En Guatemala una tragedia sucede a otra. Ocurre también en otros países del entorno, pero hoy no quiero referirme a los huracanes que ponen el cielo boca abajo, ni a la fuerza de los ríos desbordados o a la tierra abierta por el vientre.
Hace pocos días vi unas imágenes del Congreso Nacional de Guatemala vomitando lenguas de fuego de adentro hacia fuera. Impresionaba. La potencia de este incendio me recordó a otro cuyas llamas fueron de consecuencias mucho más dramáticas.
Sucedió en el año 1980, en la sede diplomática española de la capital guatemalteca, donde se refugiaron un grupo de campesinos bajados del Quiché solicitando la intervención de España en el conflicto de las tierras.
Sin embargo, la única intervención que se produjo aquel día fue la de la Policía, que prendió fuego al interior con lanzallamas y fósforo blanco, provocando la muerte de todos excepto la del embajador Máximo Cajal, que resultó malherido.
Las imágenes de las llamas que hace unos días ofrecieron todos los informativos pertenecían a otro fuego. Fuego intencionado, según opinión de algunos congresistas que se movilizaron con la intención de sofocarlo. Mientras las lenguas de fuego iluminaban el cielo, la multitud que protestaba a las puertas del Congreso hizo un silencio y empezó a cantar el himno nacional.
En el transcurso del siglo XX, Guatemala sufrió un devastador genocidio y una larga guerra civil. Durante décadas las masacres fueron sistemáticas, de acuerdo a la comisión para el esclarecimiento histórico. Pero la impunidad, la corrupción, las represiones, y los asesinatos de los guías espirituales mayas, siguen formando parte del día a día. Actualmente gobierna el país Alejandro Giammattei, que antes de ser presidente fue bombero, estudió médicina y se hizo evangélico.
Alejandro Giammattei formó tándem gubernamental con Guillermo Castillo, que ha querido convencer al presidente de que renuncien juntos por el bien del país. Castillo es un hombre bienintencionado al que Giammattei desea relevar para poner en su lugar al ingeniero y asesor Luis Miguel Martínez, una especie de Iván Redondo al que ama como su primer mejor amigo.
Entre rumores y protestas, Guatemala vive días funestos. El peor ha sido sin duda el pasado día 21 de noviembre con el Congreso ardiendo, las manifestaciones en la calle y la Policía dando leña.
Giammattei es la cabecera de cartel, porque todas las pancartas muestran su nombre poniéndolo verde. Está en contra del aborto pero es partidario de la pena de muerte y las ejecuciones extrajudiciales (paradoja), reprime violentamente a las ONG y a los defensores de los derechos humanos, y es partidario de la pervivencia de la corrupción.
La madrugada del lunes, con la nocturnidad y alevosía de las películas policíacas, el Congreso suspendió el trámite presupuestario que tanta polémica ha suscitado. Eran unos Presupuestos kafkianos que ignoraban la desnutrición infantil, la pandemia, la miseria y el hambre. El dinero solo se mimetiza con el ladrillo. Giammattei me recuerda a Gil y Gil.