Lo que hemos vivido esta última semana con OpenAI se asemeja a una mezcla de House of Cards y Silicon Valley, con un toque de Juego de Tronos. Hago referencia a grandes series de culto, y no a lo más obvio y que he usado en muchas de las conversaciones informales que se han sucedido estos días: lo que el mayor nombre de la inteligencia artificial ha hecho es más digno de una pura telenovela de esas que rellenan horas de programación sin demasiada calidad.
Este drama se inició con Sam Altman, un respetado líder -cuasi mesiánico- al frente de OpenAI (creadora de ChatGPT o DALL-E), enfrentando su abrupto despido, de la noche a la mañana, por una supuesta pérdida de confianza de la junta directiva en su labor. Los rumores fueron deslizando que la propia historia de OpenAI, originalmente una organización sin ánimo de lucro, que se transformó en una empresa comercial bajo la dirección de Altman, podía tener algo que ver en esta inusitada decisión.
Por ahora no sabemos (aunque haya medios españoles que desde la comodidad de su redacción en Madrid han aseverado conclusiones definitivas sobre el tema) si este choque entre las ideologías y las realidades del mercado están detrás del despido de Altman. Lo que sí sabemos es que su salida coincide temporalmente con la inversión multimillonaria de Microsoft, el anuncio de herramientas más comerciales en el propio ChatGPT (como los GPT personalizados y su marketplace) y las últimas novedades presentadas por sus socios de Redmond que prácticamente integrarán esta inteligencia artificial en todos sus productos a lo largo del próximo año.
¿Fueron estos acontecimientos los detonantes de esta guerra interna, marcando un punto de no retorno en esta saga política, económica y personal? Podemos presumirlo, pero no asegurarlo. Lo que sí sabemos a ciencia cierta es que esta decisión de la junta directivamente resultó catastrófica, en tanto que la plana mayor de OpenAI y hasta 750 empleados se pusieron del lado del bueno de Sam, quien fichó (¡sorpresa!) por Microsoft en caso de que la situación no se resolviera a su favor.
Finalmente, o al menos por el momento, el culebrón terminó este miércoles, con la vuelta de Sam Altman y el resto de altos cargos dimitidos en estos días. Obviamente, la junta directiva que lo echó se ha visto remodelada, por decirlo de forma educada: los miembros más cercanos al ala no comercial han sido reemplazados por Bret Taylor (a quien entrevisté cuando era CEO de Salesforce) y Larry Summers, iconos del sector tecnológico en Silicon Valley y Washington.
Empero, y a pesar de todo este drama y luchas de poder, la situación vuelve a su estado inicial: Altman regresa a su posición de CEO, nada ha cambiado salvo la salida de varios miembros de la junta. Una semana en que OpenAI ha estado al borde de la desaparición, en la que Microsoft ha tenido que jugar un papel clave para solventar una situación crítica en su gran apuesta de futuro y en la que el mundo ha estado pendiente de una batalla de egos absurda, inútil y estéril.
A veces, en el mundo de la alta tecnología y la inteligencia artificial, el progreso puede verse obstaculizado no por limitaciones tecnológicas, sino por las complejidades humanas. Lo importante ahora, superado el susto y el ridículo escénico, es volver a ponerse con el código, reemprender la marcha por el avance de una inteligencia artificial generativa cada vez más capaz y funcional.
Nota al margen: Justo el día en que toda la saga comenzaba a desarrollarse, tuve el honor de entrevistar en Seattle a Satya Nadella, CEO de Microsoft, en exclusiva para España. Podrán leer la entrevista completa este domingo, en la que (como adivinarán) le pregunto por el futuro de su relación con OpenAI.