El presidente del COC (Comité Organizador del Congreso) confesaba un par de semanas antes del cónclave de Sevilla que "es un trabajo enorme en muy poco tiempo, que todo sea perfecto es muy difícil". ¿Y qué tenía que ser perfecto? Pues por ejemplo, un detalle: que Pablo Casado no tuviera que escuchar a quien, probablemente, no iba a callar sus lamentos, pero a él le debieran escuchar todos los convocados.
No en vano es el presidente. Saliente, sí, pero las formas lo son todo en política.
Con este diseño, Esteban González Pons y su equipo, le ahorraron más tragos amargos a Casado, dado el orden de las intervenciones, mientras sí le daban a él el atril para que se despidiera, como demandó en la noche del 22 de enero, al pactar su salida con los barones.
Por eso, él no tuvo que poner cara recia con las pullas de Isabel Díaz Ayuso, quien una vez fue su "amiga del alma", su "casi hermana". Pero ella sí hubo de escuchar, estoica, el otro mitin de Casado. Ése en el que se guardó unas cuantas frases no tanto para reivindicar su labor -que, dijo, deja al PP "a las puertas de la Moncloa"-, sino para ajustar los hechos a su verdad.
Penitencia 'isabelina'
Ayuso había llegado al XX Congreso del Partido Popular en el Fibes de Sevilla a eso de las 16.00 horas, recibiendo la acogida más cálida de la jornada. Rodeada de una nube de cámaras ("¡parece un enjambre de abejas!", comentaba un espontáneo), compromisarios y cargos venidos de toda España le reclamaban selfies, que ella agradecía con una sonrisa.
Su portavoz en la Asamblea de Madrid, Alfonso Serrano, la apremiaba a darse prisa: "Va, venga, vamos...". Pero en balde. Tardó treinta minutos en acceder al pabellón. Y si no le hubiera tocado subirse al escenario, se habría dejado agasajar media hora más, sin duda... y habría coincidido con Pablo Casado, cuya irrupción fue mucho más discreta.
Acaso por la expectación que levanta la presidenta madrileña, que participaba ya, a eso de las 17.00 horas, en una especie de mesa redonda para los presidentes autonómicos. No había mesa, ni fue redonda, ni moderó Feijóo, sino cinco discursos encadenados a los que el nuevo líder iba dando aprobación con leves asentimientos.
Casado no escuchó, por tanto, cómo la lideresa madrileña le lanzaba una pulla al inicio de su alocución, cuando aseveró que "este congreso es la respuesta a una crisis que nunca debió existir". Una obvia referencia al conflicto ya superado (que no olvidado) con el caído y su valido, Teodoro García Egea, su otrora mano derecha.
Si de septiembre, cuando llegó "una información" a Génova y ella le dio explicaciones por WhatsApp, al viernes 18 de febrero -un día después de la explosión de la crisis- no se habían hablado, lo mismo ha ocurrido ahora. Desde que Casado entendió que había muerto, hasta su funeral, seis semanas después, tampoco se han dirigido la palabra.
Ni lo hicieron este viernes 1 de abril. Ni se miraron siquiera.
Pero ella sí pasó su penitencia isabelina y hubo de escuchar e incluso hasta aplaudir -ay, las formas...- al defenestrado. Casado reivindicó en alto que él nunca tropezó y que, por tanto, seguía sin saber por qué había caído. Lo que era tanto como acusar a alguien (a ella y a los demás barones, hoy al mando de este nuevo PP) de haberle empujado: "Hice lo que debía, combatí la corrupción, que nos hizo perder millones de votos y siempre dije la verdad".
Tres mensajes
Vayamos por partes. "Hice lo que debía", proclamó. Lo cual quiere decir que siempre condujo su gestión del caso de manera recta. Desde el momento en el que supo de una presunta corruptela e, insatisfecho por las explicaciones de la supuesta infractora, calló y no lo denunció.
Calló y ordenó "investigar lo ocurrido", a partir de un documento de origen posiblemente ilícito. Calló y lo dejó todo "en manos de Teodoro". Calló y retrasó el Congreso de Madrid hasta que saltara la noticia. Calló y sólo habló cuando los primeros titulares no la señalaron a ella, sino a él por presidir el partido que "espiaba" a su "mejor activo electoral", su vieja "amiga del alma".
Habló y fue para acusarla públicamente de algo "si no ilegal, al menos poco ético".
Sigamos el discurso: "Perdimos millones de votos por la corrupción". No puede haber nada más cierto. De hecho, desde los casi ocho millones de votos en las últimas elecciones victoriosas de Mariano Rajoy (2016) hasta los poco más de cuatro millones en las primeras de Casado, lo que ocurrió fue la moción de censura que aupó a Pedro Sánchez sobre la sentencia de la Gürtel.
Pero lo cierto es que el ahora presidente saliente del PP también usó "la corrupción" en su beneficio. Por ejemplo, anunciando la venta de la sede de Génova a las 48 horas del batacazo en las catalanas del 14-F del año pasado, alegando que "el coste electoral de la corrupción es demasiado elevado"... y nunca vendió la sede.
O por ejemplo, sembrando de sospechas el entorno de la presidenta madrileña hasta que estalló el escándalo y la acusó en la Cope de haber hecho algo "si no ilegal, al menos poco ético".
Y acabemos. "Siempre dije la verdad", se defendió. Y puede que así fuera. Pablo Casado es el mismo que dio seis motivos diferentes, a lo largo de los últimos tres años, para que el PP no desbloqueara la renovación del CGPJ... hasta que llegó a un argumento que los engarzaba a todos: "Que los jueces elijan a los jueces, como pide Europa". Lo volvió a repetir este viernes.
También es el mismo que le confesó a Ayuso, en lo privado de su despacho, que "la información" que la podía incriminar no se podía sacar a la luz, por su origen poco lícito. El mismo que le contestó a aquel WhatsApp con honestidad: "Ojalá sea verdad lo que dices", pero "está todo en manos de Teo". El que reconoció haber retrasado el congreso de Madrid por miedo a que "esto pueda estallar" una vez que ella tuviera todo el poder del PP regional.
...y el mismo que, de perdidos al río, se sinceró ante Carlos Herrera: "Yo nunca contrataría a una empresa de mi hermano, algo si no ilegal, al menos poco ético".
Ni una mirada
Tras ella intervino el expresidente del Gobierno, José María Aznar, que sí aludió a Casado para darle las gracias telemáticamente (hubo de quedarse en casa tras dar positivo en Covid): "De aquí tenemos que salir dejando atrás los errores, pero no a las personas. Donde quiera que estés, gracias Pablo por tu esfuerzo".
Donde estaba Pablo Casado era aún en la entrada del recinto, saludando a Pablo Montesinos, su más fiel escudero durante sus poco más de tres años como líder del PP, y a Elías Bendodo, presidente del PP de Málaga. También rondaba el área Cuca Gamarra, reemplazo de García Egea en el equipo de Feijóo, con la que el muerto de este entierro apenas intercambió saludos.
Es verdad que, en el pasado, Casado fue el más joven jefe de Gabinete del expresidente. Y que de ese modo lo fue criando para el liderazgo popular como su elegido. Pero parece mentira que un hombre seco y nada dado a mostrar las emociones como Aznar fuera quien tuvo las palabras más cariñosas con Casado este viernes.
Porque fue el hoy derrotado quien, hace ahora año y medio, ascendió a Cuca Gamarra y le dio el foco de la portavocía parlamentaria. A una sorayista, con todo lo que se decía de las purgas del tándem Casado-Egea.
Este viernes, en Sevilla, Pablo y Cuca se vieron, se cruzaron, se sentaron a pocos metros de distancia. Pero no conversaron. Es más, al acabar su último discurso como presidente, Casado se abrazó y besó con todos los de la primera fila, menos con ella y Ayuso.
"Me voy, pero volveré para lo que necesitéis", cerró antes de su último aplauso. Bajó del escenario y, visiblemente emocionado, dejó sus heridas explícitamente a la vista: ni un gesto para Gamarra, y ni siquiera la mirada hacia donde él sabía que aplaudía su vieja "amiga del alma", la presidenta madrileña.
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