La novela ha ido avanzando, trenzando su trama, enganchándote. Apenas queda la cuarta parte final. Nos acercamos hacia el desenlace. ¿Conseguirá su protagonista dejar atrás sus fantasmas, alcanzar la felicidad de ver colmados sus sueños?
De repente suena un disparo. Se oye un grito de espanto e impotencia: "¡NOOO!". La autora sólo anota: "Negro y sangre". Hay una víctima y una realidad nueva. Pero nada es lo que parece porque, como en las películas de Hitchcock, ha entrado en juego el Mac Guffin.
Al llegar, con la fascinación de quien lee algo por tercera vez, al momento culminante de la estupenda novela de Cruz Sánchez de Lara Cazar leones en Escocia, no he podido dejar de pensar en ese giro súbito e inesperado que hace unas semanas experimentó la historia del PP.
Quedaba sólo el final de la legislatura. Había un hombre de cuarenta años sobre el escenario. Había sido elegido contra pronóstico por las bases. Como él mismo enfatizó este viernes, había heredado un partido al que "la corrupción" le acababa de costar "millones de votos". Un partido con un grave problema periodontal: cada vez que trataba de morder, le sangraban las encías del 'y tú más'.
Lo había regenerado, lo había puesto en pie.
Durante cuatro años se había fajado con brillantez y energía, pleno tras pleno, lance tras lance con un adversario rocoso. Aún declinantes, los sondeos pronosticaban su triunfo electoral.
De repente suena un disparo y cae el telón. Su grito queda amortiguado por el tumulto. "Negro y sangre". Al cabo de unos segundos que parecen horas, se levanta el telón y junto al joven moribundo, aparece pletórico un hombre de 60 años que encarna el futuro.
Pero tampoco ahora las cosas son lo que parecen. También nos ha distraído un Mac Guffin: el presunto espionaje a la presidenta de la Comunidad de Madrid. De eso ya ni se habla, aunque se haya creado una comisión de investigación en el Ayuntamiento para cubrir las apariencias.
Lo que no fue presunto ni tan sólo aparente fue el disparo que acabó con la vida política de Pablo Casado
Lo que no fue presunto ni tan sólo aparente fue el disparo que acabó con la vida política de Pablo Casado, en forma de declaración radiofónica inconveniente. El problema es que fue su propia mano la que apretó el gatillo del revólver, tal vez creyendo que sólo contenía balas de fogueo. Pero alguien, amigo o adversario, había puesto una de verdad.
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Es lógico que Casado diga ahora que "no hay que tener miedo a decir lo que se piensa". Y siga reivindicando que dijo "la verdad" sobre el contrato que benefició al hermano de Ayuso. Pero en la política, como en el periodismo, no se puede disparar al albur. Materializar la sospecha y apuntar al 'por si acaso'. ¡Cuántas veces, como director, no habré dejado de publicar cosas de cuya veracidad estaba convencido, pero no podía demostrar!
Este magnicidio autoinducido —consumado mediante el tumulto callejero y la agitprop revolucionaria— se estudiará en los anales. Con unos morbosos párrafos finales describiendo esos extravagantes momentos del Congreso de Sevilla en los que Aznar se dirigía a su hijo bien amado "donde quiera que estés" —como si yaciera en una celda secreta—, Rajoy lo denominaba a bulto "Pablo Casao" y Feijóo le pegaba una palmadita en el trasero como quien desea suerte al que va a saltar por última vez al césped.
Ni siquiera le dieron el partido de homenaje. Sólo le invitaron como telonero a la coronación de otro al que una y otra vez denominaban "presidente" antes de que lo fuera. "¡Oh! ¿Por qué me veo obligado a comparecer ante un rey antes de haber alejado de mí el pensamiento de mi realeza?", debió musitar cual Ricardo II, mientras evocaba la "injusticia" de la que se sintió víctima.
Aquello era más bien un auto de fe, en el que algunos de sus verdugos confiaban en quedar justificados desde el momento en que Casado admitiera haberse comportado como un traidor. Tuvieron que conformarse viéndolo arder inconfeso y mártir.
Compareció con corbata negra de luto, "pletórico de lágrimas" contenidas, "bebiendo sus dolores", humilde y generoso ante Feijóo: "Tú eres el que sube". A falta de exégeta alguno tuvo que pronunciar él mismo sus exequias fúnebres. Podía haber recurrido a este torrente de palabras de Shakespeare —"¡Que Dios perdone todos los votos violados y conserve los juramentos que te han prestado!"— pero optó por la tersura de una oración aséptica, emparedada entre Ortega y Cánovas.
Casado compareció con corbata negra de luto, "pletórico de lágrimas" contenidas, "bebiendo sus dolores", humilde y generoso ante Feijóo
Fue un ritual cruel, un momento caníbal. Cuando hacia el final dijo "me voy pero volveré…", unos cuantos dieron un respingo sin escuchar las palabras siguientes que desactivaban la amenaza.
Fuera de aquel recinto éramos muchos los que queríamos tanto a Pablo… Los que siempre le tendremos presente no por lo que fue, sino por lo que pudo haber sido.
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Con veinte años y medio más que él, Feijóo podría haber pasado por el padre precoz de Casado. Qué gran orden sucesorio se habría establecido si hubieran formado tándem cuando Rajoy abdicó en el bolso de Soraya y el joven escalador de cargos orgánicos se hubiera convertido en número dos del avezado líder gallego. Pero entonces Alberto no quiso y corrió atropellada, temerariamente el escalafón.
Ahora ha funcionado el miedo del portero ante el penalti, el vértigo del PP a perder sus terceras elecciones consecutivas. El riesgo de ver convertido al sanchismo en un segundo felipismo, con Vox comiéndole terreno por la derecha.
Al presidente de la Xunta ha habido que ir a buscarle. Como Coriolano, no quería poner a competir sus méritos y heridas de guerra con las de ningún otro contrincante. Como Simón Bocanegra, ha esperado a ser aclamado en una situación límite.
Y así ha sido como ha aceptado esta sucesión a la inversa. El padre rejuvenecido por el estado de necesidad ha reemplazado al cachorro súbitamente avejentado. Parece un episodio en la vida de Benjamin Button.
Pero sus medallas brillan ahora con luz propia. Porque sólo Feijóo ha sido cocinero antes que fraile. Ningún otro político en activo puede alardear de haber gestionado eficazmente dos grandes empresas públicas como Correos y el Insalud. En ambas plazas se le recuerda como a un 'crack'. Entre otras cosas porque postergó la militancia y la dependencia de un partido hasta ya muy entrada la madurez.
Puede parecer una curiosidad cronológica, pero es una bifurcación determinante. A pesar de la diferencia de edad, cuando en el 2000 el imberbe Casado se afilió a las Nuevas Generaciones, el ya ducho Feijóo ni siquiera era del PP.
De hecho, el viernes recordó que tenía a las espaldas "30 años de vida profesional" y sólo "veinte de militancia". Por algo decía Ana Botella que no había que permitir que nadie que no hubiera trabajado antes en otra cosa tuviera cargos en los partidos.
Ningún otro político en activo puede alardear de haber gestionado eficazmente dos grandes empresas públicas como Correos y el Insalud
A lo mejor esta es una de las claves de que tampoco ningún otro político en activo haya obtenido cuatro victorias por mayoría absoluta en una comunidad autónoma. Fraga y Bono lo lograron en el pasado con menos competencia. Sólo Feijóo puede estar orgulloso de haber mantenido a raya y fuera de juego a las tres expresiones de la "nueva política". Ni Podemos, ni Ciudadanos ni Vox han tenido nada que hacer en Galicia.
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Como en el libreto de la ópera de Verdi, "el valiente que echó de nuestro mar al pirata africano, el que restituyó a la bandera de Liguria su antiguo esplendor" llega a la cima de la república de Génova en un momento de fuerte convulsión política y social. Tanto intramuros de la ciudad, como en todo el Mare Nostrum.
Su declaración de intenciones ha sido nítida. A él se le da mucho mejor gobernar como ha hecho durante dieciséis años, que hacer oposición como hizo durante tres. Por eso buscará una "mayoría contundente" que le permita aplicar un programa de centro reformista, basado en el europeísmo, el autonomismo y el "bilingüismo cordial" sin depender de Vox. A eso se le llama cambio político, alternativa de poder.
Una vez más Feijóo ha demostrado ser un hombre de criterio, al elegir como principales compañeros de viaje para llevar a cabo ese proyecto a dos personas tan cabales y capaces como Cuca Gamarra y Elías Bendodo.
La riojana, avalada por su gran ejecutoria parlamentaria, no tropezará en la misma piedra que su antecesor: será mucho más que una secretaria, sin el autoritarismo de un general. Tendría gracia que el título que le cuadrara mejor de aquí a unos meses fuera el de duquesa de la Victoria. Si el malagueño consigue trasladar los valores del gobierno de Andalucía al programa del PP e impregnar su acción política del estilo suaviter in forma, fortiter in re, del equipo de Moreno Bonilla, ese sueño estaría al alcance de la mano.
Pero antes de que lleguen las urnas deben llegar los pactos. El deterioro de la situación económica con la inflación desbocada, la obligada revisión de nuestra política de defensa y la necesidad de poner fin al bloqueo del Poder Judicial imponen que el hombre de Estado anteceda al líder electoral.
Antes de que lleguen las urnas deben llegar los pactos
Y si confío tanto en Feijóo a esos efectos es porque me basta con volver a reproducir las palabras clave del estimulante discurso que pronunció hace dos años durante la entrega de un premio en Lugo a la gran Lucía Méndez:
"Si examinamos los procesos destructivos que tienen lugar a nuestro alrededor, en su origen siempre hay políticos que quieren huir de la realidad y personas que trabajan en la incomunicación. La polarización política y mediática es directamente proporcional a la sustitución de los problemas reales por los problemas imaginarios. La política concreta hace posibles consensos que son mucho más arduos en la política meramente ideológica o simbólica".
Ya sabe Sánchez lo que le va a decir aquel a quien va a tener delante.