En el año en el que la “maldición” del cine español en los grandes festivales internacionales tocaba a su fin con el Oso de Oro en Berlín de Carla Simón por Alcarràs, Elena López Riera (1982) deslumbró en Cannes con El agua, una fábula sobre el despertar a la vida de una adolescente ambientada en Orihuela, su lugar de nacimiento.
La protagonista es Ana (Luna Pamies), una joven que se enamora de José (Alberto Olmo), un chaval del pueblo con el que descubre la parte “idealizada e inocente” del amor pero también su lado oscuro. Al mismo tiempo, lidia con la relación con su madre (Bárbara Lennie) y su abuela (Nieve de Medina) por una herencia.
La película surge de la propia metáfora del “agua” del título, una corriente maldita que arrastra a las mujeres según cuentan las leyendas del lugar. Con un tono poético, la directora también ofrece un retrato naturalista de una Orihuela proletaria y luchadora. No en vano, la autora de los cortos Los que desean (2018), ganador en Locarno, y Pueblo (2015), presentado en Cannes, ha contado con actores no profesionales.
Pregunta. ¿Con El agua quería tratar un asunto tan espinoso como el de las herencias generacionales?
Respuesta. La herencia generacional es fundamental. De padres a hijos y de madres a hijas, es un misterio insondable. Me pregunto qué parte hay de conciencia y de inconsciencia en los gestos que repetimos. Y por qué cuando no lo hacemos es porque nos rebelamos. Es algo que pesa mucho. No sé si nos parecemos a nuestros padres porque los imitamos o si hay algo que de manera mágica se transmite por la sangre. Y qué parte hay de subconsciente, como explicó Freud.
P. ¿Esa “leyenda maldita” del agua que se lleva a las mujeres corriente abajo tiene que ver con un cierto fatalismo de la cultura española?
R. Sin duda, eso pesa mucho. Supongo que tiene que ver con la herencia del catolicismo. Surge de esa proximidad a la muerte constante y de ese regocijo de lo oscuro. Por lo menos es algo que está en autores como Lorca o Valle-Inclán.
P. ¿La mirada de los demás también puede condenarnos?
R. En los pueblos tiene un gran peso. Hay cosas que se van proyectando de ti no solo como individuo, influye también con qué grupo vas o con quién trabajas. Es algo que traté en los cortos: cómo se articula el individuo con lo colectivo. En el caso de esta película, en las mujeres, vemos ese estigma que se hereda de la familia. En los pueblos eres de los buenos o de los malos y no sabes muy bien por qué, quizá porque tu tatarabuelo mató a otro en la guerra hace mil años. Todos cargamos esas proyecciones de lo que los demás ven en ti.
P. En esa familia de mujeres de tres generaciones hay amor pero también conflicto. ¿Es inevitable?
R. Proletariado significa el que posee a su prole. Esa cuestión dinástica se da en las monarquías pero también en la clase trabajadora. Es muy fuerte esa idea de posesión. Quería que no fuera la típica familia católica. Hay amor y hay odio. Me interesaba abordar las relaciones humanas desde esa complejidad.
P. ¿Cómo se enfrentó a esa historia de “primer amor” entre Ana y José?
R. La cuestión es cómo revertimos esa mirada del hombre hacia la mujer. Me encantan autores que ahora están en revisión como Godard o Antonioni. No los puedo desechar de un plumazo. Lo cierto también es que las mujeres han sido los objetos de deseo de los hombres cineastas y me interesaba cómo lo hacemos al revés. Para Ana, ese amor es lo único que le ancla a ese lugar pero le da miedo. El amor siempre implica ceder, cuestionar lo que eres… Me gusta mucho jugar con códigos. Teníamos una película de referencia que es Mes petites amoureuses (1975), de Jean Eustache. Lo interesante de la película es ver cómo esas desilusiones te hacen madurar. El mundo también es esto.
Camaradería generacional
P. ¿Cómo ha planificado esas secuencias en las que la imagen parece suspenderse en una especie de eternidad?
R. Me gustan esos momentos de fuga en los que se te permite un pequeño desvío. En este primer largometraje me apetecía explorar y experimentar. Todas las películas buenas ya están hechas y yo quiero proponer cosas que nos sirvan para reflexionar sobre adónde vamos. Son pequeñas proposiciones de lenguaje y puesta en escena que me apetecía probar para salir de lo establecido.
P. ¿Qué cineastas le han inspiran además de Godard y Antonioni?
R. Soy una rata de Filmoteca. Me gustan Apichatpong Weerasethakul, Chantal Akerman, Jean Eustache, Mizoguchi, Nicholas Ray… Me siento también muy próxima a mi generación. Carla Simón es muy amiga mía, estoy en las Residencias de la Academia de Cine donde ella empezó a escribir Alcarràs y yo El agua. Luis López Carrasco también me interesa mucho. Siento que hay camaradería en esta generación y un cierto orgullo por el nivel que está alcanzando el cine español.