Pelucas, oro y armas: la televisión rusa ataca a Prigozhin revelando los secretos de su mansión
Se dice que el líder del Grupo Wagner ha vuelto a su ciudad, San Petersburgo, pero parece extraño que Putin no le haga pagar por el intento de golpe.
7 julio, 2023 02:50Rusia lleva desde el inicio de su invasión a Ucrania empleando la información como arma de guerra. Desde la excusa de la "desnazificación" para invadir el país vecino a la prohibición de la palabra guerra en sus medios de comunicación, el control de lo que se publica es fundamental para el régimen de Putin. Ahora que se le ha abierto una fuga de agua con el motín del Grupo Wagner, la nueva batalla informativa consiste en desacreditar al líder de los mercenarios, Eugeni Prigozhin.
Esto es exactamente lo que ha intentado Rossiya-1, la televisión estatal rusa, que ha difundido imágenes de una de las mansiones de Prigozhin y de la oficina de San Petersburgo desde la que dirigió la marcha hacia Moscú de su ejército privado.
Así, Yevgeni Popov, el presentador del programa '60 minutos' de la televisión rusa, calificaba a Prigozhin de "traidor" mientras incidía en el pasado criminal del líder de Wagner.
Entre las imágenes que se mostraban en el reportaje aparecían fajos de billetes de alta denominación en rublos y en dólares, una colección de pelucas, lingotes de oro, imágenes de cabezas cortadas, rifles de asalto automáticos y una variedad de pasaportes con distintos nombres.
Además, Rossiya-1 emitía imágenes del exterior de una mansión de Prigozhin, con un pequeño helicóptero en el jardín, así como el interior de la misma, con una gran sauna, una gran estancia con jacuzzi y piscina climatizada, un gimnasio y lujosos muebles.
El periodista invitado al programa, Eduard Petrov, afirmaba además que en el registro de ambas instalaciones se habían encontrado más de 6,5 millones de dólares en efectivo.
Por su parte, el Grupo Wagner señala en su canal de Telegram que se trata de una campaña para "volver a las masas" contra Prigozhin en una operación de relaciones públicas para manchar su nombre. Apuntan que no conseguirán su objetivo porque "la gente comenzó a respetar a Prigozhin por la conjunción de dos factores: hizo su trabajo y contó la verdad". Y lanzan un órdago a los dirigentes rusos: "Nos habéis mostrado su mansión [de Prigozhin], ahora mostradnos la vuestra".
En un segundo comunicado, el grupo de mercenarios justifica todo el contenido mostrado en la televisión rusa, y señala que el lujo es habitual "para una persona que es un gran empresario". Y enumera las armas de las imágenes, como el rifle de francotirador RPA Rangemaster .338 o la Beretta Cx4.
Prigozhin, ¿héroe o demonio?
Una autocracia es inviable sin un líder que imponga temor y respeto. Por eso, Rusia lleva dos décadas viviendo bajo la obsesión del culto a la personalidad viril de su presidente. A Putin lo hemos visto montando osos salvajes, a cuerpo descubierto en mitad del bosque, intimidando con su mirada de exespía de la KGB a líderes de todo tipo y acabando sin piedad alguna con todos sus enemigos políticos, tanto dentro de sus fronteras como, en el escandaloso caso de Alexander Litvinenko, fuera de ellas.
Putin, en su ensoñación imperialista que ha conseguido trasladar a buena parte de la sociedad, es uno más de los zares que dominaron el país durante siglos. Cuando la propaganda quiere compararle con los líderes soviéticos, no lo hace con funcionarios como Malenkov o Brezhnev. Lo hace con Stalin.
Fue Putin y no la Duma quien decidió que había llegado la hora de ocupar Ucrania, organizar un gobierno afín y anexionarse la soñada Novarossiya de los nacionalistas rusos, desde Járkov hasta Odesa. Nadie se preguntó si el pueblo o el ejército estaban de acuerdo porque, en Rusia, el pueblo y el ejército, como diría Luis XIV, son Putin.
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Por eso causa tanta confusión la aparición de una figura como la de Eugeni Prigozhin. Alrededor del zar hay aduladores o traidores. Esto siempre ha sido así. En el primer grupo podemos nombrar a sus fieles irredentos como el expresidente Dimitri Medvedev, el ministro de Defensa, Serguéi Shoigú, o el de Exteriores, Sergei Lavrov. En el segundo, estarían los cada vez más escasos miembros de la oposición política, como Aleksei Navalny o algún excéntrico exmilitar como el terrorista Igor “Girkin” Strelkov, que pasó de héroe en el Donbás en 2014 a militante anti-Kremlin en pocos años.
El enigma Prigozhin
Pero ¿qué es Prigozhin? Desde que apareció en la vida pública rusa, se le ha considerado un perrito faldero más de Putin. Su trayectoria apuntaba a ello. Ambos se conocieron en San Petersburgo, donde Prigozhin regentaba un restaurante al que solía acudir Putin cuando era el alcalde de la ciudad. La relación entre ellos fue clave para el crecimiento profesional del restaurador hasta convertirse, inopinadamente, en el líder de una empresa militar: un ejército privado que se encargaría de mancharse las manos allí donde Rusia, como Estado, no podía hacerlo.
El Grupo Wagner no fue concebido como una extensión de las fuerzas armadas rusas. Fue concebido como una extensión del dominio personal de Putin sobre el país. El grupo de mercenarios salvajes que podían saltarse todas las convenciones internacionales en Siria, en África y donde hiciera falta, siempre siguiendo los intereses personales del presidente y no del ministro de Defensa, ni mucho menos del jefe del Ejército, Valeri Gerasimov.
Wagner era una máquina de hacer dinero mediante el control de las materias primas en países del tercer mundo y un arma política de primer nivel: si algún dictadorzuelo tenía un problema, sabía que podía llamar a Putin y contar con los chicos de Prigozhin a buen precio.
Ahora bien, lo visto en Ucrania desafía por completo toda esta narrativa. Desde el inicio, Wagner y Prigozhin han sido las moscas fastidiosas que han funcionado por su cuenta. Cuando se habla de su lucha en Bakhmut, se obvia que esa misma lucha habría sido más útil en otros puntos del frente, donde Gerasimov y los distintos jefes de la operación militar especial centraban sus ataques.
El empeño por Bakhmut -básicamente, el empeño por las minas de sal de Soledar y por el prestigio político que suponía abrir todos los días los informativos- fue un inútil desperdicio de vidas y munición. Decenas de miles de personas murieron para conquistar una ciudad devastada que muy pronto volverá a manos ucranianas.
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Ni exilio ni castigo
Ahora bien, nadie dijo nada entonces, como nadie dijo nada cuando Prigozhin empezó a culpar a Shoigú y a Gerasimov de sus propios fracasos, o cuando directamente acusó al ejército ruso de cobardía y a los “líderes del país” de haber mentido acerca de las causas de la invasión de Ucrania.
Prigozhin se sentía tan impune que organizó un intento de golpe de Estado y en la práctica le salió bien: como defiende el periodista Nacho Montes de Oca, su asonada demostró que él tenía más poder que el Kremlin y que la descomposición en el régimen de Moscú era absoluta. Nadie podrá apelar de nuevo a la virilidad y la contundencia de alguien que tuvo que pactar con su enemigo para que este no le echara del trono.
Tan bien le salió el golpe a Prigozhin que, en principio, se ganó un retiro dorado en Bielorrusia, donde Alexander Lukashenko le recibió con los brazos abiertos. La mayoría de los analistas coincidieron en que aquello era la antesala de una purga que se llevaría por delante al propio Prigozhin de una manera o de otra. No parece que sea el caso. Si alguien pensó que Putin le había perdonado la vida a su antiguo cocinero a cambio del exilio, como si del Cid se tratara, se equivocaba. Así lo ha demostrado este jueves el mismo Lukashenko con unas declaraciones sorprendentes.
Según el presidente bielorruso, Prigozhin no está escondido en ningún lado y desde luego no está bajo su control. Al parecer, estaría donde siempre, es decir, en San Petersburgo, no se sabe si colaborando con las fuerzas de la FSB que continuamente rebuscan en la sede central del Grupo Wagner o, al contrario, poniendo palos en sus ruedas con la impunidad habitual.
La idea de que un hombre que fue llamado “traidor” por la cúpula del Kremlin y a quien Putin acusó de “apuñalar por la espalda” al pueblo ruso pueda seguir paseándose como si nada por territorio patrio y esto se comente en rueda de prensa como si tal cosa resulta difícil de entender.
Los medios de comunicación rusos llevan meses vendiendo el relato de Prigozhin como una oveja descarriada, pero no se sabe hasta qué punto dicho mensaje está calando en la ciudadanía. Desde luego, si se pretende ocultar la debilidad mostrada durante aquellos infames dos días en los que, con apenas quince mil hombres, Prigozhin consiguió avanzar 600 kilómetros en dirección a Moscú, verle en su ciudad mientras Lukashenko elogia a su ejército privado y critica veladamente el comportamiento de las fuerzas regulares rusas -es decir, en la práctica, calca el discurso pregolpista del cocinero- no parece que esté ayudando en absoluto.
Su caída del "General Armagedón"
Alguien, por tanto, tendrá que pagar por esto. Prigozhin parece que no va a ser, sin que nadie acabe de entender muy bien por qué. Otra cosa es Sergei Surovikin. El “carnicero de Siria” también conocido como “General Armagedón”, porque otra cosa no, pero poner nombres rimbombantes se le da muy bien a la propaganda rusa, fue uno de los “fichajes estrella” de Putin para su operación militar especial allá por septiembre de 2022.
Después de que Alexander Dvornikov hubiera fracasado en su encargo de estabilizar las conquistas conseguidas a lo largo de la primavera y el verano, Putin decidió introducir en escena a un auténtico animal. Encargado de las fuerzas aéreas durante la guerra de Siria, Surovikin había bombardeado Alepo una y otra vez hasta reducirla a cenizas. Su pasado en la guerra de Chechenia apuntaba en la misma dirección, como su propia presencia: cabeza afeitada, rostro con cicatrices, gesto de pocos amigos… tal vez algunos kilos de más.
Surovikin era el encaje perfecto para Prigozhin. De hecho, ambos eran amigos desde hacía años y el primero puso a disposición del segundo todo el armamento que necesitara para seguir con su aventura rumbo a Bakhmut. Su primera decisión fue bombardear con misiles toda Ucrania, incluidos edificios residenciales en zonas a cientos de kilómetros del frente. Empezó desatado y acabó teniendo que retirar a sus tropas de la orilla norte del Dniéper a la altura de Jersón, entregando así la única capital de provincia que Rusia tenía en sus manos.
Obviamente, eso le costó el puesto. Luego, no volvimos a saber de él. Al menos, hasta que reapareció el día del golpe, posiblemente bajo arresto, para pedirle a Prigozhin que desistiera en su intento de asonada. Es la última vez que se le ha visto en público. Su familia asegura que hace días que no sabe nada de él y los rumores hablan de que sigue detenido e incomunicado mientras Shoigú, en primera persona, investiga su posible implicación en el golpe.
La imagen de Prigozhin campando a sus anchas por San Petersburgo mientras un general de las fuerzas armadas de la Federación Rusa paga por sus pecados es muy potente. Especialmente, entre los demás altos mandos de dicho ejército. Hasta ahora, han obedecido a todo porque tenían miedo. Visto lo visto en las últimas semanas, ¿seguirán fieles a Putin? Esa es la gran incógnita.