La llegada de la Covid-19 hace algo más de dos años obligó a los gobiernos a tomar medidas excepcionales de cuarentena, y también a asumir un gasto público adicional al de los estabilizadores automáticos (el subsidio de desempleo es uno de ellos). De ahí que el gasto público total alcanzara proporciones descomunales.
Lo cuenta muy bien y de manera muy detallada el Fondo Monetario Internacional que, en un informe, se centra en “las medidas discrecionales de los gobiernos que complementan los estabilizadores automáticos existentes”.
Según el FMI, el gasto público excepcional motivado por la pandemia había alcanzado globalmente el 27 de septiembre pasado los 10,79 billones (trillion) de dólares, de los que 1,45 billones se han dedicado a gasto sanitario directo y 9,25 billones a los demás gastos provocados por la pandemia. Además, se computan más de tres cuartos de billón de dólares en gastos anticipados e ingresos aplazados.
Por si eso fuera poco, los Estados se han comprometido en medidas de apoyo a la liquidez que incluyen el equivalente a 4 billones de dólares en avales, 1,7 billones en operaciones cuasi fiscales y 376.000 millones utilizados en la compra de acciones, así como en acudir a ampliaciones de capital de empresas (por ejemplo, el rescate en Alemania de la que fue su aerolínea de bandera, Lufthansa, por 9.000 millones de euros), préstamos directos y asunción de deuda de otros.
Con todo ese despliegue de medios, ¿alguien se asombra de la subida acelerada de los precios iniciada hace un año?
Por curiosidad, en el despliegue tiene un papel enorme EEUU, al que corresponde la mitad del total de gasto (5,3 billones de dólares; 4,6 billones en gasto no sanitario), mientras que al conjunto de los países europeos (incluyendo los que no están dentro de la Unión Europea, como Reino Unido, Noruega y Suiza) les corresponden 2,1 billones, a los que sumar casi medio billón más de la UE como organización.
A España, de ese gasto inmenso estimado por el FMI, le corresponden 107.000 millones de dólares, de los que 22.000 se deben a gasto sanitario directo y 86.000 millones a otros gastos provocados por la Covid-19. A todo eso hay que añadir los 184.000 millones de dólares de apoyo a la liquidez, de los que 172.000 millones son avales para préstamos a las empresas.
En circunstancias más normales, es muy raro que suban los precios de manera desproporcionada cuando no aumenta enormemente el crédito bancario, pero hay que reconocer que en esta ocasión se ha incrementado tanto el gasto público que ha suplido con creces esa condición necesaria de la multiplicación del crédito bancario. O, mejor dicho, a lo que ha crecido el crédito bancario (avalado por el Estado o no) desde su momento más bajo (mayo de 2020 en EEUU y agosto del mismo año en la eurozona), hay que añadir las cantidades de gasto mencionadas.
Para hacerse una idea: el gasto público europeo extra más que triplica la suma del crédito bancario total neto concedido a las empresas no financieras y del crédito al consumo entre los años 2014 y 2022. En EEUU, el gasto extra casi triplica la cifra de crédito comercial e industrial sumada con la de crédito al consumo, para el mismo período.
¿Y cómo se ha financiado ese enorme dispendio? Con la emisión de deuda pública masiva por parte de los gobiernos y su compra en buena parte por los bancos centrales que, con ese fin, han estado creando dinero de la nada.
En esto hay coincidencias muy ilustrativas, aunque, en parte, engañosas.
Así, llama mucho la atención el que los 11,5 billones de dólares extra gastados por los gobiernos prácticamente coinciden con los 12 billones de dólares de aumento del balance agregado de los cuatro mayores bancos centrales. Pero hay que recordar que los bancos centrales también compraban renta fija emitida por las empresas, además de cédulas hipotecarias, por lo que no todo el dinero creado de la nada iba a financiar el sector público.
También es coincidencia llamativa de ese tipo el que los 4,6 billones extra gastados por los EEUU en temas no sanitarios, aunque provocados por la pandemia, sea igual al aumento del balance de la Reserva Federal en casi el mismo período. O que los 2,1 billones de dólares gastados por los gobiernos de los países europeos equivalgan a los 2,1 billones de dólares (1,85 billones de euros) del programa extra de compra de bonos del BCE.
Siendo escrupulosos con los números (tal y como lo sería un contable), esas coincidencias y su interpretación habría que obviarlas, pero sirven para casar en la imaginación las grandes cifras redondas del gasto, a la par que para retener en la memoria cómo se ha financiado ese gasto extraordinario.
Si a eso se le suma las dificultades de recobrar la normalidad en las redes de distribución y transporte, la escasez de contenedores (o el que estuvieran situados en lugares inadecuados cuando terminaron los confinamientos más severos), los estrangulamientos en los puertos de buena parte del mundo y las perturbaciones derivadas de todo ello en la cadena de suministros, no tiene nada de extraño que los precios subieran de forma primero lenta y después rápida y aparentemente imparable.
La subida del precio de las materias primas vino a hacer el resto porque, si bien en los 12 meses que siguieron al inicio de la pandemia las materias industriales lo que hicieron fue recuperar los niveles previos a que ésta estallara, desde entonces para acá las subidas han sido de tal calibre que ya puede decirse (con algunas cautelas) que prácticamente ha concluido el ciclo bajista de precio en el que habían estado desde 2008: 13 años de ciclo de precios a la baja. Ese cambio de ciclo hace que la magnitud de la subida de sus precios aparezca superficialmente como aún más descomunal.
La opacidad y la falta de perspectiva de lo que sucede con los fondos europeos no auguran nada bueno
Por su parte, las materias primas agrícolas aceleraron la subida de precios por encima de los de 2019 apenas pasado el verano de 2020.
Entre los factores que han contribuido a que las subidas de precio de las materias primas sean más asombrosas, está el hecho de que el inicio de la pandemia pilló a algunos sectores, como el de la energía, con exceso de existencias (un ejemplo claro es de los derivados del petróleo), por lo que, al recuperarse la actividad tras las cuarentenas más duras, el objetivo de las empresas de esos sectores era reducir su stock, lo que ha terminado provocando escaseces que la invasión de Ucrania por Rusia no ha hecho más que acentuar.
No es extraño, pues, que, sin tener necesidad de echar mano de lo provocado por la guerra en Ucrania, la inflación ya hubiera subido en febrero hasta niveles de 7,6% en España y 7,9% en EEUU. Que en marzo, en nuestro caso, se ha incrementado hasta 9,8% (en la eurozona a 7,5%) y en EEUU, hasta el 8,5%.
Finalmente, hay un factor importantísimo para explicar esta subida de los precios en casos como el de España, y es la caída de la productividad aparente de nuestra economía, algo que se entiende muy bien sin más que recordar que a finales de octubre de 2021 se había recuperado todo el empleo perdido y, sin embargo, el PIB seguía un 7% por debajo del que se había alcanzado antes de la pandemia.
A fecha de hoy, y con los datos más recientes conocidos, mientras que el empleo está un 1% más alto que en el último trimestre de 2019, el PIB está un 3,7% más bajo y la productividad ha retrocedido un 4,8% (venía cayendo ya desde 2018, el año que aquí hemos considerado como el más alto del ciclo expansivo anterior).
Pues… con estos bueyes tenemos que arar…
La opacidad, el secretismo, la propaganda y la falta de perspectiva (al menos para quien no esté involucrado gubernamentalmente en el tema) de lo que pueda estar sucediendo con los fondos europeos de recuperación y “resistencia”, que deberían ser una gran ocasión para empezar a recuperar productividad, no auguran nada bueno.