Hay hombres que nunca serán héroes. Hay hombres que no tienen la capacidad ni la potencialidad para realizar una acción valerosa, abnegada y arriesgada en beneficio de otro o de otros que están en situación de peligro. Esa acción puede ser rápida y puntual o ser persistente en el tiempo, comportar una entrega sostenida, pues sus beneficiarios están inmersos en una prolongada circunstancia desfavorable.
La debilidad, la cobardía, la ausencia de determinación, la falta de compromiso, empatía o solidaridad impiden a muchos hombres el acceso al heroísmo, si bien una imprevista y sobrevenida encrucijada, eventual, aguda y extrema, activa en algunas personas un comportamiento heroico que no parecía previsible en el campo de sus facultades.
Hay héroes que nunca serán hombres. En la mitología griega, origen del concepto, los héroes eran hijos de dioses y humanos, poseían una naturaleza y unas cualidades superiores a las de los simples humanos. Capaces de salir triunfantes de todo reto, solían ser derrotados en un lance final en el que volvían a demostrar su arrojo y con el que sellaban su gloria definitiva.
Pero los héroes y las heroínas, así entendidos, no podían ser humanos, también en el sentido, algo dramático si se quiere, de no poder compartir las miserias y fragilidades que nos caracterizan a las personas corrientes, que nos hacen, en efecto, humanas con lo que eso tiene, no sólo de malo, sino de bueno, pues también pone en valor nuestro esfuerzo y nuestras virtudes cuando los tenemos y los desplegamos en actos ajenos a toda épica.
“Hay hombres que nunca serán héroes y héroes que nunca serán hombres”. En realidad, esta es la frase que me ha inspirado este artículo. Frase, así, completa, interesante. La escuché la otra noche en la película Lord Jim, sobre la novela de Joseph Conrad, excelente (aunque demasiado larga) como todas las películas escritas y dirigidas por Richard Brooks.
Es una película de aventuras en los mares de Oriente, pero tiene un componente moral muy fuerte, de angustia existencial, casi dostoievskiano. Conradiano, bastaría decir. Jim es un oficial de marina que, durante una tempestad, abandona su barco por cobardía y deja a su suerte a los pasajeros. Además de tener miedo, cree que el barco se hundirá irremisiblemente y que nadie se enterará de su nulo arrojo. Pero el barco y sus pasajeros son rescatados.
Jim no ha podido ser un héroe. La culpa y la conciencia de su mezquindad le sumen en una profunda crisis. Después, en busca de su redención, se entregará en la selva a la causa de unos lugareños oprimidos por bandidos y traficantes. Su proceder será heroico, pero alejado de la complejidad de lo humano.
Escribo sobre esto porque (no sé si se han fijado), en los últimos tiempos, hay una inflación de titulares periodísticos que califican como héroes (el héroe de esto, los héroes de lo otro) a personas o grupos de personas que han tenido o tienen un comportamiento valiente y generoso, episódico o mantenido en el tiempo, en favor de otros que están en riesgo.
A veces, el calificativo se aplica a un deportista, por ejemplo, que ha hecho una gran gesta en una prueba. A la inflación abusiva se añade el manoseo y la devaluación del concepto de héroe, tal vez por pereza de la imaginación o, casi peor, por ir subiendo el tono en el intento de captar nuestra atención (¡clic!) hacia una información, lo que persigue también un objetivo comercial.
Hace sólo unos años, los héroes no estaban muy bien vistos, sin duda por lo que tienen, en su acepción original, de sobrehumanos, de superiores, de taxativos, de inalcanzables, de figuras individuales que depreciaban el valor y la oportunidad del esfuerzo colectivo.
Pero dejemos eso. ¿Acaso ahora hay una necesidad de héroes, de modelos de héroes, de héroes como modelo? ¿Responde a una oferta o a una demanda? La mayoría de los hombres y de las mujeres nunca seremos ni héroes ni heroínas. En la novela de Conrad hay un personaje, el capitán Charlie Marlow, superior y protector de Jim, que no entra en una reflexión sobre el heroísmo. Su criterio viene a ser: tú eres un marino, cumple con ello.
O sea, cumple con lo que sabes que debes hacer y se espera de ti según el oficio que tienes y la posición que ocupas o te viene dada en cualquier circunstancia. Nada más. ¡Y nada menos!