Putin y la Navidad ortodoxa

Putin y la Navidad ortodoxa Tomás Serrano

Mundo

"Necesidad de oxígeno" como dice Biden o cesión al patriarca Kiril: las 36 horas de tregua de Putin

Rusia necesitaría más de 36 horas para arreglar todos los desaguisados que tiene abiertos ahora mismo.

6 enero, 2023 03:07

Lo bueno de no tener demasiados escrúpulos respecto a la verdad es que uno puede tener gestos de cara a la galería sin que los demás esperen demasiado de su cumplimiento. Después de su conversación con el patriarca Kiril I, Vladimir Putin anunció un alto el fuego unilateral en Ucrania con motivo de la celebración de la navidad ortodoxa rusa. Hay que recordar que Rusia celebra el día del nacimiento de Cristo el 6 de enero, y no el 25 de diciembre, pues su iglesia utiliza el calendario juliano y no el gregoriano. Las celebraciones suelen centrarse en una misa la noche del 6 al 7 -equivalente a la 'Misa del Gallo' católica- y una posterior comida familiar el día 7.

En palabras de Putin, este es un gesto para que los que celebran la Navidad ortodoxa rusa en ambos lados de la frontera puedan al menos descansar durante unas horas. En concreto, durante 36 horas, las que van del mediodía del viernes 6 a las doce de la noche del día 7. Más allá de que podamos creernos o no a Putin -Rusia tiene ya un largo historial de compromisos públicos que han quedado en nada-, lo cierto es que ni siquiera está claro que el alto el fuego sea viable. ¿Debe esperar Ucrania a que los soldados rusos celebren sus fiestas para iniciar una ofensiva o para intentar retomar una localidad? Es absurdo teniendo en cuenta que Rusia mató a decenas de civiles el mismo día 24 de diciembre, Nochebuena en gran parte del territorio ucraniano, y el 31, coincidiendo con el fin de año.

En consecuencia, lo más probable es que este gesto acabe como todos los demás: en nada. Ucrania no se va a detener en medio de una guerra, habrá ataques, Rusia se defenderá, dará por roto el alto el fuego, le echará la culpa a Zelenski y la cosa seguirá como siempre. Tampoco es que Kiril se vaya a hacer ahora el ofendido cuando lleva diez meses y medio condonando todo lo que hace Putin y animando a los jóvenes a morir en el frente porque así llegarán antes al cielo.

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Desde Estados Unidos, el presidente Joe Biden se ha referido a esta tregua como una "necesidad de oxígeno" para un ejército maltrecho, cansado y consternado aún por la masacre de Makiivka, donde al menos 290 reclutas rusos perdieron la vida tras un ataque ucraniano con HIMARS mientras dormían. Puede que algo de eso haya también, por supuesto, pero en ese caso, probablemente Putin hubiera propuesto un alto el fuego más largo, algo que Ucrania hará bien en rechazar llegada la situación.

Turquía, el mediador inane

La conversación con el patriarca ortodoxo se produjo el mismo día que la charla telefónica con el presidente de Turquía, Recep Tayyip Erdogan. Hace tiempo que Turquía ejerce de mediador de facto entre ambos países, aunque carezca de la capacidad coercitiva para conseguir que alguno de ellos ceda en algo. Geográficamente, Turquía queda al otro lado del Mar Negro, lo que le hace parte muy interesada en el conflicto. Por un lado, Erdogan ha sido socio de Putin en sus barbaridades de Siria y su lucha contra los kurdos. Por el otro, Turquía es miembro de la OTAN y ha pedido varias veces su ingreso en la Unión Europea, siempre sin éxito.

El patriarca Kirill I de Rusia, durante una ceremonia religiosa en Moscú

El patriarca Kirill I de Rusia, durante una ceremonia religiosa en Moscú Maxim Shemetov Reuters

En esas circunstancias, es normal que Erdogan al menos lo intente, pero, intentar ¿el qué? Lo que ha trascendido de la conversación con Putin es que le había pedido un alto el fuego -algo que, insistimos, no tiene sentido mientras no se incluya a Ucrania en el acuerdo y Ucrania no va a parar la guerra mientras haya tropas invasoras en su territorio- y el inicio de negociaciones serias de paz. Lo primero, aunque sea de rebote, le ha sido concedido. Lo segundo, Putin solo lo contempla bajo sus propias condiciones, lo que, de nuevo, excluye a Ucrania de la ecuación.

Es complicado establecer una narrativa uniforme y lógica de los mensajes con los que el Kremlin ha justificado su invasión de un país vecino a lo largo de estos diez meses y medio, pero está claro que todos coinciden en un punto en común: la necesidad de derrocar al régimen de Kiev. Básicamente, en eso consiste la cacareada "desnazificación" y por ello la guerra empezó en la práctica con el asalto a la capital desde Bielorrusia, algo que en Ucrania temen que pueda repetirse en cuanto pase el invierno o incluso, de nuevo, en el mes de febrero.

Las condiciones bajo las que Putin se sentaría en la mesa a negociar son maximalistas y, de alguna manera, recuerdan la manera de negociar del propio Hitler: paz a cambio de supervivencia. En otras palabras, Rusia dejaría que Ucrania siguiera existiendo como estado siempre que no fuera del todo independiente. La paz llegaría mediante la proclamación de un gobierno títere afín a Moscú que reconociera a Crimea, Jersón, Zaporiyia, Donetsk y Lugansk como regiones de la Federación Rusa. Eso para empezar.

Minimalismo en la práctica

En ningún caso, después de perder decenas de miles de hombres y de quedar en ridículo ante la comunidad internacional, aceptaría Putin una paz que no obligara a Ucrania a renunciar a una posible admisión en la OTAN o en la Unión Europea. Aparte, es muy probable que en las negociaciones se planteara la posibilidad de que Odesa y Járkov, que no dejan de ser los dos grandes símbolos rusófilos de Ucrania, principio y fin de la "Novarrosiya", también pasaran a manos rusas en el corto o medio plazo. O que, al menos, se convirtieran en repúblicas populares independientes como paso previo a la anexión. Ya lo vimos en el Donbás en 2014.

Este maximalismo en la retórica rusa choca con la realidad en el frente, especialmente desde verano. Rusia es incapaz de iniciar una sola ofensiva digna de ese nombre y sigue defendiendo como puede la línea Svatove-Lisichansk. Las tropas ucranianas estarían ya a solo dos kilómetros de la ciudad de Kreminna, que parte dicha línea en dos y acabaría con los suministros de un extremo al otro del frente, algo que puede ser clave en el colapso del resto de territorios de Lugansk.

También choca con la propia protección de sus tropas. Más allá de lo sucedido en Makiivka, que, sin duda, tendrá consecuencias administrativas del más alto nivel, los mercenarios del Grupo Wagner, encabezados por su propietario, Eugeni Prigozhin, llevan semanas quejándose de la falta de armas y de suministros básicos, en un claro enfrentamiento con el ministerio de defensa de Sergei Shoigú. Lo dicho: descartadas las motivaciones piadosas, pues Putin no sabe lo que es eso, Rusia necesitaría más de 36 horas para arreglar todos los desaguisados que tiene abiertos ahora mismo. Esa es la mano que le tendía Erdogan, pero, como desde el principio de esta guerra, el orgullo de Putin y su aparato de propaganda sigue por encima de cualquier consideración práctica. Zelenski y Biden hacen bien en tenerlo presente.