
Algunos de los componentes de la Fundación Cienvidas
Esta es la fundación que salva a niñas ‘de las garras de la vida’: “Desde que las ayudo he evolucionado como persona”
Cienvidas hace todo lo posible para que las jóvenes que habitan en la India tengan las mejores condiciones para no ser marginadas por la sociedad.
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El aire húmedo y frío de Jaipur pesa en el amanecer de un país roto socialmente. Las calles, repletas de colores y aromas de chai hirviendo, despiertan con la cadencia de un mundo que, por desgracia para todos, nunca se detiene. En un rincón olvidado de la ciudad, donde el bullicio y las buenas costumbres apenas se filtran, se encuentran ellas, rotas por dentro, y también por fuera. Cada mañana, cada tarde, cada noche, esperan que alguien de otra parte del mundo las ayude.
Un grupo de niñas despierta en un orfanato, algo más que una casa para ellas. Esta pequeña “mansión” por fuera genera una vibras a una casa propia del decorado de Expediente Warren, pero dentro no hay ningún espíritu maligno, sino muchas almas a las que la vida le ha dado una segunda oportunidad, una segunda muestra de que rendirse no es una opción.
Todo esto es gracias a la Fundación Cienvidas. Surgió del sueño de un ingeniero malagueño, Atanasio Flores, quién un día decidió que no esperaría a la jubilación para cambiar el destino de estas niñas. Hoy, su organización gestiona varios orfanatos y ha puesto en marcha una escuela en Jaipur para cien menores. Pero, más allá de las cifras, hay historias de carne y hueso que le dan sentido a este proyecto.
En el orfanato, cada niña lleva un nombre ficticio. No por capricho, sino por seguridad. “Si decimos los nombres reales pueden marginarlas”, asegura Atanasio Flores, director de la Fundación Cienvidas. La historia de Alisha es muy curiosa. Su padre era camionero, por castigo divino y por desgracia para ella, su progenitor contrajo el VIH y, sin saberlo, lo transmitió a su esposa. Su padre murió cuando ella tenía tan solo seis años. Quedó a merced de la vida. Sin documentos, sin un apellido que la identificara, su destino estaba marcado por el abandono.

Naya, una de las niñas rescatadas por la fundación
La Fundación Cienvidas le cambió la vida. En el momento en el que la vieron Atanasio y Monica Siles, la coordinadora de apadrinamiento, cuentan que le dieron atención médica. Hoy, con tratamiento y escolarización, su carga viral está controlada. Su sonrisa, aunque sea tímida, es un reflejo de la esperanza. Poco a poco, Alisha ha comenzado a confiar en los adultos que la rodean y sueña con ser maestra para ayudar a otras niñas como ella.
La protagonista de otra historia es una mochila. Cómo un simple objeto puede acaparar tanto. Tanu, otra de las chicas a las que ha ayudado Cienvidas. Era una niña que había pasado toda su infancia sin nada, aunque todavía no tenía ni 10 años. El día en el que recibió una mochila con su nombre bordado fue el mejor día de su vida. “Se tiró todo el día abrazada a ella”, recuerda con la voz entrecortada y mirando hacia el techo Atanasio Flores. Esta es una señal de que ahora pertenece a algo, de que tiene un lugar en el mundo y que alguien la ha querido por primera vez.
La Fundación Cienvidas no solo se centra en la India. Ahora, va a comenzar una nueva aventura en Bolivia o Perú, extendiendo su ayuda a otros países donde las niñas también enfrentan barreras insuperables. El programa de apadrinamiento permite que personas de cualquier parte del mundo contribuyan directamente al bienestar de una niña en particular. No es un número en una lista; es una relación real.
Muchos voluntarios coinciden en la misma reflexión tras visitar los orfanatos: estas niñas, marginadas y enfermas, son más felices que muchos niños en sociedades privilegiadas. Juegan, estudian, sueñan. Han aprendido a vivir con la discriminación, a cambiar de escuela cuando descubren su enfermedad, a ignorar las miradas de desprecio. Pero también han aprendido que no están solas.
Cuando el día llega a su fin en Jaipur y la ciudad vuelve a sumirse en el murmullo de la noche, en el orfanato de Cienvidas las niñas cierran los ojos con la certeza de que, aunque su pasado sea una cicatriz, su futuro está en construcción. Y en ese pequeño rincón del mundo, en la tenue luz de una habitación compartida, el sueño de un ingeniero sigue transformando vidas.