Las emociones son consustanciales a la política. Lo sabemos, pero no estamos acostumbrados a que un gesto político agite un país con la virulencia de un sobresalto deportivo.
A media tarde, PSOE y Ciudadanos presentaron una moción de censura en Murcia para sacar al PP del Gobierno regional. Ciudadanos rompía la colaboración con el PP que había mantenido en la presidencia a Fernando López Miras. La investidura de Ana Martínez Vidal, líder local de Ciudadanos, pondrá fin a una era de gobiernos del PP que comenzó en 1995.
Pero Murcia ha sido sólo la primera pieza de un dominó que en pocas horas ha alcanzado la capital de España. Isabel Díaz Ayuso, antes de poner sus barbas a remojar, ha disuelto la Asamblea y convocado elecciones ante el temor de que sus socios de Gobierno replicaran la jugada murciana.
Poco después, ha anunciado el cese de su vicepresidente, Ignacio Aguado, y de todos los consejeros de Ciudadanos. La ruptura (irreparable) de la coalición se ha consumado.
Es difícil comprender la estrategia de Ciudadanos. Ha sacrificado por siempre Madrid para ganar temporalmente Murcia. Sí, podrá extinguirse presumiendo de haber gobernado una comunidad autónoma. ¿Pero no ha emborronado por siempre su legado?
De las autonómicas a las generales, Ciudadanos perdió la mitad de sus votos en Madrid. Y este zarpazo repentino no servirá para recuperar los votos perdidos. Si acaso, agudizará la fuga.
El golpe de efecto ha retratado a varios personajes de la política.
Pablo Casado ha quedado aún más desdibujado. No ha podido evitar la moción en Murcia, lo que indica que no había hecho demasiado por solidificar sus vínculos con Ciudadanos, y nadie ha echado de menos su comparecencia: no es un líder. Su figura ha menguado hasta la insignificancia, mientras la figura de Ayuso crecía como un coloso ante la adversidad.
La presidenta de Madrid es un jeroglífico indescifrable para los estrategas de Moncloa. Para ellos, Ayuso es, como Sánchez para sus adversarios, un villano para el que no encuentran kriptonita. Que carezca de ideas es irrelevante. Ha demostrado ir sobrada del talento que más precia la política española: la osadía (bien lo sabe Pedro Sánchez).
Ayuso crece y crece. Pero todo lo que crece en el PP, crece a costa de Casado.
Aprovechando la marejada, grupos de la oposición en Madrid se han apresurado a presentar una moción de censura contra su némesis. Los juristas dudan si la moción debe tramitarse, dado que las elecciones se han anunciado, pero no se han convocado oficialmente.
El asunto se resolverá pronto, pero lo preocupante ha sido ver a líderes, como Íñigo Errejón, ese defensor del "pueblo", haciendo todo lo posible por evitar unas elecciones.
¿Qué será de Ciudadanos? ¿Es posible que creyeran que romper con el PP en Murcia no repercutiría en ninguna otra parte?
No, no es posible. Por eso no es aventurado pensar que esto sea la consecuencia de un pacto con Pedro Sánchez. No sería una mala noticia, siempre que Sánchez haya ofrecido algo jugoso a cambio. La única forma en que Ciudadanos puede hacerse perdonar es si existe ese pacto con Sánchez, y si ese pacto incluye sustituir a Podemos en el Gobierno de España.