«Richard, al formar parte de la 'Schutzpolizei' una de las policías estatales, participó en el segundo barrido. Está todo en su pasaporte. No solo ciudades y fechas, también nombres de operaciones. (...) En todos estos años, (él) siempre estuvo, de una manera u otra, bajo las órdenes del miembro de las SS Friedrich Jeckeln».
Cuando el periodista Ricardo Dudda comenzó a investigar la historia de su familia, nunca imaginó el hallazgo con el que se toparía. Entre documentos, fotografías y archivos, se encontró de frente con la realidad: "Mi abuelo fue nazi. Saber esto traumatizó. No solo por el horror de los acontecimientos, sino porque no sabía cómo decírselo a mi padre".
Así lo cuenta a EL ESPAÑOL de Málaga y así lo recoge en la obra Mi padre alemán (Libros del Asteroide, 2023). Pero este ensayo, finalista de la II edición del premio de no ficción de la editorial, es una obra que va más allá de los crímenes que asolaron a la vieja Europa del siglo XX.
Es una reflexión en torno a la culpa, el pasado, la responsabilidad y, sobre todo, el amor entre un padre y un hijo. Una conversación tranquila en el que el paso de las horas no solo da como fruto el material imprescindible para construir el relato, sino la paciencia necesaria para entender el avance indiscriminado del tiempo.
Mi padre alemán es la vida de Gernot Dudda, un hombre que nació en plena II Guerra Mundial, que fue "padre de otros, marido de una mujer" que no es la madre de Ricardo, un tótem de los recuerdos y los olvidos, y el ciudadano que un día fue refugiado de un país que ya no existe.
Gernot tiene una historia única, pero también una universal en torno a las columnas comunes que vertebran al ser humano. De todo este conglomerado nace el relato de este octogenio afincado en El Hoyo: lejos de hagiografías; próximo a lo mundano.
Quizá es una idea común, vinculada a la idealización de la infancia, pero muchos en algún momento de la vida hemos pensado que la historia de nuestros padres merece ser contada. ¿En qué momento se da cuenta de que su padre se puede convertir en el protagonista de un libro?
Había oído su historia muchas veces porque la contaba con frecuencia; él recurre a cualquier momento de sobremesa para dar un discurso o para hablar de esas anécdotas propias de su infancia de refugiado. Al principio, cuando era niño o adolescente, estos relatos los incorporaba dentro del género de las batallitas. ¡Las había oído mil veces! Sin embargo, cuando comencé a escribir de manera profesional, me di cuenta de que ahí podía haber un material interesante. No solo por lo que relata, sino por cómo lo hace, su manera de hablar, su humor…
Comencé entonces a entrevistarlo con la idea de comprobar si había algo que rascar hasta que llegué a la conclusión de que era posible desembarcar en buen puerto. Y no solo eso, sino que también sirvió para que se le activara la memoria, recordando cosas que pensaba que las tenía olvidada. Realmente fue una prueba; también podría haber ocurrido lo contrario, pero me topé con un material muy bueno. Incluso solo con sus testimonios ya era valioso.
Es decir, la idea de escribir el libro es una hipótesis que se confirma una vez que comienza a trabajar en ello.
Justamente. Tenía la idea de que podía haber algo, pero necesitaba convencerme a mí mismo del ejercicio que estaba a punto de realizar. Al final, hablar con un padre es más complicado que con una fuente. Tienes ciertos repartos y te da miedo tocar algunos temas. Fue en el momento en el que asumí el reto que tenía por delante cuando el libro comenzó a tomar forma, aunque he de confesar que el resultado final no tiene absolutamente nada que ver con la propuesta que le hice a Libros del Asteroide.
¿Cuál era el enfoque original que le quería dar?
Era muy preliminar, todo muy deslavazado. Les expliqué la idea que tenía de entrevistas con mi padre, pero quizá con eso solo no me daba. Yo tenía un prólogo muy incipiente en el que básicamente pedía que se fiaran de mí. ¡Y qué bien que lo hicieron! Supongo que eso es lo que tiene un concurso a proyecto: tienes que saber vender algo que todavía tú mismo no sabes lo que es. Es muy meritorio que ellos arriesguen con esas cosas, porque te da confianza para investigar.
La capacidad de llegar hasta el límite con una fuente “desconocida” es quizá mayor que con un familiar al que conoce y al que identifica con sus miedos y debilidades. De hecho, en un momento del libro su padre rechaza hablar de sus desamores. ¿Es capaz uno de dejar a un lado su faceta de hijo y reducirse, únicamente, a escritor?
Ahí está el dilema. Podría pensar que es un hándicap si fuera un libro exclusivamente histórico; es decir, un ensayo en el que utilizara a mi padre como fuente. Pero en este caso no solo es la fuente, sino que también es un personaje. Ahí sí que ha ayudado el hecho de que sea familiar y que tengamos esa relación para conseguir este fin. Si hubiera sido un artículo académico en el que hubiera tenido que extraer información de él, a lo mejor hubiera sido más fría la relación. El hecho de que salgan sus manías, sus aspectos algo negativos, lo hace más humano. De la otra forma, sería de cartón piedra y sin matices, pero creo que queda mejor desnudarlo.
La imagen que crea es la de un guiri que llega a Burgos pensando que toda España es paella, playa... Pero cuando comienza a diseccionarlo, el lector encuentra elementos comunes a todos los padres. Los cambios con la vejez, las manías, los chistes repetidos…
Sí, es algo bastante universal. He hablado con gente que me ha dicho: “Qué curioso que con pasados tan diferentes, mi padre es exactamente igual”. Me parecía interesante conjugar esas dos partes: la de la historia particular suya con los elementos que son comunes a todos los padres. No todos tenemos un pasado de un abuelo nazi ni un padre refugiado, pero todos compartimos las mismas preocupaciones respecto de la paternidad, la culpa, saber ser hijo…
Uno de los momentos más sorprendentes del libro es cuando, en el trabajo de documentación, descubre que su abuelo no solo fue nazi, sino que tuvo implicación directa en el exterminio de algunos pueblos de Europa a las órdenes de Friedrich Jeckeln, responsable de 100.000 asesinatos. ¿Cómo asume uno ese hallazgo?
Tampoco hay una epifanía, pero sí que es verdad que ese descubrimiento hace que todas las piezas encajen. Localizo un concepto que, contextualizado dentro de la guerra, está directamente vinculado con Holocausto. A partir de ahí, empiezo a unir los hilos y acabo convenciéndome de que las cosas son así; que mi abuelo fue nazi. Este hecho me traumatizó —a pesar de que no lo conocía—, porque no sabía de qué manera decírselo a mi padre. Me paralizó la narración ya que no entendía cómo integrar algo tan dramático en una historia dura pero que mantenía un equilibrio con los episodios más ligeros.
Esto era mucho más siniestro que la vida de un refugiado: no era la historia de los alemanes como víctima, sino de los alemanes verdugos. Es algo que hemos oído muchas veces, pero es más difícil de contar. A mí me daba miedo frivolizarlo; de hecho, no quería ponerme a hablar de ello y de pronto, a la página siguiente, escribir sobre un chiste de mi padre en la playa. Toda esta situación me obligó a redireccionar el libro, pero también le dio una connotación especial. Hay muchas reflexiones sobre la culpa que a lo mejor ahora tienen más sentido.
¿No es injusto sentir culpa por lo que han hecho antepasados? Sienta el precedente de la responsabilidad heredada, como si se transmitieran genéticamente.
A veces la culpa no funciona racionalmente, es un poco abstractica e influyen cosas como la autoestima, la vulnerabilidad… Este hallazgo me alteró emocionalmente y me hizo heredar ese sentimiento. Aquí hay que tener en cuenta una cosa, y es que yo uso el término de “heredar” sin saber si mi abuelo se sentía culpable o no por lo que hizo. Pero mi padre y yo, de alguna manera, nos redimimos por ello. El apellido Dudda queda manchado por esos crímenes. Me afectó, no porque un familiar mío lo hubiera hecho, ya que no lo conocí, sino porque ensucia el nombre de mi padre. Esa fue también su preocupación: no quería ser recordado como el hijo de alguien que cometió esos crímenes.
En el relato se enfrenta a la realidad de forma honesta. De hecho, plantea la posibilidad de adoptar una postura ingenua y equidistante (“que hubiera estado al mando de un criminal de guerra no quiere decir que hubiera participado”), pero rápidamente deciden asumir la verdad.
Esa postura hubiera servido más para calmar la conciencia que para otra cosa. Resulta más fácil irte a la cama sabiendo que no hizo nada a que sí lo hizo. Mi padre sí que tiene la posición heroica porque entre mi abuelo y yo hay una distancia enorme, pero él no deja de ser el hijo. Sin embargo, no justifica ni racionaliza lo que pasó, lo cual hubiera sido muy humana, sino que asumió la verdad como un drama y lo procesó por su cuenta. Creo que eso tiene una parte importante de valentía porque desecha el camino fácil de la ceguera.
A su padre le resulta más sencillo exponer sus emociones sobre este hecho que hablar del amor.
Tiene gracia. El tabú del libro podría ser el nazismo, pero en realidad es las parejas de mi padre. Quizá esto se deba a que hay cierta distancia con el tema. La sensación que me produce haber descubierto esto es de haber convertido a mi abuelo en un personaje de ficción. La II Guerra Mundial está tan contada que introducirlo en este tipo de relatos parece de ficción por lo inverosímil y chocante que nos sigue pareciendo este drama.
¿Cree que ha cambiado la imagen que él tenía de su padre?
No veo que se haya producido un cambio radical, pero hay una especie de melancolía y pesadumbre que no existía antes. También hay que pensar que uno llega al final de su vida siendo capaz de perdonar; esa es su actitud, no intentar negar, pero tampoco torturarse durante sus últimos años con alguien que falleció hace mucho tiempo.
En el libro no hay ninguna mención externa (ni portada, ni contraportada) al hecho de que su abuelo fuera nazi, recreando en el lector una sensación similar a la que usted tuvo cuando descubrió su pasado. ¿No le tentó llamar a la obra Mi abuelo nazi en vez de Mi padre alemán?
Había muchas opciones, lo que pasa que le pusimos ese título porque no tenía ni idea de qué poner. Fue una opción de última hora y, aunque no era la más sexy del mundo, no era falsa. Había un intento de resumir todo lo que encuentro, pero lo descarté porque era imposible y ridículo. Prioricé la relación con mi padre hasta el extremo. Incluso con el descubrimiento que hice lo enfoqué hacia ese punto: ¿cómo podía afectar a nuestra relación?
Sobre él (su abuelo) hay muchísimo más que no he incluido en el libro y que ahora, precisamente, estoy investigando porque creo que puede haber más material. Si el azar ya me ha llevado hasta aquí una vez, lo mismo ahora descubra algo más.
El tema más delicado, la relación con el nazismo, la trata desde un punto de vista ensayístico, sin divagaciones.
Quería tratar al lector como un adulto porque no tengo que explicarle a nadie el horror nazi. Contar solo los hechos. Me sentía mal porque únicamente contaba las cosas sin incluir juicios de valor, pero creo que no hacía falta. Tiene más efecto decirlo así porque vas a llegar a la misma interpretación.
¿Su padre ha leído el libro?
Tardó más de un mes en hacerlo por circunstancias de la vida, pero sí, lo ha leído y le ha gustado mucho. Incluso creo que aquello que no le ha gustado porque está relatado de una manera diferente, lo ha respetado. Él sabe que hay amor, cariño y que no he revelado secretos familiares para hacer ajustes de cuenta.
¿Ha descubierto a una persona distinta a la que pensaba que era?
Ha habido una especie de amistad, lo cual es raro entre padres e hijos por la jerarquía que se establece. Eso sigue existiendo, pero ahora somos un poco colegas. Es algo bonito, porque los libros que se hacen sobre padres son una despedida cuando ya han fallecido, pero yo quería que fuera un personaje vivo, con el que me llevo bien y con el que hablo a menudo. Ese cambio ha sido para bien porque ahora estamos muy unidos.
¿No le dio miedo caer en una hagiografía?
Al contrario, pensaba que estaba siendo muy duro diciendo que no aceptaba la vejez, manías, la casa hecha un desastre, expresiones raras… Pero en el resultado final se ve que hay mucho cariño y respeto.
Incluso en los gags, cuando sale a dar un discurso y dice: “Disculpadme por este acento andaluz”. ¿Es un alemán poco alemán?
Justo. Tiene gracia porque son chistes típicos suyos. A veces funcionan, a veces no, pero a mí me resulta simpático el intento. Es un tipo que nunca tiene mala intención cuando hace esas cosas. Él no usa el lenguaje para enfrentarse a gente, sino para unir. Es más, no usa sus dotes carismáticas para aprovecharse de nadie, sino para seducirte. Es alguien al que le gusta ser gustado.