"Sufrí ansiedad aguda desde los ocho a los once años. Aunque estaba en tratamiento, tenía ataques de pánico y algunos episodios de agorafobia. No podía estar alejada de mi madre", reveló Emma Stone en una entrevista para The Wall Street Journal.
El trastorno que sufrió la actriz es definido por la Asociación Estadounidense de Psicología como un "miedo excesivo e irracional a estar en lugares abiertos o desconocidos, que provoca la evitación de situaciones en las que puede ser difícil escapar".
Durante una formación organizada por el Colegio Oficial de Psicólogos de Las Palmas, la psicóloga Elena Llamas Monzón explicó que el trastorno es más frecuente en mujeres que en hombres y afecta a un 4% de la población.
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De hecho, según publica el doctor John W. Barnhill, del New York-Presbyterian Hospital, afecta al doble de mujeres que de hombres y suele extenderse durante doce meses si se trata.
El doctor David López Gómez explica en Mente a mente que existen varios tipos de miedos agorafóbicos, que irían del miedo a los espacios abiertos o cerrados, a las multitudes, a los medios de transporte, a la incontinencia o a vomitar en público, al centro de trabajo o salir solo de casa.
Este último tipo es el más discapacitante, puesto que "inunda a la persona hasta el punto de hacer que no se sienta segura fuera de casa y necesite en todo momento la compañía de alguna persona de confianza, normalmente un familiar o amigo cercano".
"Dejé de salir"
Natalia Garrido conoce bien este trastorno. Lo sufrió en primera persona durante un año. “Es un trastorno mental que forma parte del trastorno de ansiedad. Te incapacita a estar en espacios ‘abiertos’ o ‘inseguros’, a estar en espacios donde no te sientes seguro. Es un poco lo contrario a la claustrofobia”, cuenta a magasIN.
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Descubrió que sufría agorafobia a raíz de ser diagnosticada de ansiedad y depresión, a los dieciséis-diecisiete años. “Cada vez salía menos de casa porque cada vez que salía me encontraba mal, así que decidí dejar de salir”.
Empezó a tener ansiedad por la presión que sentía de los profesores y “todo el mundo en general” en bachillerato. Empezó a marearse y a tener náuseas cada vez que iba al colegio y eso fue a más. “Hasta que me empezó a pasar cada vez que salía de casa”.
“Me entraban náuseas solo de pensar que tenía que salir de casa, así que decidí dejar de salir”, dice. Cada vez que salía sentía náuseas, temblores y tuvo un tic que consistió en tocarse el pelo todo el rato. El malestar se le trasladó también al estómago: “Acababa con dolor de tripa, puesto que se me cerraba el estómago y no comía o iba al baño cada dos por tres”.
Esta enfermedad le impidió salir de casa: “Me costaba más mantener el contacto con mis amigos y relacionarme. También influía un poco en la concentración. Como no tenía tiempo ni espacio de ocio, pues me costaba más concentrarme para estudiar”.
Como anécdota, recuerda que una vez una profesora le agarró del brazo para intentar meterle dentro del colegio y casi le pega un puñetazo.
"Al principio es horrible"
Natalia Garrido estuvo haciendo frente a este trastorno durante un curso escolar, segundo de bachillerato. Cuenta que en secundaria se había cambiado de centro y ese año volvió al colegio inicial. “Allí no me pusieron pegas para que lo hiciese ‘a distancia’, pero sí tenía que hacer los exámenes presenciales y poco a poco conseguí llegar a presentarme a todas las evaluaciones”.
Esto fue posible gracias a su psicóloga Jessica, a quien guarda un cariño muy especial, puesto que le acompañó en el proceso y, además, a todos los exámenes. “A la primera evaluación no me presenté, así que suspendí todas, pero conseguí llegar a selectividad, que era mi objetivo”.
Pudo hacer frente a la agorafobia con mucho trabajo y apoyo. Empezó a salir de casa poco a poco, con amigas que la distraían y viendo vídeos, “aislándome para no pensar que iba a salir de casa” y en coche.
“Al principio es horrible porque no quieres salir. Lógico. Lo ideal es ir poco a poco. El primer día llegas al portal, el segundo ya sales, el tercero vas a la esquina de tu casa y así”.
Salir a la fuerza
La familia de Natalia Garrido, extremadamente preocupada por su situación, comenzó a forzarla a salir de casa “un poco a la fuerza” para ir a la psicóloga. “Al principio iba en pijama y con náuseas. Además, iba en taxi porque no podía ni andar”.
Sus amigos entendieron su situación y empezaron a ir a verla a casa y a acompañarla a dar paseos cortos: “Quiero agradecer a mi compañera Natalia que me ayudase a sacar el curso adelante y a mi amiga Alba que me sacase de casa”.
Cuenta que su familia se llegó a pensar que estaba loca. “No lo estaba. Simplemente, salir de casa hacía que me encontrase fatal, así que decidí no hacerlo. Creo que es normal. Hay que forzar que la gente salga, pero hasta cierto punto. Al final depende todo de uno mismo, aunque sea agotador”.