Hace ya varios años, tuve una emocionante conversación con el inolvidable John Perry Barlow, cofundador de la legendaria The Electronic Frontier Foundation y autor de la Declaración de Independencia del Ciberespacio, texto fundante de la cultura abierta del ciberespacio. Fue una de esas conversaciones que no olvidaré. En ella, salió por su parte e inesperadamente, el tema de África. "He pasado mucho tiempo en África. Es muy raro encontrar un lugar en África donde no haya un cibercafé. Los lentos principios para una economía de desarrollo están teniendo lugar muy rápido en África. Empezando con la criminalidad. ¡De hecho, es la forma en la que las nuevas economías comienzan habitualmente!".
Años después, la segunda digitalización está ocurriendo y llega a los lugares más insólitos. He viajado recientemente a tres lugares muy distintos del continente africano (Egipto, Sudáfrica y Mauricio) y en ellos he querido observar la parte buena -malas también hay, como corresponde a la tecnología digital- de ese salto en el desarrollo que hace años pudo comprobar in situ Barlow. La digitalización de África me interesa hoy mucho porque nunca como ahora ha estado en ese continente la frontera tecnológica como experimento social y como laboratorio de lo digital, tal como lo estuvo hace más de una década, cuando arrancó en África la iniciativa de Negroponte y de la OLPC One laptop per Child (un ordenador portátil por niño), llamada popularmente $100 laptop (el portátil de 100 dólares).
En el continente africano podemos observar aún hoy las diferencias más grandes entre riqueza y pobreza, como Thomas Pikkety explica en los argumentos que le han hecho famoso, sobre cómo implementar una redistribución justa y eficaz de la riqueza. Para explicarlo también ha puesto el foco en África y en concreto en Sudáfrica, que es para él uno de los lugares con más desigualdad del mundo, pero al mismo tiempo el más interesante. Quizá por ello, tras publicar su famoso libro El Capital del Siglo XXI, que empieza con ejemplos como los sucesos de Marikana en 2012, se atrevió a impartir la 13th Nelson Mandela Annual Lecture, en el Campus de Soweto de la Universidad de Johannesburgo en 2015. Uno de los dos mensajes centrales de citado libro de Piketty es que debemos tener cuidado con el determinismo económico en los debates sobre las desigualdades en la distribución de ingresos y riqueza. Dado que no soy economista y sé muy poco de economía no voy a refutar o alabar las propuestas de Piketty, pero sí las voy a aprovechar para extrapolarlas en relación a lo digital. Porque pienso que también hemos de tener cuidado con el determinismo tecnológico. Si en algún escenario este determinismo no va a funcionar, ese lugar es África.
Al continente africano se le asocian recientemente con diversas ‘guerras estratégicas’ en relación con las ‘tierras raras’, esos 17 minerales que se han vuelto algo decisivo como factor de la Guerra Fría (digital) 3.0 entre China y EEUU, ya que, sobre todo, son materias primas esenciales para alimentar la voraz maquinaria de fabricación en China, y del resto de Asia, de productos globales de alta tecnología, como teléfonos inteligentes, baterías de coches eléctricos, o materiales básicos de dispositivos para 5G, o para tecnología eólica.
Los más conocida de las tierras raras es el coltán, del que se extraen niobio y tántalo, decisivos componentes para la fabricación de electrónica de dispositivos como ordenadores, estaciones de videojuegos, productos de implantes en medicina, artefactos de la industria aeroespacial, o de las tecnologías de levitación magnética. Varios países africanos están en el punto de mira de las citadas cadenas suministro de materias primas orientadas hacia China. Son algunos de los más pobres, y casi estados fallidos, como Ruanda, la República Popular del Congo, o Etiopía, lo cual obviamente, genera flujos de tráfico ilegal.
Pero algo nuevo está pasando. Ahora también los dispositivos fabricados en Asia llegan como destino de las cadenas de suministro de sentido inverso, es decir, de ventas hacia África, ya que, en este momento, es en el continente africano en donde más está creciendo globalmente las compras de smartphones hasta el punto que a finales de 2018, más del 45% de los habitantes de África subsahariana disponía de teléfono móvil, y más del 36% usan teléfono inteligente conectado a Internet, según informaba Efe.
Saltarse generaciones tecnológicas
Obviamente, los sangrantes ejemplos de desigualdad africanos son ciertos, y eso es lugar común de las informaciones y, por ello, hay tantos voluntarios y ONG, luchando contra pobreza y desigualdad en múltiples países de los 55 que hay en el continente. En el lado más negativo de la economía africana están Mozambique, Liberia, Mali, Burkina Faso, Sierra Leona, Burundi, Chad, Sudán del Sur, República Centroafricana y Níger.
¿Cómo se podrían hacer realidad las ideas de Piketty de disminuir esas obscenas desigualdades económicas en África? Pues no lo sé muy bien -reitero que no soy economista-, pero sí sé que la digitalización está haciendo posible por ejemplo que, en África, la gente se salte generaciones de tecnología que en Europa nos han costado casi un siglo de desplegar.
Un ejemplo, la tecnología de la telefonía fija y su cableado de cobre, que han necesitado en Europa y EEUU entre cinco y 12 décadas para desplegarse en todo el territorio, antes de que lo hiciera la infraestructura de tecnología móvil. Lo mismo ocurrió con la radio. En África no han seguido ese camino. En muchos lugares del continente se han saltado, por ejemplo, la generación de telefonía fija y están pasando directamente a la móvil. Va todo a tal velocidad que incluso puede que haya ciudadanos africanos que pasen a tener móvil 5G, sin haber pasado antes por las 1, 2, 3 y 4G.
En Europa, la mayoría lo desconocemos, pero en 2018, el 42,5 % de los africanos vivía en núcleos urbanos, en comparación con el 55,3 % de la población mundial y el 74,5 % de los europeos. Y según el informe de Perspectivas Económicas para África del Banco Africano de Desarrollo, el producto interior bruto africano alcanzó un estimado 3,5% en 2018, más o menos igual que en 2017 y más que el 2,1%en 2016. Se prevé que el crecimiento del PIB de África se acelere al 4,0% en 2019 y al 4,1% en 2020, más del doble que en España.
Ciudad del Cabo, Mauricio y las palmeras digitales
Me sorprendió Ciudad del Cabo, en Sudáfrica, y su excelente universidad que cuenta con cinco Premios Nobel entre su profesorado. También me impactó su Escuela de Negocios, la UCT Graduate School of Business. Su impulso y creatividad para el emprendimiento son muy reconocidas y su persona-símbolo es el The Afronaut de Mark Shuttleworth, quién cursando aún una Licenciatura en Ciencias Empresariales, fundó la startup de seguridad en internet Thawte, que vendió en 1999 a VeriSign por 575 millones de dólares. Parte de ese dinero lo dedicó a entrenarse y convertirse en astronauta. Fue el primer astronauta africano que voló hasta la Estación Espacial Internacional, de ahí su apodo, y por ello, su universidad le otorgó un doctorado honoris causa en Filosofía, en 2002, año en el que se convirtió en el primer africano en el espacio.
Recién regresado de Isla Mauricio, doy fe de que es un país, y no una playa como creen mucho de mis compatriotas. Alberga muchas singularidades geográficas y una naturaleza exuberante llena de joyas botánicas, de evolución distinta al resto del mundo. Su organización social y política estatal, vial y administrativa, y el respeto las normas de sus ciudadanos es ejemplar y avanzada (en sus mercados, incluso más populares ya hace seis años que están prohibidas las bolsas de plástico).
Es un país, igual que Sudáfrica, buen ejemplo de cómo las transformaciones de la digitalización están impactando en las sociedades africanas. Pero no todo son virtudes, ya que la digitalización, por su propia naturaleza, polariza y acelera, y por tanto, es probable que añada incrementos a sus desigualdades (de la desigualdad generada digitalmente, que yo sepa, aún no hablado Pikkety), que tal vez aumenten. Los naturales -al menos los que yo consulté- están a favor de las mejoras que proporciona la digitalización.
Mauricio posee cerca de su capital su propia ciberciudad que se llama Ebene Cybercity (allí no usan lo de smart city, lo cual me parece un acierto). La tecnología de Mauricio ha sido noticia recientemente porque su programa de CubeSat impulsado por el Consejo de Investigación de Mauricio de su Ministerio de Tecnología, Comunicación e Innovación, y los ingenieros del país, en colaboración con la empresa inglesa Clyde Space, han conseguido que su primer satélite infrarrojo sea elegido en el Programa KiboCUBE 2018 de UNOOSA/JAXA. Ello ha otorgado a Mauricio el lanzamiento gratuito de su primer nanosatélite, el MIR-SAT1, desde la Tierra hasta la Estación Espacial Internacional (ISS) y su despliegue libre en el espacio. Este CuboSatélite hará que Mauricio, de hecho, pase a ser una nación espacial en 2019 según Yogida Sawmynaden, ministro de Tecnología. Es el primer satélite diseñado, construido, probado y operado por ingenieros y tecnólogos mauricianos, así que están muy orgullosos.
Es un pequeño país isleño en el Índico, junto a la gran Isla de Madagascar cuya economía estaba basada en la caña de azúcar -aún constituye el 90 % de los cultivos y representa el 25 % de las exportaciones-, pero las sequías crecientes que tienen que ver, también allí, con el cambio climático ha obligado a su diversificación, así que sus autoridades están promoviendo la inversión extranjera y actividades en la misma línea de otros pequeños países del Índico o del Pacífico como el reino de Tonga, que ha hecho de los dominios de internet, las patentes y el registro de marcas, un floreciente negocio en el que participan incluso Apple o Google. Mauricio podría seguir ese camino, aunque también otros, pero el sector bancario ha realizado en los últimos años inversiones de más de 1.000 millones de dólares, y ya han conseguido atraer unas 9.000 sociedades offshore, en su mayoría dedicadas al comercio en la India y África del Sur.
Sin embargo, la muestra más física de que la digitalización en África va a toda máquina la da el numeroso despliegue visible de la implantación social a gran escala de la telefonía móvil, un vector social transformador de primer orden. Incluso, como en otros sitios de África donde he podido verlo in situ, marca el cambio principal de la economía tecnológica de los países africanos en su ámbito social (a parte de los citados de la minería de ‘tierras raras’).
La metáfora que mejor lo simboliza es la numerosa aparición, de tanto en tanto, por los paisajes africanos de enormes ‘palmeras artificiales’, aunque les llamaría digitales, ya que su funcionamiento no tiene que ver con lo analógico, sino con lo digital. Hay que fijarse bien porque de lejos parecen perfectas y estáticas palmeras convencionales, pero si te acercas y miras bien resulta que son torres de telefonía móvil muy bien disimuladas en una estructura rígida con aspecto exterior de palmera. Son una de las mejores metáforas físicas, para mí, que representan lo pujante de la digitalización de África. En Mauricio este raro aumento de la biodiversidad de su botánica artificial, no ha hecho más que empezar.