Es una sensación extraña encontrarse una mañana en televisión a un casi candidato a las presidenciales llamándote "traidor".
Y sigue diciendo: "Absoluto traidor".
Y de nuevo: "Un traidor por excelencia".
Y una vez más: "He 'leído y releído' su ensayo La ideología francesa y este traidor, sostengo, se ha pasado la vida yendo 'en contra de Francia'".
¿En qué clase de hombre se convierte este casi candidato el día que cruza esa línea?
¿Tiene, en el bolsillo o en la cabeza, una lista negra de "absolutos traidores"? ¿Qué hará con ellos el día que llegue al poder, Dios no lo quiera? ¿Los condenará al ostracismo, como en Atenas? ¿Los sentenciará a la guillotina, como en 1793? ¿Los mandará ejecutar, como en los regímenes totalitarios? ¿Señalar con el dedo, como dijo Jules Vallès, es el equivalente a poner en la picota de tiempos de paz?
Los partidarios de Éric Zemmour no se contuvieron, e inmediatamente iniciaron el linchamiento por Twitter.
Estoy acostumbrado, por supuesto.
Un día, los melenchonistas; otro, la familia Le Pen y los idiotas que bien les sirven.
A veces, la extrema izquierda, que desde hace cuarenta años me llama sionista, enemigo de la humanidad; a veces, como en este caso, la extrema derecha, que, en lugar de responder a mis argumentos, me hace saber que, si nos atenemos a sus deseos, no hay lugar para mí en esta nación.
En cualquier caso, me resulta escalofriante.
Porque, en el fondo, ¿de dónde venía tanta inquina?
En mi columna, puse de relieve tres declaraciones del señor Zemmour que no habían hecho los Le Pen, ni padre ni hija.
1. El desprecio por las jóvenes víctimas de Mohamed Merah, transformadas póstumamente en "malos franceses" con el argumento de que sus familias las enterraron en Israel: ¡un amante de la historia de Francia podría haberlas comparado, ya que las víctimas del terrorismo son también víctimas de la guerra, con los soldados de Bonaparte caídos en el asedio de Saint-Jean-d'Acre! ¡Podría haber recordado a André Malraux señalando que, en todos los caminos de Oriente, hay caballeros, hombres valientes, grandes franceses, enterrados fuera de Francia! Pero ¡no! ¡Él prefiere convertirlos en potenciales traidores!
2. El insulto a Simone Veil, a la abuela de Robert Badinter, a todos los judíos a los que la policía francesa decidió perseguir o deportar. Pensábamos que esos muertos ya estaban a salvo del negacionismo, que siempre supone una segunda muerte; ¡pero no! ¡se repite! ¡no acaba nunca! Y una vez más debemos recordarle al señor Zemmour que, de los niños judíos detenidos durante la redada del velódromo de invierno, ¡tres cuartas partes no eran "extranjeros", sino franceses!
3. Y, a continuación, sus desconcertantes declaraciones sobre el asunto Dreyfus, que, según él, no está tan "claro" como parece: ¿quién sabe, se pregunta el señor Zemmour, si el documento "supuestamente falsificado" que sirvió para confundir al valiente capitán era o no "de su puño y letra"? Y ¿quién sabe si no era realmente el traidor, a sueldo de Alemania, el que Édouard Drumont retrató en su momento?
Esas tres afirmaciones han alimentado el odio contra los judíos durante un siglo.
Esas historias de "dobles alianzas", la rehabilitación del Gobierno de Vichy y el revisionismo del caso Dreyfus han sido siempre el combustible del antisemitismo "de derechas".
Ese antisemitismo estaba desapareciendo.
Bajo el efecto reparador del trabajo de los historiadores y de quienes, desde hace cuarenta años, instruyen el caso de La ideología francesa, ese antisemitismo fue perdiendo credibilidad y poder.
Uno de otro tipo, por supuesto, tomó el relevo; un nuevo antisemitismo, disfrazado de antisionismo y procedente de la izquierda, estaba causando terribles estragos; pero eso era todo. Había uno de los dos frentes en los que la canalla se mantenía a raya; ahora, el señor Zemmour vuelve a incendiarlo, y lo hace, nos guste o no, con el respaldo de su nombre.
Hace unos meses, los sondeos le daban a la extrema derecha un 25% de los votos.
Ahora, con dos candidatos, se acerca, o a veces supera, un tercio del electorado.
Por no hablar de la franja del partido de Los Republicanos (gaullista y liberal-conservador) que se está preparando para una "coalición de derechas" antinatural y suicida.
Veremos, en los próximos meses, cómo se perfilan las cosas.
Nos corresponderá a cada uno de nosotros elegir el nombre de la persona que, según el juicio de cada cual, está en mejor posición para servir de dique de contención ante la marea negra de la estupidez, la mediocridad y el odio.
De momento, y para los que no votarían ni a Macron ni a la izquierda, hay algo verdaderamente urgente.
Redescubrir el aliento del discurso de Jacques Chirac en el velódromo de invierno.
El de un gaullismo que los defensores de Vichy han instrumentalizado sin pudor alguno.
Reconectar, sea cual sea su rostro, con el conservadurismo republicano, aroniano, tocquevilliano que, cuando se mantiene fiel a sí mismo, es uno de los baluartes de la democracia.
Lo he dicho muchas veces en este espacio en los treinta años que llevo escribiendo esta columna: la extrema derecha se hace fuerte con la flaqueza y la cobardía de la derecha. Cuando esta última resistió fue cuando conseguimos bloquear al extremismo en el siglo XX.
Que no espere demasiado, pues, para entrar en razón y enarbolar sus propios valores.
Entre ella y los racistas, los misóginos, los que se oponen a la "mezcla totalitaria y castradora", los homófobos, los putinistas, en fin, los incendiarios de almas, no hay compromiso posible, la lucha es a muerte.
Y el resultado de esa lucha es asunto, no solo de la derecha, sino de toda Francia.