Tras el fin de la Segunda Guerra Mundial, y durante las tensiones de posguerra, tuvo lugar un enfrentamiento político, económico, social, militar, científico e informativo entre el bloque Occidental, liderado por EEUU, y el bloque del Este, dirigido por la Unión Soviética.
Tras esta primera Guerra Fría, que se prolongó desde 1947 hasta casi 1991, se produjo una 'nueva Guerra Fría', término acuñado por el geopolítico Joseph Stroupe, también denominada en inglés "Neo Cold War", una secuencia de conflictos, causada por las nuevas disputas desde algunas décadas antes del cambio del siglo XX al XXI y que dura casi hasta hoy. Son conflictos entre un bloque occidental liderado principalmente por EEUU y Reino Unido, que disputan al bloque 'neosocialista', con China y Rusia al frente, entre otros, en pos de la supremacía estratégica sobre la energía nuclear y los recursos energéticos de Oriente Medio y otras latitudes.
En el mismo periodo, liderada desde EEUU, por causa de estrategias propiciadas por el 'pensamiento capitalista bursátil y especulativo' se promovió la 'deslocalización' a Asia, principalmente a China, y también luego a Vietnam e India y sus espacios de influencia, de las cadenas de fabricación tecnológica a gran escala, desde anteriores centros de producción de gran parte de Occidente.
Dicho proceso de deslocalización ha tenido lugar hasta tiempos muy recientes, acelerándose en cuanto a fabricación de productos tecnológicos, en la primera década del siglo XXI, en un contexto global y digital, con tres epicentros: EEUU, China y Europa.
Una de las fabricaciones más simbólicas con este proceso es la del iPhone, diseñado por Apple en California, pero cuyos componentes se fabrican en más de un 96% en países asiáticos, ensamblándose finalmente en las factorías de la empresa Foxconn en Shenzhen, la misma ciudad china de la sede principal del gigante Huawei, detonante de la actual crisis.
Esto ha sido posible en un contexto de libertad mundial de intercambio comercial a gran escala, que ha convertido a principio del siglo XXI a China, y otras partes de Asia, por sus facilidades de bajos precios y salarios para acoger fabricaciones con bajo coste y, después, proyectar sus fabricados al mundo entero pero, en primer lugar a Occidente, que a su vez, ha visto desaparecer en sus países millones de puestos de trabajo de sus industrias, al desmantelar en una parte considerable de sus sectores industriales, con la consecuencia indirecta de una fuerte erosión de sus clases medias (su principal estabilizador social), el aumento de los empleos precarios y de la desigualdad social en los países occidentales, todo ello favorecido por la polarización inherente a la digitalización global.
El más destacado resultado de todo ese complejo conjunto de sucesos es el explosivo crecimiento económico chino, que va camino de convertirse en la primera potencia económica mundial -aparte de por el desarrollo de su propia capacidad de hibridación política, financiera, laboral, social y de consumo-, por el 'regalo' de EEUU con su deslocalización industrial a gran escala. Un 'regalo' que incluía un esencial 'activo oculto', que no parece tuvieran previsto los 'ideólogos' de la deslocalización, y que propicia la innovación, ya que hay estudios que indican que el 68,3% del I+D está ligado a la experiencia de la fabricación.
Ello, unido al extraordinario e inteligente uso de la digitalización e internet por China, la ha convertido en una potencia tecnológica y científica emergente, (ya dispone de 96 millones de científicos dedicados a la investigación), como demuestra el que dos de las 10 empresas más cotizadas a nivel mundial en Bolsa a principios de 2019 sean chinas (Alibaba, con un valor de 409.000 millones de dólares; y Tencent, con 306.000) y están basadas en lo digital.
¿Ha estallado la 'Guerra Fría (digital) 3.0'?
Muchas de las complejas consecuencias globales de la segunda digitalización, unidas a las de la citada Neo Cold War, que aún prosigue, han generado nuevos y explosivos conflictos detonados por el agresivo comportamiento de la actual presidencia de EEUU, generando las primeras contiendas de lo que yo llamo la "Guerra Fría 3.0", esta, totalmente digital.
Fría por ahora, ya que no ha habido conflictos militares directos entre los bloques, aunque acaban de ocurrir preocupantes incidentes militares directos que no presagian nada bueno, como el recién informado por el Comando de Defensa Aeroespacial Norteamericano, en el que aviones F-22 norteamericanos interceptaron a cuatro bombarderos estratégicos rusos Tu-95 de largo alcance (capaces de transportar bombas y misiles nucleares) y dos cazas Su-35 rusos; y después, a otro grupo de bombarderos y cazas similares, frente a la costa de Alaska, ya que todos ellos invadieron el espacio aéreo de Alaska, el pasado lunes 20 de mayo.
En paralelo, en el mundo virtual emergen turbulencias. Es significativo que lo que no consiguió la votación mayoritaria de la Duma, el parlamento ruso, con su enmienda a la totalidad a internet el pasado 16 de abril, para desconectar el internet ruso del global, e incluso múltiples apocalípticos mensajes del presidente Trump en Twitter; lo ha hecho un solo anuncio del gigante Google, que el domingo 19 de mayo, señaló que suspendía 'algunos negocios' con Huawei -es decir, todos aquellos que requieran transferencia de hardware, software y servicios técnicos, excepto los de licencias de código abierto-, después de que la empresa china, líder tecnológico mundial en tecnología 5G, fuera incluida por la presidencia de EEUU en la 'Lista negra de Trump'.
A continuación, Google también revocó su licencia Android a Huawei. De inmediato saltaron todas las alarmas en el mundo económico y tecnológico. The New York Times afirmaba pocas horas después que "mientras Huawei pierde a Google, la 'Guerra Fría' entre EEUU y China obtiene su 'telón de acero'". Los seísmos económicos de repercusión global no se han hecho esperar y los valores bursátiles de los gigantes tecnológicos globales lo están sufriendo.
El índice compuesto de la bolsa tecnológica Nasdaq, con alto contenido tecnológico, bajó un 1,5% en un solo día. Las acciones Apple, para quien el mercado chino es esencial, bajaron en solo 24 horas, un 3%; el índice SOX de acciones de empresas de semiconductores cayó más del 4% esas mismas 24 horas. Y el gigante tecnológico Qualcomm, que factura casi dos tercios de sus ventas en China y Hong Kong, cayó un 6%. Y las caídas de las empresas tecnológicas han arrastrado al conjunto de los mercados bursátiles a la baja. Todo esto, originado en un solo día por el citado anuncio de Google sobre su ruptura con Huawei. Parece que la escalada continúa. Microsoft acaba de eliminar el portátil Huawei de su tienda online, aunque no dice nada sobre posibles prohibiciones de Windows. Apple mantiene un tenso silencio.
La empresa china Huawei, de enorme dimensión, 180.000 trabajadores, tiene unos beneficios anuales equivalentes a cuatro veces y media el presupuesto anual de toda la infrafinanciada Comunidad Valenciana en España. Su negocio en móviles del año pasado alcanzó las 46.200 millones de dólares, prácticamente igual a toda la deuda pública de dicha comunidad autónoma. Y el gasto de Huawei en I+D en 2017 fue de 13.800 millones, que casi iguala al total de toda España ese año, que fue de 14.042 millones.
Esa potencia le da capacidad de respuesta y ha empezado a responder. Su fundador y propietario, Ren Zhengfei, ha declarado a The Guardian que "habrá conflicto: EEUU ha subestimado a Huawei" y declara: "Nuestra empresa está totalmente preparada para hacer frente a las prohibiciones de EEUU y los planes 5G no se verán afectados." Pero el historial de conflictos de la empresa china con occidente viene de lejos. En el año 2012, Huawei fue acusada de sospechas de espionaje en favor del gobierno de China por parte del gobierno de Estados Unidos y, por la misma razón, vetada como contratista de los gobiernos de Canadá y Australia y, además, afronta una investigación por supuestas prácticas ilegales en la Unión Europea.
En enero de 2019, varias entidades gubernamentales de EEUU, incluyendo el FBI y la fiscalía federal acusaron a la empresa china de 23 cargos criminales (incluyendo fraude bancario y financiero, lavado de dinero, conspiración para defraudar a los EEUU. robo de tecnología de secreto comercial, regalos a trabajadores que robaron información confidencial de empresas de todo el mundo, fraude por correo electrónico y obstrucción de la justicia), y sanciones contra la directora financiera (CFO) de la empresa, Meng Wanzhou, de Huawei Device USA Inc., y la subsidiaria iraní Skycom de Huawei, además de pedir formalmente la extradición de Meng, a Canadá.
Por su parte, hace ya meses, Australia advirtió a EEUU sobre la posible capacidad destructiva de la tecnología 5G. Y Reuters, señalaba esta misma semana que las autoridades norteamericanas, han lanzado una agresiva campaña contra Huawei, temerosas de que el dominio de Pekín sobre la 5G pueda ser utilizado para espionaje y sabotaje, aunque también pueda que haya en ello parte del miedo al demostrado liderazgo mundial en telecomunicaciones 5G, donde claramente la empresa china va por delante. Las espadas están en todo lo alto.
A todo esto, el papel de Europa, hoy por hoy, es el de un 'convidado de piedra' que guarda silencio en esta nueva 'Guerra fría (digital) 3.0'. Muchos esperábamos ver a una Unión Europea activa al respecto, ya que está, -a lo mejor, sin buscarlo-, alineada per se en uno de los bandos. Pero dada la complejidad de las interdependencias y numerosos acuerdos estratégicos que Huawei tiene sellados en Occidente (3Com, Symantec, Siemens, Optus, etc.) es muy probable que la UE se conduzca con pies de plomo en este conflicto.
Innovación tecnológica conducida gubernamentalmente
No debemos subestimar a China como actual gigante tecnológico mundial ni por su dimensión ni por sus sorprendentes métodos, muy distintos de los que rigen en mercados y países del mundo occidental. Solo una pincelada, como ejemplo, de cómo acomete China su papel en la vanguardia de la actual revolución de la inteligencia artificial. Ya en noviembre de 2017, el Ministerio de Ciencia y Tecnología de China, creó su propio China's AI National Team (Equipo Nacional de Inteligencia Artificial de China), con el que se planificó que el "trabajo colectivo" para que grandes empresas chinas se focalizase en cinco plataformas abiertas de innovación en inteligencia artificial.
El gobierno chino asignó a Baidu las tecnologías de conducción autónoma; a Alibaba, las de smart cities (ciudades inteligentes); a Tencent, las de imágenes médicas; y a iFlytek las de voz inteligente. Así eligió quién debía liderar el desarrollo de las cuatro plataformas nacionales de innovación abierta en IA. Y un año después, en septiembre de 2018, lo amplió asignando a la puntera empresa china Sense Time las tecnologías de visión inteligente, siendo así seleccionada como quinto miembro de este enorme 'Equipo nacional' chino de IA abierta.
Es una forma sorprendente de planificar la normalmente darwiniana evolución de la innovación de vanguardia tecnológica. Nunca había imaginado que podría articularse un control ni un 'direccionamiento estatal' de la innovación tecnológica global de vanguardia. Y van en serio. Un ejemplo. Solo la plataforma de IA abierta iFLYOS de la citada iFlytek cuenta con 920.000 desarrolladores registrados desde diciembre de 2018. Sus capacidades de reconocimiento de voz cubren ya 23 dialectos chinos. Y afirma tener almacenados más de 100.000 bancos de voz personales y más de 90 bancos de voz corporativos personalizados en la plataforma. Es solo uno de los ejemplos de ese China's AI National Team, en el que todas las magnitudes son gigantescas.
Sobre las capacidades de China en relación a su papel en esta recién estrenada 'Guerra Fría (digital) 3.0', podemos pensar cualquier cosa, excepto caer en el error de subestimarlas, tal como hicieron con el gigante chino los para nosotros malhadados especuladores artífices de la deslocalización industrial occidental del último tercio del siglo XX. Hoy el mundo es muy diferente, y no precisamente mejor, para mucha gente humilde de Occidente.