La historia está plagada de ejemplos de mujeres que tuvieron que travestirse, disfrazarse de hombres, para desafiar las limitaciones inherentes a su sexo. Ahí lucen los célebres casos de Concepción Arenal —para poder entrar en la Universidad—, la guerrera Juana de Arco o la pirata Mary Anne Talbot. Una peripecia con estos mismos ingredientes, pero mucho más desconocida, es la que firmó la humilde Jeanne Baret en el siglo XVIII. Integrante de la exitosa expedición científico-marítima de Bougainville al servicio de su compañero sentimental, el botánico Philibert Commerson, se convirtió en la primera fémina en completar la vuelta al mundo tras superar un arduo y dilatado viaje.
Su biografía la recupera ahora la investigadora María Teresa Telleria, profesora emérita del CSIC y directora del Real Jardín Botánico de Madrid entre 1994 y 2006 —fue la primera mujer en alcanzar este cargo— en Sin permiso del rey (Espasa), un ensayo con licencias literarias que narra con gran pasión la impagable contribución que hizo a la ciencia la valiente Jeanne, cuya verdadera identidad solo se pudo confirmar tras más de un año de travesía y por la mediación de una tribu indígena.
Jeanne Baret nació en el seno de una familia campesina pobre en La Comelle, una comuna de la región de Borgoña, en el centro de Francia, a mediados del mes de julio de 1740. La joven, que casi milagrosamente aprendió a leer y escribir, se quedó huérfana muy pronto —su madre fue la que le enseñó las propiedades medicinales de algunas hierbas antes de morir— y se convirtió en la ama de llaves del famoso botánico Philibert Commerson. Ambos se habían conocido en Toulon-sur-Arroux, donde el sabio quedó hechizado por esa mujer que conocía el secreto de las plantas.
Ella se quedó embarazada —fue obligada a firmar un documento en el que no revelaría la identidad del padre, el propio Commerson, que era viudo y ya tenía un hijo— y se mudaron a París, donde el naturalista, que había caído gravemente enfermo, fue reclutado para participar en la expedición científica de Louis Antoine de Bougainville. Se trató de una empresa financiada por la Corona gala que buscaba descubrir nuevas tierras, cartografiar territorios desconocidos y abrir nuevas rutas comerciales.
Inquieta por naturaleza y preocupada por la salud y el destino de su marido, Jeanne Baret trazó un inverosímil plan para sortear las leyes de la Marina Real francesa, que solo permitía la tripulación masculina: "Mujer por nacimiento y sirvienta por condición, la vida le había asignado el peor de los papeles, pero eso podía cambiarse, estaba segura. Borraría el de mujer disfrazándose de hombre y persistiría en el de sirvienta siendo su criado. Esa era su decisión. Travestida podría embarcarse en la expedición. Transgredir los preceptos del rey y quebrantar la ley de Dios sería el pago de su determinación", escribe María Teresa Telleria.
Regreso a Francia
La expedición, que convertiría a Bougainville en el primer francés en circunnavegar el planeta, estaba compuesta de dos navíos: la Boudeuse, la fragata principal; y la Étoile, un buque de carga para transportar provisiones. Philibert y Jeanne, que había probado la eficacia de su disfraz —se camufló el pecho con vendas muy tirantes— por las calles parisinas, se subieron a esta segunda urca. Partieron de Rochefort el 1 de febrero de 1767 y se unieron a la otra embarcación el 13 de junio de 1767 en Río de Janeiro, después de dos citas perdidas en las Malvinas y en la desembocadura del Río de la Plata.
El estado de salud del botánico oficial fue muy malo durante algunos momentos de un viaje que duraría tres años. En ese contexto, gran parte del trabajo de campo lo realizó ella, que pudo camuflar su imberbe rostro encerrándose en el camarote de Commerson con la excusa de que tenía mucho trabajo y donde disponía de una letrina privada. Jeanne llegó a recolectar y catalogar más de 3.000 especies de plantas —la más importante fue la que llamaron bungavilla, en honor al almirante— a lo largo de todo el territorio que cubrió la expedición: Montevideo, Río de Janeiro, el estrecho de Magallanes, Nueva Irlanda, Batavia, Isla de Francia o Tahiti, donde los nativos finalmente desenmascararon su ardid.
"Hay que reprochar a M. Commerson que permitiera que una muchacha, disfrazada de hombre, le siguiera para dar la vuelta al mundo con él; pero el coraje infatigable con el que ella le siguió y le sirvió en sus penosas expediciones prueba que no podía haber elegido mejor sirviente, y la discreción singular con la que pasó desapercibida durante más de un año en el barco prueba que no tenía los defectos que pueden achacarse a su sexo, ni los adornos que pudieran hacer sospechoso ese disfraz", escribió un amigo del botánico en 1775, dos años después de su muerte.
Al descubrirse la verdadera identidad de Jeanne, un escenario incómodo para el comandante, Commerson le solicitó que le dejase desembarcar en isla Mauricio y estudiar la flora y fauna de aquella región. Bougainville firmó el certificado el 15 de noviembre de 1768, liberando también a la mujer. Pasaron cinco años identificando especies en viajes a Madagascar y otros lugares recónditos, hasta que el naturalista falleció un 14 de marzo de 1773. Baret se quedó sola, a cargo de un niño pequeño y sin patrimonio. Empezó a trabajar en una mugrosa taberna, donde conoció a Jean Dubernat, un marinero con el que se casó poco después y preparó el viaje de regreso a Francia.
A primeros de abril de 1775, Jeanne Baret atracó en el puerto de L'Orient, convirtiéndose en la primera mujer de la historia que daba la vuelta al mundo. En 1785, el Ministerio de Marina le concedió una pensión de doscientas libras por su comportamiento y trabajo al lado de Philibert Commerson. Murió el 5 de agosto de 1807, a los 77 años, y como ha sucedido con otras tantas mujeres, su nombre quedó enterrado en el olvido.