaval: celebra los 75 esta misma noche. Me pregunto qué haría a estas alturas de su vida mi beatle favorito, George Harrison, si siguiera por aquí. Tal vez, si hubiera logrado dejar de sentir el formidable peso del talento de Lennon y Paul McCartney hubiera podido superar Here Comes the Sun o While my Guitar Gently Weeps. Quién sabe.
Pero no, los Beatles ya no se pueden reunir. Los Stones, sin embargo, han conseguido permanecer juntos sesenta años. ¿Cómo lo han hecho? La supervivencia de un grupo siempre recorre el filo, una línea delgada y quebradiza. Controlar la ambición de cada uno, mantener la confianza entre todos, poner el proyecto por encima del ego personal…
Eso no lo han conseguido muchas bandas. Al final, siempre alguien piensa que no lo están valorando lo suficiente. O cree que le va a ir mejor solo. O, simplemente, no soporta a los demás.
Pero, en el Wanda siguen los Rolling Stones, ahora con la extraña y deliciosa Paint It Black. Lo quieren todo negro. Lucy in the Sky with Diamonds, recuerdo, también es extraña. Y le puede disputar el genio.
Trasladan los Rolling Stones su simpatía por el demonio. Yo no se la tengo. Curiosidad, sí. Eso sí. ¿Existirá? Nadie lo sabe. Pero todos sabemos que la gente sigue naciendo y muriendo y los Stones siguen tocando. Sólo cedió el añorado Charlie Watts, el único Stone que vivió una vida tranquila, hace algo menos de un año.
Envejece la gente que los va a ver. Esto es, todos nosotros. Pero Jagger, el incombustible Jagger, no lo hace. ¿Qué habrá tomado?
Llega, tengo que admitirlo, un momento mágico: Gimme Shelter. La bandera de Ucrania, el estadio entero aplaudiendo en señal de reconocimiento al pueblo ucraniano. Las imágenes de las calamidades que la Rusia de Vladímir Putin ha provocado.
No voy a decir que no pensé en Revolution, pero concedo que en este momento los Stones mandan: "La violación, los asesinatos, sólo están a un disparo de distancia". Tanta razón.
Suenan los acordes de Satisfaction y es cuando queda claro que, aunque yo seguiré siendo un fiel beatlemaníaco, nunca conoceremos el resultado de este desempate histórico. Es imposible nombrar a un ganador, más allá de la música genial de las dos bandas más grandes de la historia.