El BCE está muy lejos de normalizar tipos
La comparecencia de Christine Lagarde la semana pasada volvió a poner de manifiesto que el BCE está lejos, muy lejos de poder llegar a normalizar su política monetaria contrariamente a como se interpretó de su mensaje. Ya no es una cuestión de que el mensaje del banco central se desalineé de la Fed, sino de que es ahora cuando verdaderamente se aprecia la titánica dificultad que se avecina a los europeos en relación a su intento de resolver el jeroglífico que son tipos de interés, inflación y deuda.
Lagarde emitió su mensaje dentro del tono más previsible, es decir, que con una inflación de casi doble dígito para algunos países de la eurozona, el banco central no puede seguir manteniendo su actual política cuantitativa para el Programa Ampliado de Compra de Activos (APP). Es por ello que el primer paso hacia la “normalización” pasa por dejar de comprar deuda, algo que tendrá lugar en el tercer trimestre. Tarde, muy tarde.
Por si alguien no lo había notado, mientras el balance del BCE continúa engordando, la inflación en la eurozona se sitúa en el 7,50%. A pesar del enorme tirón de la deuda a corto plazo, los tipos de interés reales en Alemania siguen en negativo. El rendimiento real de la deuda a dos años supera el -7%. La represión financiera sigue, por tanto, latente.
Quizás por ese motivo, algunos esperábamos un mensaje más agresivo, más hawkish, como se denomina en argot financiero. Pero Lagarde no se atreve con ello a pesar de que muchos intuimos que en su voluntad posiblemente está desde hace tiempo la de dar un mensaje contundente contra la inflación. Conviene recordar en este punto que el BCE es el banco central que más incide en el control de los precios como base se su política monetaria y que los mismos hace tiempo que están descontrolados.
Prueba de ello es que, si la inflación de consumo está desbocada, los precios en la producción, comúnmente conocidos como industriales, superan ampliamente el 20% en términos interanuales. Aunque el índice corrija en lo que queda de año, lo que es inevitable es que las empresas seguirán trasladando sus mayores costes a los consumidores.
Europa va de cabeza a una crisis de estanflación. Principalmente, los países más vulnerables, los del eje del Mediterráneo
Se puede argumentar que el coste de la energía impacta notablemente en la inflación al por mayor, algo que es indudable. Tanto como que la mayor parte de la subida venga explicada por una guerra en las fronteras de la Europa occidental. Pero hay que entender que los precios abandonaron la senda deflacionista originada por la pandemia desde 2021 y que antes del estallido del conflicto, en diciembre, superaban ya el 16%. No se puede decir por tanto que no era esperable que la inflación de costes fuese a repercutir en los ciudadanos.
Las consecuencias de este amago de normalización del BCE, tan tímido como tardío, ya se pueden cuantificar. El Euríbor a 12 meses, el indicador mayoritario de las hipotecas en Europa, ya está en positivo. Eso significa que, secuencialmente desde este trimestre, todas las revisiones que se vayan haciendo basadas en una financiación variable serán un drenaje directo del bolsillo de la ciudadanía, que ya tiene un roto inmenso pues el 25% de su renta se está destinando a cubrir los elevados precios de la energía y del combustible, cuya evolución se ha duplicado en apenas 12 meses.
El panorama para Lagarde es muy duro. El mercado demanda una subida de tipos en ciernes de un crecimiento económico en una pendiente negativa con una inflación que no cesa. La consecuencia directa, lo vengo contando desde hace tiempo, es que Europa va de cabeza a una crisis de estanflación. Principalmente los países más vulnerables, los del eje del Mediterráneo. Todo ello, no olvidemos, con una guerra que extiende sus mortales y fríos dedos por toda la eurozona.