La definición de visionario de la RAE tiene dos acepciones. Es un adjetivo que describe a alguien que, "por su fantasía exaltada, se figura y cree con facilidad cosas quiméricas", pero también sirve para definir a quien "se adelanta a su tiempo o tiene visión de futuro". Ambas son aplicables a alguien como Elon Musk que, tras un año frenético, es el protagonista de uno de los eventos editoriales del año, la biografía escrita por el periodista Walter Isaacson (publicada en España por Debate), ya disponible en librerías.
Isaacson, biógrafo de personalidades como Leonardo da Vinci, Albert Einstein, Henry Kissinger o Steve Jobs —con quien Musk guarda más de un parecido—, desgrana la trayectoria del fundador de Tesla y SpaceX desde la tremenda huella que dejó en él un padre cruel y despótico hasta el primer y frustrado lanzamiento de la nave Starship. Y sí, el gigantesco cohete explotó en mil pedazos en plena trayectoria ascendente, pero Musk no es un tipo que se rinda fácilmente: ya prepara el segundo lanzamiento con la convicción de que puede marcar un hito en la exploración espacial como en su día hizo el Falcon 9.
A lo largo de las más de 700 páginas del libro, Isaacson retrata a través de entrevistas con el propio Musk y más de 100 personas de su entorno familiar y laboral todas las facetas de un tipo que, más que parecerse al Dr. Jekyll y Mr. Hyde, tiene personalidad múltiple. El hombre más rico del mundo pasa "del ánimo sombrío al humor idiota" en menos de lo que se tarda en decir su letra favorita, que le obsesiona desde sus inicios.
Mientras muchos se preguntan si está loco o se lo hace, si todo es fruto de un síndrome de Asperger nunca diagnosticado o de la personalidad propia de un genio con alma de abusón, aquí reunimos algunas de las claves de su camino como gurú tecnológico. En él no faltan caídas y resurrecciones, chispazos de ingenio y fanfarronadas de un perfecto bocazas, pero sobre todo la determinación propia de quien no está dispuesto a renunciar a nada con tal de conseguir sus objetivos. Cueste lo que cueste.
La ola de Internet
"Necesito subirme a la ola de Internet". Eso le dijo Musk en 1995 a Robin Ren, compañero suyo en la Universidad de Pensilvania. Por aquel entonces, el hoy multimillonario ya llevaba años hablando de construir cohetes que fueran a Marte, intentaba ligar con chicas abordando las dificultades de fabricar coches eléctricos y estaba obsesionado con la energía solar... pero su primer intento de abrirse camino en el mundo tecnológico sería en la red de redes.
Lo hizo con algo tan prosaico como una versión online de las páginas amarillas. Inicialmente se llamó Virtual City Navigator, pero pronto se convirtió en Zip2, una versión primigenia de Google Maps y Yelp en la que Elon y su hermano Kimbal combinaron una base de datos de mapas con un listado de empresas de cada zona. ¿Su receta? Maratones de codificación hasta la madrugada, atracones de videojuegos y una incapacidad total para empatizar con sus escasos y quemados trabajadores.
Tras la venta de Zip2 por 307 millones de dólares en enero de 1999, Musk buscaba una nueva aventura. Por eso fundó X.com, que más tarde se aliaría con Paypal y que pretendía ser un negocio integral para todas las necesidades financieras: banca, compras digitales, tarjetas de crédito, inversiones y préstamos. No llegó a tanto, pero sí sentó las bases de lo que luego se convirtió en norma en sus sucesivas empresas: "fijar un plazo descabellado e impulsar a sus colegas a cumplirlo", relata Isaacson.
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También desarrolló técnicas de marketing viral, como las recompensas para los usuarios que inscribieran a sus amigos, y apretó las tuercas a sus programadores para conseguir en tiempo récord la interfaz de usuario más limpia y sencilla posible. "La perfeccioné para reducir al mínimo el número de pulsaciones de teclas para abrir una cuenta", explica el propio Musk, que acabó con los largos formularios con datos a rellenar como el domicilio y el número de la seguridad social. "¿Para qué necesitamos eso? ¡Borrémoslo!", repetía como un mantra.
Como un cohete
En apenas tres años, Musk se las había arreglado para ser expulsado de las dos empresas que había fundado (eso sí, con los bolsillos llenos de millones) por encontronazos con cofundadores o inversores. "Era un visionario que no funcionaba bien con otros", alega su biógrafo.
Desde entonces, no ha dejado que nadie le haga sombra o dispute su liderazgo. Entre otras cosas, porque lo considera un mandato casi divino, sin importar los riesgos. "Yo deseaba mantener la esperanza de que los humanos pudiéramos ser una civilización espacial y estar ahí fuera entre las estrellas. Y no habría ninguna oportunidad de ello a menos que se pusiese en marcha una nueva compañía capaz de fabricar cohetes revolucionarios", señala Musk sobre la motivación detrás de SpaceX.
Así, lo que empezó en 2002 con una iniciativa sin ánimo de lucro para avivar el interés por una misión tripulada a Marte ha terminado como la empresa aeroespacial más importante del mundo, cambiando de principio a fin cómo se diseñan, construyen y lanzan los cohetes espaciales, que en el caso de los Falcon 9 son reutilizables. Si Musk tuvo una guía para conseguirlo, esa fue la de cuestionar todos los costes, empezando por los componentes, con precios diez veces más elevados que los de la industria automovilística.
"Todos los requisitos debían ser tratados como recomendaciones" y "un sentido maniaco por la urgencia" se establecieron como normas básicas para los trabajadores de SpaceX. Cuando las cosas no salían bien, el propio Musk hacia una de sus apariciones de emergencia, con las que se ganaba el favor de los técnicos e ingenieros.
En las navidades de 2003, aparecieron unas grietas en el material difusor de calor en los primeros motores Merlín que debían propulsar el Falcon 1. El resultado fueron tres carísimas cámaras de empuje resquebrajadas, lo que implicaba retrasar varios meses el calendario de lanzamiento. "No podemos tirarlas", dijo Musk a Tom Mueller, ingeniero aeroespacial y cofundador de SpaceX. "No hay manera de repararlas", le contestó Mueller. Y esas son las respuestas que alguien como Musk no acepta.
El magnate tuvo una idea que Mueller consideró disparatada: aplicar una capa de pegamento epóxico para que se filtrara en las grietas. Así que, en vez de ir a una fiesta navideña a la que tenía previsto asistir, se plantó en la fábrica de SpaceX de Los Ángeles y pasó toda la noche participando directamente en la operación. La solución fue un fracaso y tuvieron que rediseñar las cámaras de empuje, pero se estableció un patrón: "probar ideas novedosas y estar dispuesto a volar las cosas por los aires".
Fabricando Teslas
En paralelo a los esfuerzos para que la humanidad se convierta en una especie multiplanetaria, Musk empezaba a dar forma a su otra gran misión: la electrificación del parque automovilístico. Para variar, la iniciativa la tomaron otros, en concreto J.B. Straubel, un ingeniero que tuvo la idea de conectar miles de baterías de iones de litio para poder fabricar coches eléctricos con gran autonomía. Nadie quiso financiarle salvo Musk, que en su día había trabajado en el desarrollo de supercondensadores en Stanford con el mismo objetivo.
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Aquellos fueron los primeros pasos de Tesla, que no estuvieron exentos de baches, amenazas de bancarrota y luchas de egos, en las que casi siempre acababa imponiéndose Elon, por las buenas... o por las malas. Pronto volvió a salirse con la suya, en parte gracias a su trastorno obsesivo compulsivo por controlar y supervisar todos los aspectos del proceso de diseño y manufactura, primero del Roadster, y después de los Model S y Model X.
Mientras la tendencia entre las grandes empresas de EEUU era la de trasladar sus fábricas a terceros países, donde la mano de obra era más barata, Musk decidió establecer las fábricas de Tesla en suelo norteamericano y fabricar la mayoría de sus propios componentes. Y vio el cielo abierto cuando Toyota puso en venta una fábrica en Fremont (California), que había llegado a estar valorada en 1.000 millones de dólares. La compró finalmente por 42 millones, además de conseguir una inversión de Toyota en Tesla de 50 millones: un negocio redondo.
Y aquí, en el rediseño de esa fábrica (que luego ha aplicado también a sus fábricas de baterías), es donde se basa gran parte del éxito de Tesla: "Musk puso los cubículos de los ingenieros justo en un extremo de las líneas de montaje, para que pudieran [...] oír las quejas de los trabajadores cada vez que alguno de los elementos de diseño causara un retraso.
En ocasiones, Musk obligaba a los ingenieros a recorrer las líneas de producción con él. Su propio escritorio estaba en el centro de todo, en campo abierto, sin paredes que lo ocultaran, y guardaba una almohada bajo la mesa para pasar allí la noche cuando quisiera", rememora Isaacson. Un mes después de comprar la fábrica, Tesla salió a bolsa. Al acabar el día, sus acciones habían subido más de un 40%.
Zafarrancho en Twitter
La compra de Twitter por parte de Elon Musk empezó como un sainete, con su entrada en las oficinas de la compañía en San Francisco portando un retrete, y puede acabar en tragedia, con su dueño enzarzándose en todas las polémicas posibles, incluidas acusaciones de antisemitismo. De por medio, una factura de 44.000 millones de dólares, despidos masivos, amenazas directas a empleados, anunciantes y competidores, sumados a una manera muy particular de entender la libertad de expresión son los síntomas de un futuro incierto.
Casi un tercio del libro de Isaacson se centra en este último año, desde el interés inicial de Musk por entrar en el consejo de administración de la red social para controlar "el virus woke" hasta el desarrollo de su propia compañía de inteligencia artificial, xAI. En este último periodo, Elon parece estar en un perpetuo "modo demonio" (como lo describe Grimes, su exnovia y madre de tres de sus diez hijos, uno de ellos desconocido hasta la publicación de este libro), dispuesto a casi cualquier cosa.
Isaacson compara Twitter con el patio del colegio, ese lugar en el que Musk recibió más de una paliza en su Pretoria natal. "En el caso de Twitter, los niños listos acumulan seguidores en vez de llevarse un empujón escaleras abajo. Y si eres el más rico y el más ingenioso de todos, hasta puedes decidir, a diferencia de cuando eras un niño, hacerte el rey del patio".
Y eso es lo que hace desde que lo compró: reinar sin importarle mucho lo que piensen los demás. La X que ahora preside lo que hasta hace poco era Twitter es el campo de batalla definitivo para su ego y su paranoia desmedidas: una empresa donde hace y deshace a voluntad, ya sea despidiendo a dos tercios de la plantilla o arrancando los servidores con una navaja para llevárselos a otro sitio y ahorrar costes. Tal cual.
Musk consideraba un despilfarro muchas de las maneras de operar de Twitter, entre ellas lo que pagaban por alojar sus servidores en un centro de datos. En vez de hacer una migración, que sería más segura pero necesitaría más tiempo, convocó a sus trabajadores más leales para trasladar por sí mismos los servidores a otro centro de datos, mientras sus ingenieros se llevaban las manos a la cabeza.
"Musk se volvió hacia su guardia de seguridad y le pidió que le prestase su navaja de bolsillo. Con ella, fue capaz de levantar una de las rejillas de ventilación del suelo, lo que le permitió forzar la apertura de los paneles. Él mismo se deslizó por debajo del suelo del servidor, utilizó la navaja para abrir un cuadro eléctrico haciendo palanca, desenchufó el servidor y esperó a ver lo que ocurría. No explotó nada. El servidor estaba listo para su traslado. A esas alturas, Musk estaba totalmente emocionado. Aquello era, exclamó con una sonora carcajada, como un remake de Misión imposible", relata Isaacson.
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El problema es que, desde entonces, X sigue teniendo caídas y fallos graves, como el borrado accidental de fotos y archivos históricos o la presentación interruptus de la candidatura del gobernador republicano Ron DeSantis. "Aún hay mierda que no funciona por eso", confiesa Musk a Isaacson. En cualquier caso, consiguió su objetivo: ahorrarse unos cuantos millones de dólares y seguir infundiendo en sus trabajadores esa épica del genio que se arremanga junto a ellos para hacer el trabajo sucio. "La aventura demostró a los empleados de Twitter que Musk iba en serio cuando hablaba de la necesidad de un sentido maniaco de la urgencia".