Cerraron los bares, nos mataron en vida. Alarma...
Digo que en su vida se ha visto en tal aprieto el presidente Sánchez, con su alarma, con su paquete de medidas, sus medidas de choque y su choque de paquete para contentar a no sé quién en no sé qué croquetillas de flexibilidad para las empresas y las familias. No cobraremos y habrá que hacerse al cuerpo...
Mientras Begoña Gómez gritaba que Madrid sería la tumba del fascismo desatendiendo a pigmeos en el 8-M, Irene Montero no bostezaba, sino que hacía caso, a su entender, de las recomendaciones de la OMS. El Gobierno tenía todo de camarote de los hermanos Marx y el virus, al final, volvió a casa acompañado y sobrio.
Lo mollar de esta cuestión del virus que ni muere y que nos mata es cómo vamos asumiendo que somos contingentes y volátiles, que diría el otro. Madrid, contradiciendo a los propios gritos de Begoña Gómez, es que será la tumba de España.
O lo será un poquito, que con eso de la privatización y la externalización, Madrid, lo que es Madrid, es una Mancha con tejados a dos aguas y hospitales en los que sólo los ricos mueren con amor.
Volvamos, pues, a este Sánchez al que se le vio segregar sudor y adrenalina por primera vez desde que lo conocemos, y eso que lo vimos renacer desde un estanque en Dos Hermanas. Las quijadas le aprietan hasta las habitaciones últimas del alma y se enfrenta al atril y a la opinión pública, que desde Rajoy y desde Pujol sabemos que es morcillona y tragadera.
Sánchez tiene la mirada perdida en un vuelo de hospitales concertados, antivíricos y algo de movilización de recursos que le han dicho por el guasap. Los médicos se fueron a Holanda y pasa que no vuelven.
Ni Sánchez ni yo sabemos de epidemiología, pero yo creo en la Sanidad Pública y Pedro, según sus palabras, en la "ciencia". La ciencia avanza que es una barbaridad, a decir de Don Hilarión, pero en Moncloa los cerezos se blanquearon antes de tiempo y así nos va: florecidos.
Sánchez, en la foto que nos ocupa, se enfrenta al micrófono. Parece el Grito de Munch pasado por el peinado de Iván Redondo, para el que toda crisis es una oportunidad para sí y para hacerse genuflexiones a sí mismo.
Cayó la alarma y callaron los televisores. Sánchez dijo que el heroísmo era lavarse las manos y nos cerraron los bares. Nos mataron en vida y no sabremos si en quince días volverá a reír la primavera.
Sánchez se puso solemne, y yo me acongojé.