Militares mozambiqueños en Cabo Delgado.

Militares mozambiqueños en Cabo Delgado. Reuters

África

Mozambique, el nuevo polvorín yihadista: más de 2.500 muertos y más de 700.000 desplazados

La violencia yihadista en el norte de Mozambique sigue creciendo desde 2017. Un 60% de los desplazados son niños. 

3 julio, 2021 01:04

Desde 2017, la violencia en Mozambique se ha cobrado la vida de más de 2.500 civiles. La última ola, durante el mes de marzo en la ciudad de Palma, en la provinica de Cabo Delgado, al norte del país, dejó decenas de muertos y un reguero de sangre con la decapitación de varias personas, entre ellos niños. Desde entonces, los desplazados se han multiplicado hasta alcanzar las más de 700.000 personas que buscan refugio en otros puntos del país.

"La situación es muy grave. El abril del año pasado los desplazados no llegaban a los 200.000 y ahora son 700.000. Llegan hambrientos, con muchas carencias en las cuestiones más básicas y con el trauma de la violencia muy presente", cuenta Jesús Pere Marty, director de proyecto en la ONG Ayuda en Acción, que vive en Cabo Delgado hace más de 20 años. "Son personas que han salido huyendo de sus casas, tras presenciar episodios de extrema violencia y cargando con dramas humanos muy duros".

Los relatos de la zona son escalofriantes. Los supervivientes hablan de ataques en mitad de la noche, casas quemadas y decapitaciones de niños. "Esa noche, nuestra aldea fue atacada. Cuando todo empezó, yo estaba en casa con mis cuatro hijos. Intentamos escapar hacia el bosque pero ellos cogieron a mi hijo mayor y le decapitaron. No pudimos hacer nada porque también seriamos asesinados", cuenta una madre en un relato hecho publico por la ONG Save the Children.

De los 700.000 desplazados, un 60% son niños. Algunos tienen menos de 10 años y han sido testigos de "una violencia terrible, incluido el asesinato de sus padres", subrayó la ONG, al advertir de que "podrían no recuperarse a menos que reciban urgentemente servicios de salud mental y apoyo psicosocial".

"En el mejor de los casos, se han visto obligados a huir de sus hogares y de la sensación de seguridad. En el peor de los casos, han sido testigos de horrores que ningún niño debería ver", afirmó en un comunicado el director de la ONG en Mozambique, Chance Briggs.

Algunos de los niños son capturados para engrosar las filas de los yihadistas. Según la ONG, al menos 51 niños han sido secuestrados en Cabo Delgado en los 12 meses previos a enero de 2021 para ejercer como soldados. Las niñas son secuestradas como esclavas sexuales, para casarse con los terroristas o para tratar de la logística de los campamentos. Muchos jamás se vuelven a reencontrar con sus familias. 

En los que han podido huir, además de la violencia presenciada in situ, Pere Marty destaca las heridas que todo el proceso de huida deja en los desplazados. "Siempre nos quedamos con la foto del ataque, pero los momentos de huida, los desplazamientos masivos por el mato son muy duros. Hay familias que han tenido que dejar atrás a ancianos porque no aguantaban la caminata... son desplazamientos que duran días, muchos de ellos sin comer, sin agua... los más débiles no aguantan, se quedan atrás y eso, para el que sigue, es muy difícil de gestionar. Llegan con traumas muy profundos".

Cuando llegan a Pemba, la capital de Cabo Delgado, las condiciones de acogida tampoco son las mejores. "Son comunidades con muchos problemas ya de por sí y sin condiciones para prestar la ayuda necesaria a un número tan grande de refugiados, todos los esfuerzos para dar abrigo son insuficientes", explica. 

Los inicios de la violencia

La violencia en la provincia de Cabo Delgado empezó en octubre de 2017 cuando un grupo yihadista local denominado Al Shabab, en su origen una secta islamista radical, comenzó a atacar comisarías e instalaciones del Gobierno en el interior de la provincia. Tras declarar su lealtad al Estado Islámico, este grupo ha ido intensificando su violencia y ha logrado hacerse con el control de varias localidades del norte, entre ellas Mocimboa da Praia en 2020.

"A día de hoy nadie puede decir de forma clara y precisa quiénes son y qué quieren los insurgentes, porque los propios lideres no han aparecido nunca para aclararlo", señala Tomás Queface, investigador mozambiqueño en la Universidad de Sussex. "Utilizan la bandera del Estado Islámico pero, sobre el terreno, expulsan a todas las poblaciones de las aldeas, musulmanas y cristinas. Destruyen iglesias, pero también mezquitas y las motivaciones no se conocen". 

El norte de Mozambique alberga gran parte de la minoría musulmana del país, marginada durante mucho tiempo por el poder político nacional. La corrupción endémica, las divisiones étnicas y lingüísticas, la pobreza y las desigualdades crearon el caldo de cultivo correcto para desatar el conflicto. 

Cuando el conflicto estalló, el Gobierno eligió mirar para otro lado. "La posición del Gobierno fue de negacionismo. Se apresuró a decir que estaba todo controlado y luego se vio que no era así. Los insurgentes empezaron a atacar de forma cada vez más violenta y poniendo de relieve que estaban mucho mejor armados y preparados que los propios militares mozambiqueños", destaca el investigador. 

La violencia ha hecho que la petrolera Total, que estaba desarrollando uno de los proyectos de extracción de gas natural licuado más grande de África, en la ciudad de Palma, haya suspendido los trabajos. El Gobierno había apostado por el gas natural como pasaporte hacia el crecimiento económico del país y ha visto sus planes comprometidos.

"El ataque pone de manifiesto que hay un interés por parte de los insurgentes en paralizar este tipo de actuaciones, poniendo en jaque todo el crecimiento económico del país. No quiere decir que ese crecimiento se tradujera luego en desarrollo social, pero hay muchas empresas que estaban subcontratadas por Total y que daban empleo a mucha gente local y esto afecta muy negativamente", cuenta Pere Marty. 

Preocupación en Europa

La escalada desde entonces hace recordar los inicios de Boko Haram en Nigeria: los terroristas mejoraron rápidamente su capacidad de combate, siguiendo el patrón de las nuevas insurgencias que se instalan más rápido y se propagan por el territorio. Al ver la oportunidad de mitigar sus pérdidas en otros lugares, el Estado Islámico hizo de Mozambique el primer punto de apoyo del movimiento salafista-yihadista en el sur de África. 

Los movimientos preocupan a Europa y, este martes, los ministros de Exteriores y representantes de los 83 países integrantes de la coalición internacional contra el Estado Islámico (IE) se reunieron en Roma para analizar cómo derrotar a este grupo terrorista y, sobre todo, neutralizar la amenaza que supone especialmente en África.

"No hay que bajar la guardia, tenemos que aumentar la acción como coalición, incrementando las áreas en las que centramos nuestra atención, no solo en Medio Oriente, sino también África, en particular en el Sahel, en Mozambique y en el Cuerno de África", declaró el ministro italiano de Exteriores, Luigi Di Maio, en una rueda de prensa.

Por lo pronto, el gobierno de Mozambique no ha permitido la entrada de ninguna fuerza internacional militar de apoyo. La Unión Europea ha aprobado el envío de una misión de entrenamiento al país para la formación de militares locales y que podría estar en el terreno en septiembre. "Esta misión puede tener impacto pero a largo plazo y Cabo Delgado necesita una solución para hoy, la situación es urgente", advierte Queface. 

"Entrenar los militares mozambiqueños es un proceso largo y hace falta tiempo para introducir las nuevas mecanicas. Puede tardar un año en verse los resultados y, en un año, las dinámicas del conflicto pueden cambiar de forma dramática", añade. "A día de hoy, los insurgentes controlan el puerto de Mocimboa da Praia. La costa de Mozambique no está protegida, no tenemos fuerza naval y eso permite que puedan recibir material de grandes dimensiones, porque no sabemos quién entra y quién sale de Mocimboa da Praia". 

El otro problema reside en los equipos de que disponen las fuerzas armadas. Queface señala que en los últimos enfrentamientos, los insurgentes han demostrado estar mejor equipados que las fuerzas armadas del país, que han llegado a quedarse sin munición en algunos momentos. "Son muy jóvenes, muy poco preparados y no tienen el equipo adecuado para hacer frente a una situación como esta. Necesitamos militares experimentados, y una fuerza aérea y naval robusta. De otra forma, esta guerra va a durar muchos años".