Elena López Riera (Orihuela, 1982) creció a orillas del río Segura, acompañada de mujeres, tías, abuelas, madre y vecinas que le contaban historias mitológicas en torno a las crecidas que durante siglos han arrasado casas y sueños a los pies de su cama. Entre lo real y lo fantástico, con solo 5 años vivió una riada brutal: recuerda el desastre en su pueblo natal, atravesado por el río y por el miedo atávico al agua.
Ha enseñado Literatura Comparada en las universidades de Ginebra, Madrid y Valencia. Su pasión por la poesía, por la oralidad, por lo ancestral y por el presente que la rodea e inunda, por la investigación y por las imágenes, la llevan a rodar, en 2014, su primer corto, Pas à Genève, y a partir de ahí no para. Un año más tarde estrena el cortometraje Pueblo; en 2016 crea Las vísceras; en 2018 gana el premio Pardino d´Oro en el Festival de Cine de Locarno (Suiza) con su pieza Los que desean, corto sobrevolado por esos bellísimos palomos pintados de colores que simbolizan el deseo masculino y que Elena rescata, por el cielo del corto al largo, para incluirlos en su primer largometraje El agua, una producción suizo-española-francesa presentada al mundo en noviembre del 2022 en el Festival Internacional de Cine de Cannes y que atesora el Premio Violeta de Oro a la Mejor Película en el Festival de Cine de Toulouse.
Es, además, el primer largo de esta viajera cineasta valenciana que ha sido proyectado en las salas de Zúrich, en el Festival de San Sebastián, en Tokio, Toronto, Sâo Paulo o Viena, entre otras plazas, y que hace pocos días aterrizaba en Milán gracias a Fondazione Prada.
El agua ha sido nominada, en la 37 edición de los premios Goya 2023, en las categorías de Mejor Dirección Novel y Mejor Actriz Revelación por la jovencísima actriz Luna Pamies, símbolo y eco en el largo de López Riera de una generación que habita el ruido de lo contemporáneo en paisajes rurales e industrializados.
Una generación que vive refugiándose en la tecnología, pero que mantiene viva la fascinación por contar y escuchar esas historias mágicas, también machistas, todo hay decirlo, sobre ahogadas, desaparecidas, mujeres predestinadas que “llevan el agua dentro”, esas abuelas, madres, hijas adolescentes que ahora, a pesar de todo y todos, son capaces de reescribirse a sí mismas y la historia.
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Su mirada, su búsqueda, su objeto de deseo, su obsesión, su reflexión se centra en cómo cohabitan en la vida lo ancestral y lo contemporáneo, lo individual y lo colectivo, ¿desde cuándo y de dónde viene ese interés que se refleja en sus cortometrajes y ahora en su primer largometraje, El agua?
La verdad es que no lo sé, pero sí es verdad que siempre me ha interesado muchísimo cómo conviven lo ancestral y lo contemporáneo, porque creo que siempre han convivido. Parece que las tradiciones se crearon en un tiempo atávico y aislado, pero imagino que, cuando nacieron, también eran contemporáneas de su tiempo. Hay algo en las temporalidades que siempre me ha fascinado, y también cómo dentro de ese marco está el objeto repetido, las leyendas, la mitología.
Me interesa cómo cada una de nosotras, como individuo, nos integramos ahí o no, cómo cada persona puede distinguirse dentro de la masa colectiva, que es algo fluido, hay momentos en los que te disuelves en lo colectivo y otros en los que no. Esa articulación, ese choque, siempre me han interesado.
Profunda y estéticamente, en el cine que usted firma convive el realismo con lo mágico, lo documental con lo fantástico y, en mi opinión, se mezclan a través de la poesía… ¿Es así?
Ojalá, es el mejor cumplido que me puedes hacer, entre otras cosas porque respeto mucho la literatura y siempre me ha interesado incluso más que el cine, es una fuente de inspiración y un referente constante para mí. La poesía sobre todo, pero también la literatura y, en concreto, la literatura popular: cómo la mitología va calando, incluso la mitología familiar o las mitologías íntimas de una pareja.
Hay algo en la literatura oral y en cómo se cuentan las cosas que para mí es importante. Creo que el cine se olvida un poco, al menos el cine más académico u ortodoxo, de que esas cosas siempre han estado unidas, mezcladas, porque la vida no se detiene y de repente suena una música y dice “vamos a contaros algo fantástico”. En la vida se mezclan las voces. A mí lo que me cuesta mucho es entender precisamente lo contrario, no lo entiendo.
Su propia voz hablada, o la voz narrativa de la protagonista, está muy presente en su cine: la escribe como voz en off pero voz real que, por otra parte, da lugar a la palabra. ¿Es la voz en sí misma un elemento más, como pudieran ser las imágenes, a tener en cuenta en su cine?
Sí, además me gusta y trabajo con escritoras, especialmente con Violeta Gil, que ha colaborado mucho en la película. Creo que hay algo que está en la literatura, en el cine y sobre todo en el teatro, que tiene que ver con trabajar con la voz, no como mero instrumento vehicular del discurso sino como un elemento en sí mismo: la voz es un gran instrumento, un instrumento narrativo que a mí me interesa mucho explorar, es algo que te hace vibrar, la voz es física, hay algo del sonido de la voz que me fascina.
Aunque en el cine no es habitual, porque se piensa que si hay algo que puedes contar en imágenes no debes poner una voz en off. Yo creo que es como todo, se puede utilizar bien o mal, es otro instrumento más que te da el propio medio y no veo por qué desecharlo, no me interesa apartar cosas que me puedan servir para contar la historia.
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En El agua las tres mujeres de la constelación familiar viven compartiendo el peso de esa leyenda o cuento sobre ellas que en el pueblo se ha trasmitido de boca en boca, las diferencia pero al tiempo las victimiza y las aparta. ¿Cree que las mujeres tenemos la capacidad o sensibilidad de estar más conectadas con la herencia mágica, con lo ritual, el rito y el mito?
Realmente respecto a esta pregunta no sé qué pensar, por una parte quiero pensar que el género se construye y se deconstruye, que ojalá algún día no exista. Con la cabeza pienso eso, que no tendríamos que hablar de universalidades o de una cosa “especial” que forma parte de lo femenino, porque eso significaría que las mujeres somos diferentes y no me gusta pensar eso.
Pero es verdad que, si lo pienso con las entrañas, no sé si histórica o culturalmente, pero creo que esa conexión finalmente es un medio de comunicación y de resistencia: las mujeres han tenido que dedicarse a lo ritual, a la curandería, a prácticas no regladas, porque las regladas no podían practicarlas, no les estaba permitido, había curanderas porque no podíamos ser médicas, y creo que también hay algo estructural, histórico, que sí nos ha condicionado. Y lo demás, es misterio.
En la España rural y aislada, no por ello vacía o vaciada, escenario de su largo, usted muestra a la juventud de hoy relacionándola con el aburrimiento, la falta de oportunidades, las ganas de irse pero al tiempo apegados a su tierra y a su manada, mirando y contándose el mundo juntos. ¿El aburrimiento puede ser también provocador? ¿El aburrimiento es creador?
Es una generación particular, ha sido muy bonito poder aproximarme a través de la película, a esta “nueva” juventud o generación, porque hay muchas cosas diferentes, como internet y los móviles, eso que ha supuesto un cambio de paradigma que no nos podíamos imaginar. Pero también hay otras muchas cosas que siguen igual. Lo que me entristece mucho, y espero no haberlo hecho, es dar esa visión de la juventud que tenemos muchas veces los adultos, de culparlos de estar todo el día con el móvil, porque nosotras también lo hacemos.
Yo tengo mucha esperanza en la gente joven, creo que ese aburrimiento sí es creador y genera amistad. Estamos en una época de producir y producir todo el rato, yo he vivido en un pueblo, nos aburríamos un montón, pero ese aburrimiento me ha dado a mis amigas, que siguen siendo constitutivas de mi vida, de mi manera de pensar y de ver el mundo, y también nos ha facilitado el hecho de contar historias: contábamos historias porque nos aburríamos un montón. No me parece tan grave el aburrimiento.
De la España rural, también hay que mostrar que hay industria. Por ejemplo, Orihuela tiene 40.000 habitantes, tampoco es tan pequeña, por eso en la película me parecía importante que aparecieran las fábricas, los camiones… Lo que pasa es que es una industria de mierda, que explota a la gente, de trabajo intensivo y donde la gente está cobrando menos que en otros países: por eso creo que es mucho más grave la cuestión económica que el aburrimiento o que estén con los móviles. ¿Qué futuro les estamos dejando? ¿Qué naturaleza destruida?
Hablando de naturaleza, ¿qué significa la frase “tener el agua dentro”, que inunda el guión de su película?
Lo que me gustaría, no sé si peco de optimista, es que cada persona encuentre su propio significado, por eso dejé un final abierto. Pero lo que está claro es que el agua es un elemento muy potente, telúrico y es ambivalente: da la vida pero también la muerte, te mata, te ahoga, te hunde, es un símbolo universal que, curiosamente, genera a su alrededor muchísima mitología en cualquier lugar del mundo, en un pueblo de España o de Noruega. Mitología sobre mujeres ahogadas, como un karma femenino, y esa fascinación repetida a lo largo de la historia por las mujeres muertas, no sé… preocupante.
Lo que a mí me interesaba con la película es partir de esta idea de la ahogada y el miedo que se les impone a las mujeres para poder darle la vuelta y decir: podemos reapropiarnos del mito, a ver qué hacemos con esto para no ser siempre las víctimas. Pero no es fácil porque nos han educado así, está dentro de nuestras cabecitas, no es fácil deshacerlo. Espero que las jóvenes estén más espabiladas.
De hecho, en su película, es Ana, la adolescente, la que rompe con la maldición o al menos lo intenta.
Creo que cada una la rompe a su manera. Para mí la película también ha sido una reconciliación con las generaciones anteriores: entender por qué no era fácil para ellas rebelarse, poder entender su realidad, su tiempo y el conflicto de “¿por qué nos amamos y nos odiamos entre generaciones?”. Y poder o no poder cambiar ese conflicto, que es el misterio de la vida.
¿Cuáles fueron sus sensaciones e impresiones, el día del estreno de El agua en el Festival Internacional de Cine de Cannes?
Uff… El mejor y el peor día de mi vida, los nervios que se pasan ahí son tremendos. Está el mundo entero mirándote, el Festival de Cannes es mucho festival. Fue muy bonito porque estaba todo el equipo, toda mi familia, un montón de gente del pueblo que vino, era como mi boda.
Ha conseguido dar el paso de rodar su primer largo, este año nominado a los premios Goya, ¿qué emociones siente? ¿Se lo imaginaba posible?
Mucha alegría, la verdad, porque la película es tan “particular” que no me esperaba estar en los Goya, y precisamente este año que es -y todo el mundo coincide- un año histórico porque nunca ha habido tantas mujeres nominadas. Me llena de orgullo, no solo por mí, no me están nominando a mí personalmente, sino al trabajo de equipo, de muchos años, luchando y trabajando con mucha ilusión. Los premios son importantes, para mí y para todo mi equipo, estoy muy feliz.