A veces, cuesta mucho empezar a escribir sobre algo que realmente te duele. Las palabras se aglutinan en la garganta y el corazón late con fuerza, como si quisiera salir corriendo. Sé que en Málaga y en otras provincias de nuestra geografía, la mal llamada DANA ha causado estragos. Todavía siento el miedo que sintió mi familia aquel día de la riada, cuando veíamos las imágenes de nuestro río embravecido y furioso recorriendo la ciudad. Pero hoy quiero hablaros de Valencia.
Veréis, Valencia es la ciudad que me acogió y me arropó cuando mi madre se marchó hace once años. Consumida por la tristeza, decidí poner tierra de por medio para aliviar la herida que me dejaba su ausencia, herida que se cicatriza con el tiempo, pero que siempre escuece.
Puse el foco en una ciudad que para mí es hermana de Málaga: Valencia. Una ciudad con una gente maravillosa que te acoge, te sorprende, te quiere. De tan generosos que son los valencianos, las gracias forman parte de tu vida diaria. Fue como volver a empezar; los que me conocen lo saben. Fue el principio de mi todo, de mi cambio, de mi vuelta al estudio, de la formación y de la vida empresarial.
Esta es mi segunda casa. Aunque durante muchos años fue Madrid, en esta etapa de mi vida es Valencia, y me gusta. Me gusta su luz, su olor a pólvora en primavera, el sonido del mar acariciando sus playas dorada, sus Fallas… Me gusta perderme por sus calles, descubrir rincones llenos de historia y, sobre todo, me gusta su gente. Gente que, sin conocerte, te abre las puertas de su hogar y de su corazón.
Volviendo a mi madre, justo el 29 de octubre era el aniversario de su marcha. Tenía que ir a Madrid por trabajo y, a las siete de la mañana, mi socia tuvo la precaución de que no fuésemos porque había una alerta roja. Yo pensé que ella exageraba, pero siempre le agradeceré la decisión que tomamos de no coger ese tren que nos habría devuelto a Valencia tres semanas después. A veces, el destino te lo puedes marcar tú, es cierto, y esa mañana lo marcó Alicia.
¿Cómo expresar todo lo que se vivió en esa primera semana y todo lo que están viviendo los valencianos de las zonas afectadas? Yo estuve allí y vi ese infierno y esa desgracia desgarradora de tantas y tantas familias que lo han perdido todo. Han perdido sus casas, sus recuerdos, la lucha de toda una vida. Han perdido a sus seres queridos, y eso es un dolor que nadie debería experimentar.
Recorrer las calles anegadas, ver los muebles embarrados, las fotografías empapadas, los juguetes de los niños cubiertos de lodo, montañas de coches apiñados, y el olor... Es una imagen que se queda grabada en el alma. Las lágrimas se mezclan con la lluvia, y el silencio se rompe con sollozos y gritos de desesperación.
Pero, en medio de tanta desolación, también he visto la solidaridad de la gente. Vecinos ayudando a vecinos, desconocidos ofreciendo su mano, compartiendo lo poco que les quedaba. Gente cruzando los puentes que albergan el Turia cargada con enseres para aliviar con su ayuda. Reconozco que lloré y me emocioné mucho al cruzar yo misma ese puente. Era como pasar de la vida al desastre. En la ciudad reinaba el silencio y la tristeza, y tan solo a unos kilómetros la devastación inundaba todo.
Todos hemos visto cómo los bomberos, la policía, los equipos de rescate no descansaban, cómo se dejaban la piel por salvar vidas, por recuperar lo irrecuperable. Hemos visto a voluntarios llegando de todas partes, con una sonrisa y una palabra de aliento. Porque, en momentos así, es cuando más necesitamos estar unidos, sentir que no estamos solos.
Valencia, mi Valencia, está herida. Pero sé que, como siempre, se levantará. Porque los valencianos son fuertes, son luchadores. Porque, a pesar del dolor, saben encontrar la luz en la oscuridad. Hemos visto cómo, entre el barro y los escombros, florecen la esperanza y la resiliencia.
Quiero rendir homenaje a todas esas personas que están pasando por este calvario. A las madres que abrazan a sus hijos sin saber qué les depara el futuro. A los abuelos que ven cómo se desmoronan los cimientos de toda una vida. A los jóvenes que, a pesar de todo, mantienen la ilusión y las ganas de seguir adelante.
También quiero agradecer a todos aquellos que, de una forma u otra, están ayudando. A los profesionales, a los voluntarios, a los que donan ropa, comida, tiempo. A los que ofrecen un techo, una ducha caliente, un plato de comida. Porque, al final, eso es lo que nos define como sociedad: la capacidad de empatizar, de ponernos en el lugar del otro y tender la mano.
Es en estos momentos cuando me siento más orgullosa de formar parte de esta comunidad. Cuando veo que, a pesar de las adversidades, sacamos lo mejor de nosotros mismos. Cuando las diferencias se quedan a un lado y todos remamos en la misma dirección.
Como dijo Blasco Ibáñez: "La tristeza no se hizo para las bestias, sino para los hombres; pero si los hombres la sienten demasiado, se hacen bestias". Este dolor compartido, esta tragedia, debe recordarnos que somos humanos, que podemos sentir, pero también sanar y reconstruir.
Quiero animaros a que no olvidemos. Que, cuando pase el tiempo y el lodo desaparezca, sigamos estando ahí. Que reconstruyamos no solo las casas, sino también los sueños y las esperanzas de aquellos que lo han perdido todo. Porque reconstruir no es solo levantar paredes, es también sanar corazones.
Termino estas líneas con el corazón en la mano, enviando toda mi fuerza y mi cariño a todos los afectados. Recordad que no estáis solos. Que, aunque el camino sea duro, juntos podremos superar cualquier obstáculo. Valencia resurgirá, más fuerte y más unida que nunca. Y allí estaré, como una más, aportando mi granito de arena.