Kevin McCarthy no está dispuesto a perder la esperanza. Tampoco, la oportunidad de ser el nuevo presidente de la Cámara de Representantes de Estados Unidos, aunque eso signifique ser humillado por su propio partido una y otra vez.
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Parece que el puesto, que le convertiría en la tercera figura política más poderosa del país, después del presidente, Joe Biden, y la vicepresidenta, Kamala Harris, merece la pena. "Me he ganado el puesto", dijo el martes. Y el jueves, después de once votaciones fallidas en tres días seguidos, no dio paso atrás.
En su lugar, ha preferido tratar de convencer a la veintena de legisladores del ala dura que, con su voto, no sólo le han boicoteado, sino que han paralizado la actividad parlamentaria y han dejado temporalmente al país sin Poder Legislativo. Con su voto, primero a Jim Jordan, luego a Byron Donalds e incluso al expresidente Donald Trump, este grupo de rebeldes ha impedido a McCarthy conseguir los 218 apoyos que necesita.
En un espectáculo que no se repetía desde hace un siglo, cuando el candidato a speaker (como se conoce en EEUU) tampoco fue nominado a la primera, McCarthy ha optado por las negociaciones a puerta cerrada.
El miércoles por la noche, en su último intento desesperado por desbloquear la situación, cedió a algunas de las demandas -previamente rechazadas- de los díscolos. Porque los disidentes, encabezados por el Freedom Caucus, no tienen un candidato alternativo viable. De ahí que hayan votado en bloque por compañeros de filas muy diferentes.
Si bien hay algunos que sienten animosidad hacia el congresista de California, otros sólo quieren conseguir sus objetivos políticos, que pasan, entre otras cosas, por cambiar las reglas de la cámara. McCarthy les ha ofrecido en bandeja, sin éxito, lo que piden. Tras la sexta votación, cedió a la demanda de que sólo un miembro de la Cámara pueda presentar una moción de censura contra el líder de la institución.
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El líder republicano también se había comprometido a permitir que la facción derechista eligiera a dedo a un tercio de los miembros del partido en el poderoso Comité de Reglas, que controla qué legislación llega al pleno.
Asimismo, según recoge el New York Times, su comité de acción política llegó a un acuerdo con el Club for Growth, un grupo conservador anti-impuestos que se ha opuesto a la candidatura de McCarthy a presidente, acordando no gastar dinero para apoyar a candidatos en primarias abiertas en escaños republicanos seguros.
Se trata, en definitiva, de unas concesiones que debilitarían considerablemente el poder del presidente de la Cámara y darían más poder a los ultraconservadores, lo que complicaría la convivencia dentro del propio partido.
Nadie al volante
Tras varias jornadas de caos en el Capitolio, los republicanos han dejado claro que no hay nadie al volante del partido. Ni siquiera el expresidente Donald Trump, que el miércoles hizo un llamamiento a los congresistas díscolos para que respaldaran a McCarthy, ha logrado unificar una formación profundamente dividida, en parte, por su paso por la Casa Blanca. Así, el virus trumpista ha adquirido vida propia en el Partido Republicano.
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La escisión ya se hizo visible durante las elecciones de mitad de mandato celebradas el pasado noviembre, donde los resultados fueron mucho peores de los esperados, y no hubo la tanta veces pronosticada marea roja, que hace referencia al color del partido.
Sin embargo, lo sucedido en estos primeros días del 2023 viene a confirmar la profunda crisis de identidad que vive la formación. Incapaces de elegir un líder a la primera o de definir una agenda legislativa unificada, los conservadores están sumidos en el caos.