Óscar Alzaga, líder de UCD que señala a Juan Carlos I: "Sufragó nuestra campaña con dinero árabe"
"Adolfo Suárez respaldó la quema de archivos del régimen para construir la idea de que él había traído la democracia".
31 octubre, 2021 06:58Noticias relacionadas
Al poco de tomar asiento, celebra haber cumplido con un "deber cívico". Dice que tiene casi ochenta años y que su libro, recién publicado, es el testimonio que entrega a la sociedad antes de morir. Se titula La conquista de la Transición (Marcial Pons, 2021) y, a ojos del lector, supone una suerte de historia alternativa. Está concebido como un antídoto ante lo que podría llamarse la "verdad oficial".
Su autor se llama Óscar Alzaga (Madrid, 1942). Hoy tiene pinta de lord inglés: mirada clara, corbata de nudo ancho bajo un jersey de cuello en pico. Verbo irónico, pero pausado. Ayer, en los estertores de la dictadura, fue un joven estudiante de Derecho –y después profesor– que lideró la oposición democrática.
El resumen de su trayectoria política, para ubicarlo correctamente, podría ser este: tras militar en la Izquierda Demócrata Cristiana, fundó la Unión de Centro Democrático (UCD). Después, cuando la coalición centrista explotó en mil pedazos, lanzó el Partido Demócrata Popular (PDP), que terminaría disolviéndose en el PP.
Quienes lo conocen lo describen como uno de los más acérrimos adversarios internos de Adolfo Suárez. Antes de que llegara el combate, se le ofrecieron un par de ministerios, pero los rechazó.
En su libro, destapa algunos de los secretos mejor guardados de la Transición: aporta los detalles de la quema de los archivos del franquismo y sostiene que Juan Carlos I financió con dinero árabe la primera campaña electoral de UCD.
Sobre lo primero, describe una caldera en la sede de la Guardia Civil del Paseo de la Castellana funcionando a todo trapo. "Millones de fichas" de la represión convertidas en ceniza. Ordenado por el ministro del Interior, Martín Villa, "con el respaldo de Adolfo Suárez". ¿Para qué? "Querían crear su propia verdad".
De eso va esta entrevista –y el libro de Alzaga–: sostiene que los líderes de la Transición provenientes del franquismo borraron su rastro en el régimen para encumbrarse como prohombres de la democracia: "Y no, ellos no entregaron la Democracia. La trajeron miles de personas que fueron perseguidas, detenidas y condenadas".
¿Y lo del rey? Le contó el tesorero de UCD que, de pronto, apareció en sus cuentas un porrón de dinero de procedencia desconocida. Cuando preguntó, le revelaron lo de Juan Carlos I y los árabes.
Alzaga responde, durante dos horas, en su despacho. Sin cortapisas. Salvo cuando se trata del presente. Porque él dice que sigue viviendo en el pasado. Lo hará, parece, hasta que queden desvelados todos los secretos. Toma la palabra un experto en desmitificación.
Ha tardado diez años en escribir sus memorias sobre el final del franquismo y el comienzo de la Transición. Cuenta que ha sufrido serias presiones para no publicarlas. ¿Quién y por qué?
Me ha presionado dos veces una persona que no tenía interés en que se publicara el libro. Le habían llegado noticias de que lo estaba terminando. Mi respuesta fue el silencio. Antes de que me lo pregunte, se lo digo: no le voy a dar el nombre de esa persona.
Pero, ¿era alguien muy relevante?
Sí. Lo fue en su día. No le interesa que se sepan ciertas cosas.
Es muy osado por mi parte, pero déjeme resumir en una frase las quinientas páginas: usted está muy cabreado porque “los franquistas se atribuyeron la conquista de la democracia y arrinconaron el papel de quienes verdaderamente se opusieron al régimen”. ¿No es esa su tesis?
Como buen catedrático de universidad, soy muy racional. El cabreo impide razonar con objetividad. Por tanto, no me cabreo. Dicho esto: cuando has vivido una etapa histórica, has asumido las responsabilidades cívicas que debías, has trabajado para desgastar la dictadura tanto como era necesario para su final…
Es necesario que España disfrute del derecho a conocer su historia. Uno comprende que no tiene sentido permanecer callado. A mi edad, próxima a los ochenta, tengo conocimientos sobre dónde encontrar determinada información. A un historiador más joven, dentro de unos años, no le será posible escribir este libro.
Imagino que lo dice por la quema de los archivos que revela. El primer capítulo es demoledor: narra cómo el primer ministro del Interior de la democracia, Rodolfo Martín Villa, ordenó quemar los documentos de la represión franquista. ¿Qué pasó?
Lo que a mí me consta es que, en la sede central de la Guardia Civil, que está en un esquinazo del Paseo de la Castellana, se instaló una caldera de grandes proporciones adonde llegaban camiones y más camiones cargados de fichas, carpetas y sobres. Provenían de los diversos servicios de información. La brigada social, que en la oposición llamábamos “la político-social”, tenía un gran número de departamentos. Disponía de millones de documentos.
Y todo eso se quemó. O gran parte de ello.
En un momento determinado, los archiveros se dieron cuenta de la extracción –sin camino de vuelta– de los documentos. Comprendieron que se estaba produciendo una destrucción sistemática. Una enorme nube negra salía de la sede central de la Guardia Civil. Algunos agentes dignos confesaron lo que estaba pasando. Con los meses se supo lo que ocurría. Hubo filtraciones de los profesionales de los cuerpos de archivos. Los que yo conocí estaban indignadísimos.
"Con la quema de archivos quisieron construir la idea de que ellos habían traído la democracia; y no aquellos que habían sido perseguidos"
¿Qué papel jugó Adolfo Suárez? ¿Se puede quemar todo eso sin permiso del presidente del Gobierno?
Obviamente, Suárez respaldó al ministro del Interior, Martín Villa. Es una obviedad. ABC es un periódico que no tiene fama de izquierdista radical, ¿verdad? Su director entonces, Torcuato Luca de Tena, escribió un artículo donde se mostró muy molesto con la destrucción de los archivos. Esa destrucción incomodó a todo español serio. Sólo agradó a la minoría que practicó o respaldó la represión. La impopularidad que tuvo esa operación fue muy grande. El ministro estuvo respaldado por Suárez.
Pero hábleme del ministro y, sobre todo, de Adolfo Suárez. ¿Por qué tenían interés en quemar esos archivos?
Nadie puede saber con exactitud qué hay en la cabeza de otra persona. Pero, si se analizan con objetividad los intereses en juego, es probable que pensaran construir la idea de que ellos habían traído la democracia; y que la democracia no había sido conquistada por miles de personas que habían sido perseguidas, detenidas, interrogadas, condenadas…
Hay una cosa que me ha sorprendido mucho: ¡los archivos se quemaron con luz y taquígrafos! Por lo que veo, todo el mundo lo supo entonces; ¡incluso se debatió en el Senado!
Es cierto, se debatió en el Senado. Los ciudadanos lo supieron entonces, pero no antes. El problema es que cuando se produjo el debate, la quema estaba en una fase muy avanzada. El Gobierno prometió salvar documentos “interesantes”, pero le puedo asegurar que no se cumplió.
Entonces, ¿qué nos falta por saber a quienes no vivimos todo aquello? ¿Cree que la Transición que hemos estudiado es un mito?
No he ido con usted al colegio, no hemos hecho los mismos exámenes –se ríe–. Si denominamos “verdad oficial” a que la oposición democrática no tuvo peso en la conquista de la Transición y que la decisión de poner fin al franquismo fue de Adolfo Suárez y sus equipos… Eso jamás sucedió.
En España hubo, especialmente en los últimos quince años del régimen, un peso de la oposición democrática mucho mayor de lo que la gente cree o le han contado. ¿Por qué? Porque tuvo el respaldo de las potencias europeas.
En los años sesenta y setenta, ¿quién tuvo más peso? ¿La oposición democrática o la marxista?
Los institutos públicos de opinión, como se puede imaginar, no hacían encuestas sobre intención de voto. Pero sí los realizaban determinadas entidades privadas y científicas. “Si hubiera unas elecciones, ¿a quién votaría?”. Yo tuve acceso a varias de esas encuestas. La democracia cristiana salía la primera siempre. Había un porcentaje significativo de ciudadanos que se negaba a contestar.
El miedo.
Claro, porque, en esa época, si se te acercaba un señor por la calle con un bloc de notas y te preguntaba por tu preferencia de voto, uno pensaba: “Este hombre debe de ser policía”. Más del 50% no contestaba. La organización con opiniones más positivas era la democracia cristiana. Seguían, a distancia muy corta, los socialistas. Los partidarios de Falange no pasaban del 2%. ¡Y esos no tenían miedo a contestar! Era un 2% de verdad. El nivel de desgaste del régimen era altísimo.
"De entre todos los países que sufrieron un sistema fascista, somos el único que no ha salido con los archivos sin quemar"
Estábamos en lo de los archivos: Martín Villa, a quien acusa de haber dado la orden última de quemar los archivos, vive y está lúcido. ¿Le ha llamado? ¿Ha leído el libro?
Desde que ha salido el libro, no he tenido relación con él.
Por cierto, la Justicia argentina quiere juzgarle por “cuatro homicidios policiales” sucedidos cuando él era ministro del Interior. ¿Qué opina?
No le voy a contestar a esa pregunta, perdóneme.
¿Por algún motivo en concreto?
Por razones obvias.
Déjeme hacer de abogado del diablo: imagínese que aquellos archivos se hubieran filtrado y se hubieran puesto sobre la mesa los nombres de represores y represaliados. ¿Habría dinamitado la Transición?
La Transición era inevitable. El pueblo español la quería, la deseaba y la exigía. En el libro, aporto unas cartas que mandó el ministro de la Gobernación, Garicano Goñi, a Franco. Le dijo que la situación era insostenible. Porque las nuevas generaciones no querían el régimen. Estaba a la cabeza el sector universitario.
Pero la filtración de esos archivos, ¿habría reventado los consensos? Imagino que esa es la razón que esgrimieron quienes los quemaron.
Me está pidiendo la opinión sobre algo que no ocurrió. Mire, de los sistemas de carácter fascista, Alemania, Italia o la Francia de Vichy, se salió, en todos los casos, con los archivos intactos. Sólo hay un país en la Historia del Occidente contemporáneo que los destruyó. El nuestro. Déjeme contarle una anécdota.
Diga.
Cuando se produjo la reunificación alemana, era canciller Helmut Kohl. El encargado en nuestro partido de la relación con la CDU, era yo. Solía ir a verle a su despacho. Me contó unas cenas muy curiosas entre su partido y los socialistas. Hablaban de las condiciones que había que exigir a los dirigentes de la Alemania del Este. Acordaron la exigencia de conservar la integridad de los archivos sobre los seguimientos y la represión.
Kohl, con el respaldo de los socialistas, lo exigió como condición sine qua non para la reunificación. Después de ciertas resistencias, en Alemania del Este se comprometieron y parece que cumplieron. Los archivos están ahí.
¿Y por qué fuimos la excepción?
Varios archiveros me dijeron que aquellas personas que habían estado en el área del franquismo y que, por tanto, habían ejercido el poder dictatorial…
Vuelve a hablar de Suárez, que había sido secretario general del Movimiento.
Deje que le argumente, luego usted pone los nombres. Es que los opositores éramos objeto de unos controles permanentes. Había fichas diarias de lo que hacíamos. Aquella documentación acreditaba que algunas gentes, de las que había dependido el poder político represivo, no querían que los demócratas conquistaran la democracia.
Es sencillo: con esa documentación presente, ¿quién iba a parecer, a ojos de la opinión pública, que había traído la democracia? Las personas por las que me pregunta tenían clara la respuesta. Sólo destruyendo esa documentación se podía modificar la verdad.
"Suárez pretendió una actualización del franquismo, pero manteniendo su esencia"
Escribe que a Suárez le obsesionó maquillar su pasado. Incluso cuenta cómo un historiador, requerido por él, fue tentado para escribir una biografía sin fuentes documentales, sólo con el testimonio del propio Suárez.
Cierto. Javier Tusell, el historiador, me lo contó a mí y a otros compañeros. Creo que al lector le puede interesar conocer esa parte de la verdad.
Le contaré un secreto: hace un tiempo, andaba yo escribiendo un reportaje sobre Suárez. Todo el mundo me hablaba muy bien de él y sentía que estaba escribiendo la vida de un santo. Pero sabía que, en los ochenta, tuvo muchos enemigos. Pregunté a un personaje histórico de la Transición: “¿A quién puedo llamar para equilibrarlo? ¿Quién fue y sigue siendo su adversario?”. Me respondió: “¡Óscar Alzaga!”. Usted.
¡Qué fama tengo! –arroja una sonrisa enigmática–.
En el libro, el retrato de Suárez es muy afilado: lo dibuja como un hombre de escasísima formación, un trepa que logró escalar en el régimen gracias a su habilidad para complacer a los superiores.
No quiero entrar en ese terreno al que usted me lleva.
No le llevo a ninguna parte: es lo que usted ha escrito.
El régimen deseaba algo que no tenía en los puestos importantes: gente relativamente joven. Sobre todo, si se planteaba continuar durante años. Había toda una generación a punto de morir, otros ya no tenían fuerza ni edad para la política. Había muy pocos cuadros jóvenes en el franquismo.
Y guapos. Muy pocos guapos.
Bueno, eso yo ya no lo sé. A mí no me gustan los… No sería capaz de puntuar del cero al diez la “guapura” de Adolfo Suárez. A lo que iba: tenían poca gente para esos menesteres y Adolfo era consciente de ello. Organizó su futuro político en esa dirección. Pretendió una actualización del franquismo, pero manteniendo su esencia. Ese fue su primer planteamiento. Le cuento otra cosa que recojo en el libro.
Adelante.
Cuando murió Franco y Juan Carlos I se hizo cargo de la jefatura del Estado, nombró un primer presidente del Gobierno, que pertenecía a la vieja guardia, Carlos Arias Navarro. Nos reunimos 32 amigos, la mayoría profesores universitarios, y redactamos un escrito. Un día antes de su difusión, el rey apartó a Arias Navarro y eligió, bajo la batuta de Torcuato Fernández-Miranda, a uno de esos pocos jóvenes: Adolfo. Pensaron que, mejorando la imagen, se podía sostener el núcleo duro del sistema autoritario.
El primer mes y pico de Adolfo fue un periodo vacío. Entonces, esos amigos escribimos una segunda edición del escrito. Incluimos a algunos más. Firmamos 48. El giro de Suárez empezó al día siguiente. Adolfo comenzó a comprender que el mantenimiento del franquismo no podía sobrevivir con meras reformas faciales. Aun así, pensaba en una democracia estrecha. Prueba de ello fue su empeño en no legalizar el Partido Comunista.
Pero, ¿eso no fue un logro de Suárez? Siempre presumió de ello.
¡Se lo apuntó! Tuvo que cambiar de opinión. Fue absolutamente determinante que nosotros convenciéramos a países análogos a los nuestros para que presionaran al máximo al gobierno de Suárez. Fue a través de la asamblea del Consejo de Europa.
"Suárez y Calvo-Sotelo transformaron a señores del Consejo Nacional del Movimiento en liberales, socialdemócratas, democristianos..."
Otro de los dardos que lanza y que desmitifica la Transición: cuenta cómo Suárez y quienes venían del franquismo les “utilizaron” a ustedes, los que habían hecho la oposición al régimen, para “legitimar” las listas de la UCD. Explíquese.
Comprendimos que una coalición electoral, en un país democrático, debía cerrarse mediante una transacción entre iguales. Entre las distintas familias políticas que iban a formar la UCD. Pues Leopoldo Calvo-Sotelo, por encargo de Suárez, no hizo nada de eso. Transformaron señores del Consejo Nacional del Movimiento en liberales, socialdemócratas, democristianos…
¿Por todo esto que hemos hablado rechazó ser ministro en dos ocasiones?
No exactamente. Uno no vale para todo. Yo tenía vocación de profesor de Derecho Constitucional, y no de político. Siempre que acepté cargos lo hice casi a regañadientes.
Vamos con otro nombre propio: Juan Carlos I. En su libro está lo que parece el principio de lo que hoy conocemos. Cuenta cómo el Rey logró una millonada de procedencia árabe para financiar la primera campaña electoral de UCD.
Me lo contó el tesorero del partido, Álvaro Alonso Castrillo. Era un buen letrado del Consejo de Estado, que estaba aterrado porque disponía de un dinero que había entrado a través de un banco oficial, el Banco Exterior de España. Esa cantidad llegó del extranjero y sin dejar constancia en ninguna parte. No se indicaba la procedencia. Al tesorero le dijeron que el rey había conseguido ese dinero para financiar la campaña de UCD.
¿Qué más datos de ese estilo le permitió conocer su papel privilegiado en aquel tiempo?
En aquel tiempo de la campaña electoral, no supe nada más de Juan Carlos I.
¿Y durante el resto de la Transición?
Del rey emérito no le voy a hablar más.
Usted es catedrático de Derecho Constitucional: ¿Juan Carlos I debería haber sido procesado con todos los datos que ya hemos conocido?
–Guarda silencio–.
Para abrochar la conversación, regresemos al presente: ¿lo construido en la Transición está hoy en riesgo?
El diálogo entre el Ejecutivo y la oposición, si hablamos de una democracia europea de calidad, debe ser de alto nivel expositivo, argumental y con buen conocimiento de las mejores fórmulas de gobierno. No es normal que ese diálogo sea tan áspero como para incluir descalificaciones sistemáticas del adversario. Tenemos gente de muy buen nivel en política, pero es muy poca.
¿Quién representa hoy los valores democristianos y centrados que usted defendió en aquel tiempo?
Nosotros desaparecimos como partido hace mucho tiempo. En Italia, los democristianos gobernaron durante años y lo hicieron bastante bien, pero se evaporaron. No cabe hacer comparaciones. El contexto es muy distinto.
Pero usted llegó a ser diputado mediante una lista electoral liderada por el PP. ¿Es hoy el partido más cercano a sus tesis?
No exactamente. Fue una coalición entre el PDP y Alianza Popular. Yo entré como presidente del PDP. Mi coalición fue con Alianza Popular. Pero todo esto no tiene nada que ver con lo que yo he escrito en el libro. Oiga, es que yo no estoy en el presente, sigo viviendo en el pasado.
Conoció de cerca el nacionalcatolicismo, lo padeció: ¿considera a Vox heredero de todo aquello o le parece una exageración de la izquierda?
No creo que Vox sea heredero del nacionalcatolicismo, más bien me parece un partido de extrema derecha. No es lo mismo. Se puede ser de extrema derecha sin ir a misa. No conozco a nadie de Vox, no tengo el gusto. No tengo información. No leo nada sobre ellos ni les he votado. Lo más prudente es que no hable de lo que no sé.
El Gobierno propone una reforma federal de la Constitución. Si no le parece una solución, ¿qué haría usted, que fue ponente en la comisión constitucional, para aliviar las tensiones territoriales?
Yo soy federalista, lo he sido siempre. En la ponencia de la Constitución, quien impulsó hábilmente el sistema de ordenación territorial hacia lo autonómico fue Miquel Roca. Los tres ponentes de UCD son personas merecedoras de todo el respeto, trabajadoras, serias, pero ninguno era profesor de Derecho Constitucional. Y el Derecho Constitucional es una ciencia de la que, sin ser profesor, es difícil saber mucho.
Se aceptó el sistema autonómico. Se hizo un pacto entre Roca y los tres ponentes de UCD. Frente a esa postura quedaron los otros tres, que defendían el sistema federal. Landelino Lavilla, entonces presidente de las Cortes, de quien tengo un magnífico recuerdo, me llamó a su despacho: “¿Cómo ves el texto de la ponencia?”. Le expliqué las razones por las que no me convencía el modelo autonómico. El derecho, por lo general, se construye mediante el seguimiento de sistemas que han funcionado bien. Le pareció interesante y me organizó una cita con el presidente Suárez.
Mano a mano, le expliqué mis reservas a Adolfo. Me cortó y me dijo: “Sí, pero el sistema federal ya fracasó en España”. ¡No ha estado vigente nunca! Añadió: “En la primera República”. Pero no es cierto, el proyecto federal de entonces ni siquiera se puso en marcha. Suárez, que sabía muy poquito de Derecho Constitucional, se dio cuenta de su error y cambió de tema. Ahí se terminó el asunto.