Hay gente que tiene muy mala suerte en la vida: siempre se mueren sus favoritos. Su actor favorito, su director favorito, su escritor favorito, su filósofo favorito, su experto en termodinámica química favorito, su actor favorito otra vez, su compositor de óperas flamencas en clave nipona favorito. Viven un eterno duelo, siempre se van los mejores.
Yo me imagino a las plañideras dos punto cero agazapadas tras sus ordenadores, con el dedito en comando y en R para refrescar continuamente la página de últimas necrológicas. Que no se les pase ni una baja. Dando un respingo cada vez que el nombre de un famoso o semifamoso es trending topic (hay una ley no escrita por la que un famoso sólo es trending topic si ha doblado la servilleta o ha sido acusado en redes por acoso).
Me gusta mucho que siempre sea el último deceso el que más conmociona, el más inesperado, el más sentido. La congoja dura, claro, lo que tarda en aparecer un nuevo finado famoso en el horizonte. Que será el que deja un vacío irreemplazable, el que debería tener una calle o una plaza o un parque a su nombre, recibir el título de hijo predilecto o añadir el suyo a la cola de apellidos de un aeropuerto internacional. La muerte dignifica y exonera, no hay duda.
No me gustaría parecer insensible (en realidad me da bastante igual parecerlo, tampoco quiero engañarles). Pero, personalmente, me resulta inabarcable tanto desconsuelo constante, esa aflicción casi concienzuda. Obviamente, a mí tampoco me gusta que el cuerpo le pida tierra a las personas que admiro, aunque sea de lejos. También es verdad que soy poco mitómana y mi admiración es casi siempre hacia la obra, y lo que que el autor haga con su vida me interesa tirando a poco. Lo que no quita que los prefiera vivos (a los que todavía lo están, claro) aunque sólo sea por el egoísta placer de seguir disfrutando de aquello que hacen como nadie.
Pero por algún tipo de deficiencia en la gestión de mis emociones sólo consigo sentir una aflicción sincera por los amoches de aquellos a los que conozco y trato, por los que aprecio y quiero. Familia, amigos, conocidos, conocidillos… En ese orden, más o menos. Me refiero a una tristeza real, más allá del “ay, jo, que penilla”, de un ligero pellizquito en el alma, cuando conozco la noticia en algunos casos. De hecho, hay veces que más que pena es desconcierto: en ocasiones muere gente a la que yo ya daba por muerta y descubro de golpe que no era así antes, pero que ahora ya sí. Qué conmoción ese “ah” y ese “oh” en tan breve lapso de tiempo.
A veces pienso, qué ocurrencia, que los muertos hacen sentir muy vivos. Muy vivos y muy buenas personas. Lo pensaba estos días, cuando tantos clamaban en redes con golpes en el pecho, y columnitas apesadumbradas, señalando acosos e insultos, linchamientos y denuestos, inaceptables descalificaciones. Y lo señalaban algunos asombrados, con golpes en el pecho, no dando crédito, como si no lo hubiesen visto antes. Como si ellos no lo hiciesen con otros personajes mediáticos de la misma, exacta y precisa manera.
¿Es porque el objeto de sus pedradas dialécticas no ha tenido un final dramático? ¿Porque es capaz de soportarlo, de lidiar con ello como puede, es legítimo hacerlo? ¿Depende lo deleznable del hecho de un final desastroso y tristísimo?
Como planteaba aquel dilema moral (lo cuento de memoria, sean indulgentes) en el que dos amigos beben de igual e irresponsable manera y ambos conducen luego sus vehículos en esas poco recomendables condiciones. Uno impacta en su trayecto contra un árbol y el otro, desgraciadamente, con un chaval que se le cruza en ese momento…
¿Qué diferencia a uno de otro, aparte de las nefastas consecuencias que escapan a su voluntad? ¿Qué diferencia al borracho irresponsable número uno del borracho irresponsable número dos en sus actos, sin tener en cuenta el factor azaroso? ¿Qué al anónimo usuario que insultaba y acosaba a alguien en precario equilibrio psíquico del que hace lo mismo a otro con cierto aguante? ¿Y al periodista que lamenta en su columna de hoy la falta de empatía y de humanidad pero en la de mañana hará aquello que viene haciendo por sistema y que no es más que lo mismo? Robocop nos libre de las buenísimas personas.