Cuando Google daba sus primeros pasos en el año 2003 y lo máximo que podíamos hacer con nuestro móvil era enviar SMS y llamar por teléfono, circuló por todo internet (a velocidad de ADSL) la historia de Andrew Carlssin.
Un relato que bien podría ser la primera de las fake news del nuevo siglo y que sostenía que Carlssin amasó, en apenas dos semanas, más de 350 millones de dólares, multiplicando su inversión inicial de 800 dólares por más de 435.000. Y todo mediante 126 operaciones de muy alto riesgo.
La acción, evidentemente, llamó la atención de brokers, medios especializados y de la Comisión de Bolsa y Valores de Estados Unidos (SEC), que lo arrestó por sospecha de manipulación del mercado.
Y aquí llega lo más llamativo. En su interrogatorio, Carlssin afirmaba ser un viajero del tiempo que venía desde el año 2256 hasta el año 2003 con el propósito de invertir en la bolsa y amasar una gran fortuna, ya que en su época (ese futuro al que vamos) la economía está totalmente controlada y los movimientos económicos son muy lentos y predecibles.
Cuando iba a declarar ante un juez y aportar más detalles de su viaje temporal, y después de pagar su fianza de un millón de dolares, Andrew desapareció sin dejar rastro y sin poder comprobar si siquiera había existido. Y nosotros, aún ingenuos ante cualquier relato rocambolesco que nos contaran, lo elevamos a categoría de acontecimiento.
Y ahora detengámonos en la afirmación de este supuesto viajero del tiempo cuando señaló que la economía global del futuro está totalmente controlada por la tecnología. Y relacionémoslo con las noticias de estos últimos días acerca de lo acontecido en OpenIA, más allá de la historia del despido y readmisión de su CEO, Sam Altman.
Me refiero a la escasa información que tenemos acerca de Q*, un supuesto salto de gigante por parte de la inteligencia artificial generativa que nos lleva a pensar que, quizás, Carlssin no estuviera tan equivocado en 2003 y que ese control de las finanzas no llegará dentro de más de 200 años, sino antes.
Supuestamente, Q* usa de manera eficiente la combinación de dos algoritmos de IA que interactúan entre ellos. Q-learning se ocupa de las tareas de aprendizaje, con el ya conocido prueba/error, y el segundo, A*, se encarga de mejorar la eficiencia a la hora de buscar la solución óptima, anticipándose a los problemas antes de que surjan.
Y por si fuera poco, Q* puede solucionar problemas matemáticos, hoy en día a nivel de primaria, pero démosle… ¿un año?. Podríamos ser críticos y decir que eso ya lo hace nuestra calculadora del móvil ¿Por qué tanto revuelo?
Porque, a diferencia de una calculadora que resuelve operaciones específicas ya programadas, esta IA puede aprender, generalizar y comprender. Y evolucionar.
Esto ha causado un gran revuelo en todo el sector de la tecnología, tanto que, al parecer, le costó el puesto -temporalmente- a Altman, pero la realidad es que nos encontramos ante un gran avance de esta tecnología que nos podría llevar a solucionar problemas que nos acompañan en nuestro día a día, y no hablo de cómo realizar la compra de Navidad sin dejar la cuenta del banco en números rojos, que también, sino de los Problemas del Premio del Milenio, esos siete problemas que nadie es capaz de resolver y cuya resolución se paga a millón de dólares cada una; o de la economía mundial, que es en última instancia un gran modelo matemático complejo con innumerables variables dinámicas interrelacionadas entre sí en tiempo real.
Quizás todo esto solo sean especulaciones sobre el despido de un CEO o fake news adaptadas a nuestra época moderna. De momento, es imposible saberlo a ciencia cierta. Y quizá, para llegar la respuesta definitiva, lo más práctico y útil sea salir de dudas preguntando a Q*.