El documental que destapa la violencia como arma de guerra contra las mujeres: "Hay hasta 48 violaciones por hora"
- El corto español 'Semillas de Kivu' denuncia las prácticas que perpetúan el abuso sexual en los conflictos del Congo, algo que ocurre también en Ucrania, Palestina o Siria.
- Más información: Violaciones, asesinatos y abusos: un coronel español denuncia la "demencial" misión de la ONU en Congo
La violencia sexual es un arma que se ha utilizado desde siempre contra las mujeres. En el siglo XXI se podría pensar que hemos mejorado al respecto, hacia una sociedad más justa. Pero no. Lo cierto es que la ONU repite sin descanso que está al alza. Incluso en Europa. En Ucrania, cuando se retiraron las tropas rusas, dejaron un rastro de mujeres y niñas violadas.
Lo resumía Pramila Patten, representante especial de Naciones Unidas, ante el Consejo de Seguridad: "Las violaciones en grupo, la esclavitud sexual y otras formas de violencia sexual se están usando como una táctica de guerra para someter y desplazar a poblaciones".
La experta iba más allá, al señalar una impunidad casi absoluta. Además, recalcaba, el uso de la violación resulta "sin costes, o incluso da beneficios, en la política económica de la guerra".
La violencia sexual en conflictos supone violación, esclavitud sexual, prostitución, embarazo, aborto, matrimonios forzados. Las víctimas suelen ser mujeres, niñas y niños, aunque los casos de hombres están en aumento.
Los agresores son varones de grupos armados, estatales o no, incluidos terroristas. Pero también Netanyahu o Putin la utilizan y aparecen en reuniones internacionales sin miedo a ser detenidos. Esa es, en parte, la impunidad a la que se refería Patten.
También lo es una inacción generalizada. En 2023, el Consejo de Seguridad de Naciones Unidas reclamó actuar de inmediato en la República Democrática del Congo (RDC), para proteger a las mujeres y a las niñas tras el drástico aumento de casos de violencia sexual y de género.
En concreto, pedían que se administrara "una justicia centrada en los supervivientes". El organismo organizó una exposición fotográfica en su sede en Nueva York, que visitaron 50.000 personas. Pero, hasta la fecha, de justicia en el país africano, nada.
Reconstruir a mujeres y niñas
El cortometraje español Semillas de Kivu, de Carlos Valle y Néstor López, muestra el trabajo del ginecólogo congoleño Denis Mukwege, en el Hospital Panzi en Bukavu. Allí, el Nobel de la Paz trata a mujeres y niñas violadas en RDC.
"Se han documentado hasta 48 violaciones por hora en algunas regiones. Las dinámicas de guerra moderna, que incluyen ataques contra comunidades civiles, exacerban esta práctica", señala Eloisa Molina, directora de Comunicación de World Vision.
Este film, en el que han trabajado siete años, permite descubrir "una realidad que no es lejana, que en parte somos responsables y podemos hacer cosas", señala Valle. Muchas de sus protagonistas fueron embarazadas por sus violadores porque, como recuerda Eloisa Molina, "para muchas, las violaciones no terminan con la guerra".
El proyecto de Mukwege les ayuda, precisamente, a recuperar sus cuerpos y mentes, sus vidas. "El amor es el mayor acto de resistencia a la guerra y la violencia, y hasta que no exista una acción internacional eficaz que aplique justicia, esta es la única resistencia al conflicto", concluye López.
El caso de las niñas
La violencia sexual afecta de manera desproporcionada a las niñas, víctimas del 97% de casos entre 2016 y 2020. "Los perpetradores las buscan deliberadamente porque, además de la humillación, se está dañando en lo más preciado que tienen las familias", explica Lorena Cobas, técnico de Programas Internacionales en UNICEF España.
"Las menores pueden ser reclutadas para ser utilizadas como esclavas sexuales de los miembros del grupo o fuerza armada, o como esposas forzadas de mandos", señala Cobas.
El círculo de violencia las atrapa. "Son doblemente víctimas, primero de la agresión sexual, después por el rechazo de sus comunidades. Además, si acaba en embarazo, muchas veces supone tener que abandonar su propia educación", resume la experta.
Desde UNICEF destacan más zonas de alto peligro. Conflictos olvidados como los de Burkina Faso, República Centro Africana, Nigeria, Mali, Colombia, Filipinas… "Las niñas y los niños son los más vulnerables y quienes más pagan el precio de la guerra", recuerda Cobas.
Tecnología de sangre
En la RDC las guerras no se acaban en buena parte por los intereses creados. En lugar de prosperidad, la riqueza natural congoleña es una maldición. La explotación de recursos como el coltán para fabricar dispositivos electrónicos está directamente vinculada con la violencia y, por tanto, con la violencia sexual. "Tecnología de sangre", resume Molina.
Tras ver Semillas de Kivu, se mira al teléfono móvil, al ordenador o la tableta, de otro modo. Su uso puede ayudar a perpetuar, la guerra y la violencia en RDC. López matiza que, más que cómplices, somos parte de ese círculo.
Aunque en nuestra mano está romperlo. "Necesitamos móviles para el día a día, para trabajar, socializar, comunicarnos con nuestra gente… Pero lo podemos hacer de forma ética", recuerda.
"Si bien la ciudadanía no comete los crímenes directamente, nuestra demanda perpetúa esta economía extractiva que alimenta los conflictos. Urge mayor transparencia en las cadenas de suministro y responsabilidad ética en nuestras elecciones de consumo", demanda Molina.
"Y acabar con la maldita obsolescencia programada, cuyos residuos están matando de cáncer a la gente en Ghana, por ejemplo. En RDC necesitan justicia, es gente con ganas de vivir que ha sido expoliada y humillada durante 200 años. Hay que actuar desde aquí", añade López.
Un arma barata y eficaz
Hacerlo es urgente porque aunque la violación como arma de guerra no es algo nuevo, "tan sostenida en el tiempo y de manera tan organizada como en Kivu, no hay precedentes", denuncia López. En los conflictos, es un clásico.
El dictador guatemalteco Ríos Montt daba órdenes expresas al ejército de aplicar violencia sexual contra las mujeres. "Lo consideraba, desde su visión machista, una forma de hacer daño al enemigo en su orgullo heteropatriarcal. Y acertaba de pleno", apunta la periodista Patricia Simón, especializada en conflictos y crisis humanitarias.
Simón ha cubierto guerras en Ucrania, Mali y Sudán, o las de Israel contra Líbano o Palestina. Acaba de estrenar el documental No habrá paz sin las mujeres palestinas, con el fotoperiodista Alex Zapiko.
Ella recuerda que el mundo recibió con estupor la violencia sexual de los soldados rusos contra las mujeres ucranianas. "Eso demostró el fracaso de periodistas y organizaciones de derechos humanos. No fuimos capaces de divulgar una evidencia", analiza, y considera urgente "incorporarlo a nuestras informaciones, que se entienda que un crimen de la humanidad por el que sus responsables tienen que ser castigados".
Clamar por la justicia
Desde World Vision recuerdan que pese a leyes y tratados internacionales, como la Resolución 1325 de la ONU, que reconocen la violencia sexual en conflictos como un crimen de guerra, su "aplicación es débil".
Por eso, exigen "que los gobiernos prioricen el enjuiciamiento de los perpetradores, programas de apoyo integral para sobrevivientes y romper alianzas con quienes perpetúan estos crímenes". "La violencia sexual en los conflictos no es inevitable, sino una decisión estratégica que puede y debe ser combatida", recuerda.
Por delante queda un enorme trabajo contra la impunidad. Algo esencial porque, como concluye Patricia Simón, "no solo supone defender a los pueblos que están sufriéndola, sino también defendernos, porque si admitimos que ahora lo hagan contra otra gente, lo pueden hacer en un futuro contra nosotras y nuestros seres queridos", y recuerda: "Los Derechos Humanos son la única herramienta frente a la barbarie".