En la actualidad, un elevado porcentaje de los contenidos que se publican y a los que tiene acceso la persona que quiere viajar están ligados a las tendencias comerciales y a los intereses cruzados que reducen el mundo a un gran parque temático.
Esta moda, normalmente, ajustada a lo efímero y superficial, masifica los destinos y lanza un mensaje al que pocas personas se logran resistir: cualquier destino es fácil de abordar. Hay ciudades que, como la preciosa Venecia, han terminado desgastándose de tanto usarlas.
Con su bellísima Plaza San Marcos, sus canales que parecen sacados de las pinturas de Canaletto, sus callejuelas tan bohemias como evocadoras, su niebla matutina cargada de misterios o los enigmas ocultos entre las máscaras de sus carnavales, han convertido la poderosa y perenne belleza de esta ciudad en una hoja caduca que ha se marchitado tras el paso forzado del tiempo.
Darle un respiro
Titulares como "Venecia se cierra al turismo masivo"; "Una joya que trata de preservar su alma" o "Venecia, la ciudad que lucha por salvarse" están copando sucesivamente los diarios de medio mundo. La cosa se pone seria. Sabiendo que cualquier viaje es una experiencia personal que combina lo invisible con lo inefable y que, según la escritora Juliana González Rivera, quienes cuentan en mundo son las personas que viajan, ¿existe alguna manera de conocer Venecia sin estrangularla?
La augusta historia de la ciudad nos puede enseñar miles de cosas sobre ella como, por ejemplo, quienes son los dux o qué hicieron, siglos atrás, los políticos y filósofos Daniele Manin y Paolo Sarpi; qué sucedió en la batalla de Lepanto o cuántas víctimas se cobró la Inquisición española en estas tierras. Entre las páginas no escritas también se encuentra el recuerdo de la Serenissima y su gran imperio comercial; los pintores y
arquitectos que lucharon contra la orografía del lugar y la interminable lista de compositores que hicieron de esta tierra la cuna de su iluminación.
Entre las letras de Jan Morris
Sin embargo, entre tanta información, también existe una historia diferente. Una historia que rinde tributo a esta laguna poblada de islas y que muchos turistas utilizan para hacerse su propia topografía: la literatura. Según la escritora Jan Morris, "Venecia es un sitio complicado, física y espiritualmente, donde es difícil dar algo por cierto y donde nada está totalmente definido.
De la larga lista de escritores y escritoras que han utilizado Venecia como fuente de inspiración, Morris es quien mejor describe el dilema que se le plantea a la persona que pretenda comprender esta fascinante ciudad. Mientras que las guías de viaje abundan, las memorias de los caminantes proliferan y los relatos de ficción copan las estanterías de cualquier librería, los turistas pueden disfrutar de las peculiaridades de la laguna a través de la vida que trasmiten los libros.
La lectura imprescindible
Venecia es un libro que se ha convertido en un clásico de la literatura de viajes. En él, la escritora logra capturar el temperamento, el alma acuática de la ciudad, guiando a los lectores por los sonidos, los olores, las luces y los colores, deteniéndose para especificar nombres, lugares y hechos, y regalándoles un alma que muchos venecianos creen perdida.
Jan Morris visitó Venecia por primera vez siendo el soldado James Morris. A esta visita le siguieron muchas más con la que fue enriqueciendo su pasión por "una ciudad imponente y de humor cambiante". Desde su primera publicación, el libro Venecia sufrió varias revisiones de la propia autora que lo escribió siendo un hombre y lo adaptó a su nueva condición en ediciones posteriores.
Un itinerario único
Otra mujer que, con el paso del tiempo, ha conseguido sentirse más veneciana que estadounidense es la aclamada Donna Leon. A través de su inspector de policía, Guido Brunetti, la escritora ha trasmitido de generación en generación los conocimientos obtenidos durante más de dos décadas viviendo entre su población. Uno de los aspectos que más resaltan de sus textos es la capacidad para explorar con detenimiento todo lo que sucede en la ciudad.
Mientras Brunetti investiga un envenenamiento en el teatro de la ópera, camina por sus calles persiguiendo los cambios sufridos en ellas. Aunque la corrupción de los medios eclesiásticos ocupe gran parte de su tiempo laboral, se mantiene alerta al dilecto de la calle, a los olores del mercado, al persistente sabor del vino tinto que se le ha quedado adosado al paladar. Todos los sucesos en los libros de Donna Leon combinan entre sí para que el recorrido por Venecia en compañía de Guido Brunetti sea algo más que un simple paseo.
Venecia sin turismo
Ella es una mujer inteligente, reflexiva y muy especial que comparte sus pensamientos a través de su personaje. Él no lamenta la invasión turística porque la gente no le permita caminar por las calles o se agolpe en los rincones para conseguir la foto perfecta, sino que la deplora desde la perspectiva histórica, pensando en el daño que le causa en el tejido más íntimo a la ciudad.
Tampoco tiene prejuicios contra los extranjeros, ni contra el progreso ni los cambios. Brunetti lamenta profundamente la pérdida de un lugar que antes existía para atender las necesidades de sus residentes y ahora se ha creado para satisfacer los deseos de una población transitoria y artificial. Según Donna Leon, la magnitud del turismo es una lacra que ha destrozado la ciudad: "Venecia se está muriendo y se parece cada vez más a Disneylandia".
La herencia del recuerdo
Al no ser autóctonas del lugar, las personas que viajan hasta Venecia desconocen la impronta de su dialecto, la fuerza de sus palabras. Calli, campielli e canali forman parte de la herencia del vocabulario veneciano, siendo este legado una sucesión que se adquiere día tras día, yendo y viniendo diariamente a los sitios, caminando, interactuando, escuchando, observando cientos de veces al año, durante décadas.
Así es como las ciudades se graban en la memoria y, cómo, al mismo tiempo, se suman conocimientos humanos y pintorescos, como las historias de los vecinos que se han caído al canal, los comercios que se han ido traspasando de padres a hijos o el recuerdo de la tienda de la esquina que vendía el mejor stracchino de la laguna. Por muy marcados que estén los itinerarios de las guías de viaje, no se pueden comparar a las anécdotas que se acumulan con el paso del tiempo.
La Venecia del veneciano
Existe un puente ubicado al final de la calle que parte de Rialto, pasa por Coin y desemboca en el campo Santi Apostoli conocido desde hace cincuenta años por el nombre de Ponte dei Giocattoli o Puente de los Juguetes. Sin embargo, la tienda de juguetes de la que tomó el nombre ahora vende zapatos. A pesar del cambio, los venecianos todavía lo llaman Ponte dei Giocattoli y, probablemente, seguirán llamándolo así durante las décadas siguientes.
Es muy difícil que en un fin de semana o incluso en las horas que sueltan los cruceros a los turistas, el viajero y la viajera pretendan descubrir una ciudad con tanta historia, con tanta esencia. Visitar Venecia en la actualidad es todo un reto. Preparar el corazón para las posibles rupturas que le cause la ciudad, también.