Toda sátira es profecía y toda parodia es eufemismo. Sobre esta frase, Daniel Gascón (Zaragoza, 1981) vertebra su último libro, Fake news (Debate, 2022). El autor de Un hípster en la España vacía se adentra en el análisis de la actualidad con un manual de combate contra la irreverencia del relativismo, la comodidad de lo autorreferencial y la fragilidad de los ejes en los que deambula la política española.
Entre viñetas y pellizcos de realidad, Gascón disecciona los problemas morales que desintegran el debate público en aras de la polarización: "Llevo mucho tiempo pensando si las cosas cambiarán y si nos cansaremos de esta conversación tan sectaria, pero de momento no ha sucedido".
Fake news es una parodia sobre la tragedia del presente: la mentira, la manipulación, el nacionalismo…¿Solo nos queda el humor para hacer frente a tanta desgracia?
El humor siempre es útil porque ilumina y nos ayuda a tomar distancia. Eso nos permite fijarnos en las incongruencias propias y ajenas. También creo que hace más llevaderas las cosas que nos angustian y nos preocupan. Es una herramienta de conocimiento. Lo que pasa es que algunas de las cuestiones de la política se ven tan extremas que parece que nos están empujando a la sátira.
¿Una estrategia para desmontar mentiras o una barrera de protección?
Las dos cosas y ahí está el riesgo. La protección puede hacer que nos contentemos con la risa y ya no hagamos nada más. Al final, hay muchos mecanismos basados en el análisis del lenguaje y la reducción al absurdo. Todo eso sirve para mostrar las mentiras y las trampas de una forma gráfica y económica. En una viñeta puedes desmontar algo que en un artículo te llevaría 1.500 palabras.
El libro tiene ciertos aires pesimistas porque no deja de reflejar la decadencia de España. ¿Va ligada la tristeza a la verdad?
Es un libro de crítica, por lo que esos aspectos están ahí. Me he fijado en cosas como el cinismo, la degradación del espacio público, las trampas en el lenguaje… Elementos que están en la crítica de la política desde que existe la crítica de la política. Yo pensaba en el retrato descarnado, viendo lo que hay y contándolo. Hace unos años teníamos ese optimismo racional, pero ahora nos hemos vuelto más pesimistas en general. A lo mejor, en los grandes cambios, ese sentido optimista sigue teniendo sentido, aunque el cambio climático y la guerra los quiten.
No veo que el debate público esté mejorando, sobre todo con las tendencias antipluralistas tan extendidas
¿Es optimista?
Creo que sí. Confío en la capacidad de mejorar del ser humano, en la ciencia, en que el mundo es mejor ahora que hace 100 años. Cualquiera que esté vacunado, y que no tenga un problema grave de percepción, lo ve. Eso sí, me adhiero a un optimismo escarmentado porque desconfío del adanismo y de la ingenuidad. Soy un optimista con muchas prevenciones.
A raíz de la reforma del delito de malversación por parte del Gobierno, Pilar Alegría afirmó: “Toda prisa es poca cuando estamos hablando de luchar contra la corrupción, por la transparencia y por la higiene democrática”. ¿En qué grupo de los problemas referidos anteriormente encaja esta frase?
Parece que tuviera las preposiciones cambiadas: están luchando contra la transparencia, contra la democracia y por la corrupción porque están despenalizando la malversación. A lo mejor era un problema de dislexia y se había equivocado (ríe). Una cosa que ha cambiado en los últimos tiempos ha sido el discurso con el CGPJ. Hemos pasado de la hipocresía (fingir que somos buenos aunque lo hagamos mal) a lo que estamos viendo ahora: presumir sin disimular. La hipocresía como el tributo del vicio a la virtud. No sé si es por el ciclo informativo o el populismo, pero ahora mientes y no tienes que decir que has cambiado de posición. No pasa nada por cambiar día a día. Se ha dicho con Sánchez, con Trump… Quizá tiene que ver con la forma de comunicar más que con la personalidad del líder. A lo mejor son fruto de su tiempo, con distinto grado de nocividad, como es el caso de Trump. Es lo que yo llamo la era del cuajo, que permite mantenernos firmes en una posición aunque la realidad te demuestre lo contrario.
Me recuerda a aquella viñeta que salió publicada hace algunas semanas: “A quién va a creer, a sus propios ojos o al ministro”. ¿Era suya?
No, pero me hubiera gustado que lo fuera.
Decía Hiram Johnson que la primera víctima de una guerra era la verdad. En este presente, ¿qué ha nacido antes, la mentira o la guerra? ¿Cuál ha sido el causante de cada caso?
Siempre hemos discutido sobre eso: cuándo se ha producido el cambio cualitativo si es que lo ha habido. Por ejemplo, cuando se habla de la postverdad, sí que se ha llegado a la conclusión de que es más barato producir noticias falsas. Normalmente, era algo que solo lo podían hacer los gobiernos y los medios establecidos, que lo siguen haciendo, pero se han sumado también “emprendedores”. Esa reacción que hubo contra los bulos en los medios serios y en los gobiernos es una disputa por el mercado, porque no querían que les quitaran el monopolio de la intoxicación. Ves que muchas de las mentiras y tergiversaciones proceden de estas instituciones consolidadas.
Por ejemplo, La Ley de Memoria Democrática habla de los bebés robados como si fuera una trama eugenésica, cuando está demostrado que no fue así. Los medios tradicionales, por prisa o lo que sea, emitimos cosas que, sin ser mentira, no se ajustan a la realidad.
La era del cuajo nos permite mantenernos firmes en una posición aunque la realidad te demuestre lo contrario
¿Ofende más en España el bulo de Trump que el del Gobierno de turno?
Y a gente diferente, que es otro de los problemas a los que lleva la polarización: solo vemos los desmanes del otro. Esto implica que no haya rendición de cuentas porque lo tuyo, o lo disculpas o no lo ves, mientras que con el otro esperas a que haya la más mínima transgresión.
El cinismo.
Sí. Creo que en algunos casos es deliberadamente cínico y forma parte de un plan, y en otros es ya la naturaleza humana la que hace que tendamos a eso. La mentira y la polarización existían antes de las redes sociales, provocando conflictos de verdad que van más allá de las guerras culturales. Pero exacerba cosas que están en nosotros como el tribalismo.
El hilo conductor de Fake news se resume en la frase: “Toda sátira es profecía y toda parodia es eufemismo”. Es como si estuviéramos viviendo en un tiempo poco creíble. ¿Cómo se combate la mentira en tiempos de postverdad?
Llevo mucho tiempo pensando si las cosas cambiarán y si nos cansaremos de esta conversación tan sectaria, pero de momento no ha sucedido. Es algo muy estéril, autorreferencial y con poco contacto con la realidad y las ideas. Como la tribu: tengo que pensar esto porque es lo que piensan los míos. Son combinaciones ideológicas muy azarosas y volátiles. En ese sentido, no soy tan optimista. No veo que el debate público esté mejorando, sobre todo con las tendencias antipluralistas tan extendidas.
Escribe, a modo de parodia: “A los dos nos cae mal Arcadi Espada y eso une mucho”. ¿Es el odio la casa común de los tiempos presentes?
Hay una frase de un político estadounidense que dice que la política es la distribución sistemática del odio. El odio es algo malo, que sienta mal a la salud. El Padrino ofrece una lección muy interesante al respecto: “No hay que odiar a los enemigos porque nubla la percepción”. Aplíquese al adversario. Pero esa versión tan agonista, como dice Arias Maldonado de las democracias, se ha impuesto. Es una transformación en la que hay menos idea consensual y más del conflicto, del enfrentamiento, y de pensar que las ideas del otro son malas per se.
Me hace gracia que Podemos se queje cuando alguien le dice algo en el Congreso cuando ellos son seguramente uno de los que traen a la política nacional un discurso mucho más relacionado con conceptos como el odio o el enemigo. El otro día escuchaba a Pablo Iglesias hablando en la SER de los piojos. Luego se quejan de la violencia verbal los mismos tipos que habían jaleado para que se tiraran cosas durante las jornadas de rodea el congreso.
Una de las viñetas dice: “¿Qué país nos va a dejar la oposición?”. ¿Se han cambiado las tornas? ¿Tan grande es la perversión que se pone el peso de la responsabilidad en quien no gobierna?
La política es también una batalla por el poder monsergador, por ver quien tiene la capacidad de echar la culpa al otro. Es algo bastante simétrico y está ampliamente repartido. Pero sí, según el Gobierno y sus correas de transmisión, el problema es que tenemos una oposición que se opone (ríe). Bueno, es que una democracia exige que haya una oposición inteligente, que señale cosas y que esté, porque es su función. Es un elemento necesario.
Hay que huir de las zonas en las que estamos cómodos porque quizá, sin haberlo pensado, nos hemos acomodado en la tribu
Hace referencia al concepto de construcción social. ¿Qué hay de la capitalización de las emociones?
Es un poco como la Democracia sentimental de Manuel Arias Maldonado. En ese libro explica muy bien ese componente irracionalista. Pero a veces también hemos pecado al hacer una política especialmente racionalista, porque no hay nada más irracionalista que eso. Somos seres con emociones, antipatías, arbitrariedades, ideas de lo sagrado diferente… No tener en cuenta esos componentes es un suicidio político. Lo que pasa es que hay que domesticar esas pasiones en cierta manera. Creo que el humor, en estos casos, viene bien porque enfría y permite hacer ironía contigo mismo. La ironía como conciencia de la propia contingencia; yo pienso esto porque estoy aquí.
Otro problema que traen las emociones es que nos obliga a centrarnos solo en la nuestra. Fue lo que pasó con el procés, en la que se planteó una única identidad, la independentista, como si el resto de personas no tuvieran.
Todos estos movimientos identitarios (independentismo, las leyes más ideológicas del Gobierno) tienen a las emociones como piedra angular. ¿Hay espacio para una política menos contaminada por los sentimientos?
La cursilería, otro de los componentes de la política contemporánea, tiene estas cosas. La idea del reconocimiento tiene más importancia ahora que antes, pero no puede tirar por la borda otras cuestiones como la protección de menores en el caso de la ley trans o cuestiones básicas de técnica legislativa como la presunción de inocencia o las penas favorables para el reo. Son elementos claves de la civilización; conquistas ilustradas. Las buenas intenciones las tiene todo el mundo, pero a veces no son suficientes. El que es muy cursi y empático con lo suyo, luego demuestra una crueldad terrible con los otros.
Como filólogo, habla de la perversión del lenguaje. Incluso llega a ironizar afirmando que hay que acabar con la O, en referencia al masculino genérico. ¿Es este el mayor éxito de la posverdad?
El lenguaje es instrumento para mostrar la verdad, pero también para ocultarla y trampear. Siempre me han divertido esos trucos. Me gusta mucho Orwell y eso tiene que ver. Él era muy fan de Jonathan Swift; Rebelión en la granja era una sátira.
La reacción que hubo contra los bulos en los medios serios y en los gobiernos es una disputa por el mercado, porque no querían que les quitaran el monopolio de la intoxicación
Escribe: “Muchas páginas de la historia de la literatura se han escrito con resaca. ¿Hay que traducirlas también con resaca?”. Viene a reflejar esa pulcritud para con las identidades. Solo pueden representar a personajes trans personas que sean trans; lo mismo pasa con las cabalgatas de Reyes Magos.
Claro, porque como es negro, ya tiene que ser Baltasar (ironiza). A veces, estas ideas inclusivas tienen un punto racista en sí.
¿Esas superidentidades nos pueden llevar a la destrucción de las identidades? Se están acotando tanto que todo aquel que se salga del mapa ya está contra el colectivo.
Creo que lo interesante es no estar en el paquete ideológico. De algún modo todos estamos dentro, pero lo importante es llegar a las conclusiones por nosotros mismos. A veces no están alineadas, porque algo que en España es conservador, en otro sitio no lo es. Hay que huir de las zonas en las que estamos cómodos porque quizá, sin haberlo pensado, nos hemos acomodado en la tribu. Tenemos que escuchar a los espabilados del otro grupo. Así puedes refinar tus argumentos. Creo que está bien ser heterogéneo.
¿Ha llegado el fin de la historia para las democracias liberales?
Realmente creo que nadie piensa que haya un modelo mejor. Es verdad que hay muchas tensiones y que esa falta de complejos se traduce en violaciones de elementos que el liberalismo ha intentado defender, como la separación de poderes. Pero eso me da pie a una pregunta: ¿en qué país del mundo puedo estar en la oposición, viviendo bien, mientras se escuchan mis opiniones y se me respeta? Todo el mundo llega a la conclusión que solo se puede perder cómodamente en una democracia liberal. Lo otro solo sirve si uno gana, y a veces también se pierde. El modelo no está superado.