En el multitudinario entierro de Melchor Rodríguez García, en febrero de 1972, tuvo lugar uno de los momentos más inverosímiles del franquismo. Sus camaradas anarquistas, que le enterraron con la bandera de la CNT-FAI, empezaron a entonar las estrofas de su himno, A las barricadas. Los altos funcionarios del régimen que acudieron al sepelio respondían a las consignas revolucionarios rezando el Padrenuestro. Y en el medio, Javier Martín Artajo, antiguo parlamentario de la CEDA durante la República y más tarde diputado en las Cortes franquistas, que lucía una corbata con los colores anarquistas mientras rogaba por el alma de su amigo, el ángel rojo, el hombre que le había salvado de recibir un tiro en una de las 'sacas' del Madrid en guerra.
Melchor Rodríguez fue delegado especial de prisiones de la Segunda República, un anarquista que prefería "morir por las ideas, nunca matar por ellas". Miembro y fundador de la Federación Anarquista Ibérica (FAI), perteneció al sector rigorista de la CNT y se mostró contrario a la violencia revolucionaria en la que se sumió la retaguardia republicana durante la Guerra Civil. De hecho, creó una checa que era una tapadera para proteger a toda la gente —incluidos los curas— cuya vida corría peligro. "Si he actuado con humanidad, no ha sido por cristiano, sino por libertario", diría.
El famoso ángel rojo, nombrado alcalde de Madrid —el último republicano— por el coronel Segismundo Casado en los últimos días de la contienda, ha sido propuesto por el Gobierno municipal de Martínez-Almeida para recibir una de las Medallas de Honor que el Ayuntamiento entregará el próximo 15 de mayo con motivo de la festividad de San Isidro. Se trata de una de las mayores distinciones de la ciudad y que deberá ser aprobada en pleno.
Nacido en el sevillano barrio obrero de Triana en 1893, en el seno de una familia humilde, Melchor Rodríguez pronto se quedó huérfano y tuvo que trabajar como calderero. También probó suerte como torero hasta que sufrió una grave cogida. Se trasladó a Madrid, donde trabajó como chapista y se afilió a la Confederación Anarquista Ibérica, siendo nombrado representante del Sindicato de Carroceros. Fue una de las figuras más influyentes del movimiento obrero español en las décadas de 1920 y 1930 y referente del mundo sindical madrileño.
Al estallar la Guerra Civil, en ángel rojo ocupó el puesto de delegado especial de la Dirección General de Prisiones en Madrid. Consiguió detener, de forma temporal, las sacas de noviembre de 1936, como las de Paracuellos, salvando al menos cuatrocientas vidas de los encarcelados en Ventas, San Antón o La Modelo. Rodríguez, que formaba parte del Los Libertarios, el grupo menos radical de la FAI, se opuso terminantemente a la represión, aunque siempre lo hizo de forma callada, y fue cesado por el ministro de Justicia Juan García Oliver, antiguo pistolero y anarquista radical. Cuando el Gobierno republicano se marchó a Valencia, a principios de diciembre, recuperó su puesto.
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El episodio más célebre de Melchor Rodríguez conduce a la cárcel de Alcalá de Henares. Allí, el 8 de diciembre, logró frenar a una turba de milicianos que buscaba asesinar a los 1.500 presos que atestaban la prisión después de un bombardeo fascista sobre la población civil. "¡Qué momentos más terribles aquellos! (...) Qué batalla más larga tuve que librar hasta lograr sacar al exterior a todos los asaltantes haciéndoles desistir de sus feroces propósitos. Y todo ello ante el tembloroso espanto de mi escolta, que, aterrados y sin saber qué hacer, se limitaron a presenciar aquel drama", recordaría el protagonista sobre un enfrentamiento que se prolongó siete horas.
Gracias a todas estas mediaciones el ángel rojo logró salvar directa o indirectamente la vida de Serrano Suñer, el general Agustín Muñoz Grandes, los cuatro hermanos Luca de Tena, el futbolista Ricardo Zamora, el locutor Bobby Deglané, los falangistas Rafael Sánchez Mazas o Raimundo Fernández-Cuesta y el citado Javier Martín Artajo, entre muchos otros. Santiago Carrillo lo detestaba. Durante muchos años pensó que había estado protegiendo a los quintacolumnistas, pero en un documental dirigido por Alfonso Domingo sobre la figura del anarquista terminó reconociendo que "quizá era un altruista que ponía la vida humana por encima de todo, un rara avis en aquella guerra terrible".
Consejo de guerra
Por presiones comunistas, fue cesado en marzo de 1937 y nombrado delegado de Cementerios. Se jugó la vida en numerosas ocasiones alojando en su casa a enemigos ideológicos o trasladando personalmente camiones de presos. Fue víctima de varios atentados fallidos por defender la legalidad republicana. Incluso permitió que el escritor Serafín Álvarez Quintero fuese enterrado, cumpliendo con su voluntad, con un crucifijo, siendo el único que se exhibió durante la guerra en Madrid.
Entregó Madrid a las tropas franquistas como concejal y último alcalde de la República. Fue condenado, primero a cadena perpetua; luego a 20 años y, finalmente, a cinco, gracias a la intermediación del general Agustín Muñoz Grandes, que hizo una encendida defensa de su otrora salvador durante el consejo de guerra y presentó un documento con más de dos millares de firmas de apoyo.
En una entrevista con el diario fascista Ya publicada el 21 de abril de 1939, el ángel rojo justificaba así su defensa de los reos: "Simplemente era mi deber. Siempre me vi reflejado en cada preso. Cuando me encontraba en la cárcel, pedí protección a los monárquicos, a los derechistas, a los republicanos... a aquellos que se encontraban en el poder; entonces me consideré obligado a hacer lo mismo que había defendido cuando yo mismo estuve recluido en las cárceles, es decir, salvar la vida de estas personas".
Rodríguez estuvo más de una treintena de veces en la cárcel con la monarquía, la República y el franquismo —fiel a sus principios, volvió a unirse al movimiento libertario, ahora defendiendo la mejora de las condiciones de los presos en las cárceles franquistas—. Sobrevivió modestamente como vendedor de seguros, sin admitir jamás ninguna de las ayudas que le ofrecieron muchos de los que le debían su vida. Acabó su vida escribiendo pasodobles, cuplés, poemas y artículos y siendo un anarcosindicalista clandestino. Y uniendo en plena dictadura a las dos Españas.