En la noche del jueves 27 de junio, al ver como Joe Biden abandonaba el plató de la CNN tras haber confirmado los peores temores sobre su estado cognitivo durante el debate cara a cara con Donald Trump, un comentarista político llamado Tom Friedman comenzó a redactar una columna de opinión que sería publicada pocos minutos después en The New York Times.
"He visto el debate entre Biden y Trump en la soledad de una habitación de hotel en Lisboa y me he echado a llorar", comenzaba diciendo Friedman. "No recuerdo haber presenciado un momento tan desgarrador en la historia de las campañas presidenciales estadounidenses, y es desgarrador precisamente por lo que ha revelado: Joe Biden, un buen hombre y un buen presidente, no debería aspirar a la reelección".
Friedman no fue un caso aislado. Significativo, sí, por haber sido confidente de Biden durante años. Pero su voz se sumó a la de tantos opinadores de prestigio entre el electorado del Partido Demócrata que salieron aquella noche a pedir la renuncia de Biden. Ahí estaba Nicholas Kristof, por ejemplo, o Paul Krugman. Compañeros de Friedman en la sección de Opinión del Times. También Ian Bremmer, del think tank Eurasia Group. Y, por supuesto, el analista Ezra Klein. Aunque este lo que hizo fue reafirmar lo que llevaba meses diciendo: el Partido Demócrata debía encontrar otro candidato.
El debate presidencial, en fin, puso a Biden en la diana del entramado mediático afín. Fue entonces cuando sus asesores miraron con preocupación hacia sus compañeros de filas, el Partido Demócrata, preguntándose si se subirían a ese carro. A modo de medida preventiva, aclararon que Biden se encontraba resfriado y que, además, en las últimas semanas había viajado mucho. Por tanto era comprensible –añadieron– que en el estudio de la CNN, frente a Trump, no hubiese ofrecido la mejor versión de sí mismo.
Las explicaciones no convencieron a nadie, pero el Partido Demócrata no deja de ser eso, un partido político, y como en tantos otros el futuro dentro del mismo depende de saber calibrar bien las lealtades y sus tiempos. Consecuentemente, durante unos días primó el silencio. Existieron infinidad de llamadas a reporteros de confianza expresando dudas, sí, pero siempre off the record. Sin nombres. Entre medias, varios peces gordos –Barack Obama, Nancy Pelosi, Bill Clinton– mostraron su apoyo a Biden. Éste, por su parte, trató de recuperar la confianza de los dubitativos mostrándose resuelto y enérgico en un par de mítines.
Fue el martes 2 de julio cuando apareció el primer camarada pidiendo su jubilación: el congresista texano Lloyd Doggett. Citó la caída en las encuestas que se estaba registrando tras el debate en varios distritos electorales a modo de justificación. Poco antes el congresista Jim Clyburn, de Carolina del Sur y fundamental en la victoria conseguida por Biden en 2020, dijo que si éste se retiraba no tendría ningún problema en respaldar a Kamala Harris.
Una vez abierta la veda, fueron surgiendo voces similares. Raúl Grijalva, un congresista de Arizona, se pronunció el miércoles 3 de julio. "Si él es el candidato, le apoyaré, pero creo que es momento de buscar en otro lugar", declaró. Seth Moulton, un congresista de Boston, hizo lo propio el jueves 4 de julio. A Moulton le siguió, el 5 de julio, Mike Quigley, un congresista de Illinois, que no pudo morderse la lengua después de ver cómo horas antes Biden le decía al presentador televisivo George Stephanopoulos, de ABC News, que solo Dios podría lograr su retirada.
Sin embargo, reforzado por quienes salieron en ese momento en su apoyo –los congresistas negros Steven Horsford, Maxime Waters, Bennie Thompson, Gregory Meeks y el congresista de origen filipino Bobby Scott–, la campaña de Biden se enrocó. Alegando que el electorado, y sobre todo el voto afroamericano, estaba de su parte rechazó las llamadas a la renuncia diciendo que éstas procedían de las élites político-mediáticas y que Biden solo se debía a la gente.
Las encuestas, empero, señalaban lo contrario: la mayoría de los potenciales votantes del Partido Demócrata le querían fuera de la papeleta. Por eso las voces llamando a su resignación siguieron llegando: Angie Craig, Adam Smith, Mikie Sherrill, Pat Ryan, Earl Blumenauer, Hillary Scholten, Brad Schneider, Ed Case, Greg Stanton, Marie Gluesenkamp Perez, Jim Himes, Scott Peters, Eric Sorensen, Brittany Pettersen y Mike Levin se pronunciaron en su contra entre el 6 de julio y el 12 de julio, que fue el periodo durante el cual Biden confundió a Volodímir Zelenski con Vladimir Putin en una rueda de prensa. Además, durante esa semana la protesta se extendió a la Cámara Alta con el senador Peter Welch publicando una columna de opinión en el Washington Post en la que decía que Biden debía marcharse a casa "por el bien del país".
Y entonces llegó el 13 de julio y el atentado contra Trump durante el mitin que estaba pronunciando en un pueblo de Pensilvania llamado Butler. Tras ser alcanzado en la oreja por unos disparos que tenían por objetivo acabar con su vida (y que mataron a uno de los asistentes), Trump detuvo momentáneamente a los agentes del Servicio Secreto que le estaban evacuando para dirigirse, con la cara regada de sangre y el puño alzado, a unos asistentes que le aplaudieron enfervorizados.
El episodio dio un respiro a Biden, que vio cómo durante unos días los corresponsales políticos dejaban de hurgar en la crisis interna del Partido Demócrata para centrarse en los detalles del atentado. El problema para el presidente es que lo sucedido reforzó el carisma –y la ventaja en las encuestas– de Trump. Y es que muchos norteamericanos, independientemente de su ideología, no pudieron evitar comparar la reacción tan sumamente alfa de Trump con las performances harto erráticas de Biden. No había color.
Así, tras cuatro días de calma tensa, volvieron las voces. El congresista Adam Schiff salió el 17 de julio a decir que Biden debía pasar la antorcha y a la mañana siguiente fue el congresista Jamie Rakin quien reconoció públicamente llevar dos semanas presionando en privado al presidente. A todos ellos se han sumado, en los últimos días, once congresistas y cuatro senadores más.
Sin embargo, lo que parece haber terminado por obligar a Biden a anunciar, en la noche del domingo, su retirada de la carrera electoral habría sido la postura de cuatro figuras importantísimas para él y para el Partido Demócrata en su conjunto: Pelosi, Obama, el congresista Hakeem Jeffries (líder del partido en la Cámara de Representantes) y el senador Chuck Schumer (líder del partido en el Senado).
Según The New York Times, los dos últimos –Jeffries y Schumer– llevarían días trasladándole, en privado, su frustración y desesperanza. En cuanto a los dos primeros, Biden, que es perro viejo, habría visto en el silencio que les ha caracterizado durante el último par de semanas una forma de avalar las protestas del partido. Y sin estos cuatro primeros espadas –habría concluido el mandatario– no hay mucho que uno pueda hacer.
De ahí una renuncia que llega, por cierto, horas después de una encuesta que muestra a Trump siete puntos porcentuales por delante de Biden en Michigan. Uno de esos estados plagados de indecisos que, según dicen los expertos, serán los que determinen quién se alza con la victoria el próximo noviembre.