Las victorias y las derrotas hay que medirlas según la magnitud del adversario. El Partido Republicano se plantó en las midterms del pasado martes con la clara intención de asestar un golpe definitivo a sus rivales demócratas y, en concreto, a la administración Biden. Si las elecciones legislativas siempre se han prestado al castigo al partido en el poder - en los últimos cuarenta y cinco años, solo George W. Bush (2002) ha conseguido que su partido repitiera mayoría en las dos cámaras del Congreso-, estas en concreto tenían un intenso aire a plebiscito sobre la gestión de Biden de la pandemia, la economía y la agitada política exterior.
En un contexto en el que la aprobación del presidente apenas se asomaba por encima del 40%, la oportunidad parecía ideal para lograr una mayoría holgada en la Cámara de Representantes y conseguir el control del Senado después de solo dos años de ajustadísima mayoría demócrata. Aunque el proceso de recuento es largo y tortuoso y puede darse a juicios precipitados, sabemos que ese golpe definitivo a la presidencia de un Joe Biden ya anciano, visiblemente cansado y metido en demasiadas peleas internas y externas, no se va a dar.
Aunque la Cámara de Representantes tendrá una mayoría republicana, está por ver si será suficiente como para hacer una oposición frontal a las políticas de Biden. El problema lo tiene el GOP en casa: Trump, a través de su movimiento MAGA, se empeña en enfrentar a republicanos "buenos" -los más de doscientos negacionistas que han conseguido algún cargo institucional en estas elecciones- y los "malos" -Republicans In Name Only, como los llama él- que, compartiendo los valores conservadores que han marcado siempre a este partido, renuncian a la conspiración y al mesianismo.
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Ese enfrentamiento interno, sin duda ha lastrado sus opciones reales en estas elecciones, y en ningún sitio se ha visto más claro que en el Senado, donde, aunque el GOP aún tiene posibilidades de darle la vuelta a la tortilla, de momento, lo único que sabemos seguro es que, respecto a 2020 y pese a la debilidad del rival, han perdido un escaño: el de Philadelphia, donde el doctor Mehmet Öz no ha sido capaz de repetir los triunfos de Pat Toomey en las anteriores dos convocatorias. Todo ello, pese a que su rival en las urnas, John Fetterman, está aún en proceso de recuperación del ictus que sufrió en mayo de este año.
Wisconsin, la piedra que edifica la remontada
Öz es un buen ejemplo de adónde puede llevar esta deriva del Partido Republicano basada en el populismo y el culto a la personalidad. Cardiólogo de origen turco, Öz se hizo famoso por sus polémicas apariciones en El Show de Oprah Winfrey, dando pábulo a todo tipo de tratamientos que coqueteaban con la pseudociencia. Aunque en un principio no fuera el candidato elegido por Trump para el puesto -lo era el militar retirado Sean Parnell-, el expresidente no tardó en arrimarse al famoso televisivo cuando se decidió a presentarse. Con el apoyo de Trump, Öz ganó las primarias este verano, pero no pudo con Fetterman y su derrota puede costarle la mayoría a los republicanos.
Una mayoría que, ahora mismo, depende de que puedan imponerse en dos de las tres carreras electorales que aún no se habían decidido el miércoles. La victoria del senador Ron Johnson en Wisconsin, ante el aspirante demócrata Mandela Barnes, da un poco de aire a los republicanos, que tan mal rato pasaron en los estados del "cinturón de acero" en la cita electoral de 2020, cuando todos se escaparon por unas pocas décimas en recuentos eternos.
Ron Johnson tiene una relación política extraña con Trump. Por un lado, siempre ha querido poner una cierta distancia con el expresidente. Por el otro, su nombre apareció sorprendentemente en la investigación parlamentaria del intento de golpe de estado del 6 de enero, como autor de un par de mensajes de texto en los que ofrecía a los abogados de Trump mandar un grupo de falsos electores para que el vicepresidente Pence tuviera que declarar nulo el resultado en su estado. Preguntado al respecto, Johnson siempre se ha mostrado evasivo. No es un MAGA de línea dura, como sí lo son los tres hombres cuyas derrotas pueden salvar el Senado para los demócratas.
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Puerta grande o enfermería
Si Wisconsin se inclinó hacia el lado republicano, las otras tres carreras electorales parecen ahora mismo imposibles de predecir. De hecho, lo único que sabemos casi seguro a estas alturas es que en Georgia habrá una repetición, pues ni el senador demócrata Raphael Warnock ni el aspirante republicano Herschel Walker conseguirán, salvo milagro, llegar al 50% que exige la ley electoral para nombrar un ganador en primera vuelta. Esta situación ya se dio en 2020 y de hecho fue la clave para que los demócratas recuperaran el Senado después de seis años de mayoría republicana.
Walker, exjugador profesional de fútbol americano, es un devoto de Trump, pero su elección se ha demostrado poco juiciosa. Pese al atractivo popular de su figura en virtud de su pasado como atleta, Walker ha desperdiciado una amplia ventaja en las encuestas por sus escándalos con distintas mujeres que aseguran que les pidió que abortaran… cuando en público se muestra como uno de los mayores defensores de las leyes antiaborto recién aprobadas por el Tribunal Supremo.
Otro devoto de Trump es Adam Laxalt. Laxalt, que ha calificado al partido demócrata como "un partido de izquierda radical" y ha mostrado su intención de mandar a la izquierda "al vertedero de la historia", ganó las primarias republicanas en Nevada gracias al apoyo de Trump. Aunque Trump hubiera perdido el estado en 2020, las encuestas daban a Laxalt como ganador ajustado. Al 80% del voto escrutado, mantiene una ventaja de unos veinte mil votos sobre la senadora Cortez Masto. El problema para los republicanos es que aún queda por volcar el voto por correo, que se espera que, sobre todo en la zona de Las Vegas, sea mayoritariamente demócrata.
Por cuestiones de burocracia -se acepta cualquier voto fechado hasta el mismo día de las elecciones-, hasta el viernes no sabremos quién ha ganado en Nevada. Tras la derrota de Öz y el empate de Walker, el movimiento MAGA necesita aportar una victoria cuanto antes si quiere de verdad mantener la hegemonía sobre el resto del partido. Una victoria que, por otro lado, también podría conseguir Blake Masters en Arizona, aunque tampoco lo tiene fácil.
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Arizona, donde el 'trumpismo' se ha hecho iglesia
Si hay un estado que ejemplifica el viraje del Partido Republicano hacia un trumpismo acrítico, ese es Arizona, donde John McCain fue senador desde 1987 hasta su muerte en 2018. McCain, candidato a la presidencia en 2008 contra Barack Obama, fue en su momento un hombre querido y respetado por su moderación y su pasado como veterano de guerra. Todo eso lo tiró por tierra Donald Trump con una ristra de ataques de una crueldad inusitada que dividió por completo al republicanismo en Arizona y que, tal vez, le costó el estado en las elecciones presidenciales de 2020.
El Partido Republicano de Arizona está totalmente controlado por Trump y el movimiento MAGA. La sorprendente elección de Kari Lake, una periodista televisiva con lazos en el pasado con los demócratas, como candidata a gobernadora vino acompañada de la victoria en las primarias al Senado de Blake Masters, un joven empresario de 36 años sin experiencia política previa, y que, por supuesto, no tiene problemas en repetir que las elecciones de 2020 fueron "un robo". Masters, colaborador del magnate Peter Thiel, cofundador de PayPal entre otras empresas, tiene un déficit de unos noventa mil votos respecto al senador Mark Kelly, con el 68% escrutado.
Con todo, la tendencia de recorte de ventaja desde el inicio del recuento hace pensar que puede llegar al final del mismo con muchas opciones. De nuevo, como decíamos en el caso de Laxalt, es un triunfo necesario para el movimiento MAGA. Basta imaginar lo que supondría para Trump el hecho de que fueran cuatro de sus candidatos los responsables de la derrota de los republicanos en el Senado… dos años después de que su propia presencia en las papeletas provocara el cambio de manos a favor de los demócratas.
El futuro lúgubre para ambos líderes
El hecho de que Trump lleve dos años hablando de robos y conspiraciones y que, como hemos dicho, controle a más de doscientos representantes públicos que han sido elegidos en estas elecciones a base de repetir sus mentiras, no puede ocultar un hecho: en 2020, Trump perdió por siete millones de votos y tuvo la peor derrota en el colegio electoral de un presidente en el cargo desde George H. Bush en 1992. Sin ese batacazo, no se entiende que el Partido Republicano perdiera también las dos cámaras del Congreso.
No deja de ser extraño que tanto las bases como buena parte de las organizaciones federales han decidido encomendarse a Trump y a MAGA para arreglar su propio desaguisado. Ahora bien, gastado el recurso de la pataleta, hacen falta resultados. Si el premio de tanto sectarismo es una victoria por los pelos en la Cámara de Representantes y una derrota en el Senado, ya puede ir preparando Ron DeSantis su candidatura para 2024 porque, sin duda, va a tener opciones. Y serias.
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Lo mismo puede decirse de Joe Biden y el Partido Demócrata. La crisis de liderazgo es inmensa. Sea Pete Buttigieg, sea Kamala Harris o sea el nuevo gobernador de Pensilvania, Josh Shapiro, alguien tiene que dar un paso adelante y plantar cara a un líder voluntarioso, pero cuyos mejores años ya han quedado atrás. No se puede vivir en el milagro constante y lo de estas midterms, sin ser un desastre, tampoco puede considerarse en ningún caso como una victoria.
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