El policía que sembró el terror en Barcelona y espió para Alemania en la Gran Guerra
Entre 1918 y 1920 actuó en la capital catalana la Banda Negra, un grupo parapolicial que reprimían obreros y extorsionaban industriales.
18 septiembre, 2024 09:08El 5 de septiembre de 1919 el expolicía Manuel Bravo Portillo se dirigía a su hogar en el lujoso Paseo de Gracia de Barcelona cuando fue asesinado. Los edificios modernistas diseñados por arquitectos como Gaudí o Puig i Cadafalch fueron testigo de los cinco disparos a quemarropa que acabaron con su vida. El crimen anarquista dejó palpitando a una ciudad que hervía. Aquel era un hombre elegante, refinado, de voz melosa y sonrisa boyante conocido como "el verdugo de los obreros".
Nacido en 1876 en Guam, donde su padre era gobernador político-militar, estudió Derecho en Manila. Pasó a la Península con varios cargos administrativos y terminó ingresando en el cuerpo de policía. Sabía jugar sucio. Acostumbrado a las oscuras selvas de Filipinas, donde combatió a los insurgentes dentro del ejército colonial, no le costó desenvolverse en los bajos fondos del barrio chino de Barcelona. En 1909 se convirtió en el comisario más joven de España tras defender a tiro de revólver su comisaría durante la Semana Trágica.
Durante la Gran Guerra, según el servicio secreto francés, era quien realmente cortaba el bacalao en la infernal Ciudad Condal del lujo, el hambre, el pistolerismo, el paro y el crimen. Dirigió un funesto grupo, la Banda Negra, que torturaban y exotorsionaban a líderes del movimiento obrero y acababa con algunos empresarios para avivar la conflictividad social. Reclutado por el Imperio alemán, vendía información sobre los buques españoles que transportaban armas a la Entente, barcos que en más de una ocasión fueron torpedeados por la Kriegsmarine.
Un trío en País Vasco
Al funeral de Bravo Portillo asistió la sombra de un emperifollado que se hacía llamar barón Köenig. Tahúr buscado por estafa en medio mundo hizo fortuna desplumando casinos con su gran habilidad con los naipes. Con nombre en clave REX, formaba parte del servicio secreto francés, infiltrado en el espionaje germano. Cruzó los Pirineos en 1915 y se asentó en Fuenterrabía (Guipúzcoa) donde causó furor.
Iba a todos lados con un Mercedes Cabriolet rojo pilotado por su chófer. En los asientos de atrás iba el falso barón acompañado de su amante y de su esposa, un curioso trío que escandalizaba y divertía a la aristocracia y burguesía norteña. Todo el mundo quería hablar con aquel divertido extranjero que ostentaba tanta riqueza. Timó y esquilmó a todos los que pudo hasta que la policía comenzó a seguirle la pista a finales de 1917 y desapareció de País Vasco de un día para otro.
De regreso en la Barcelona del pistolerismo heredó la red del fallecido Portillo: la Banda Negra, formado por cerca de 70 asesinos y hampones reclutados en los bajos fondos que instauraron el terror en la Ciudad Condal. Entre toques de queda, huelgas generales y estados de guerra, el grupo de König se volvió un peligro público.
Ya no solo ejecutaba en cruentas emboscadas a líderes obreristas, sino que aumentó su extorsión a la patronal, quien perdió el control de la banda. En enero de 1920 intentaron acabar con el mismo Félix Graupera, presidente de la Federación Patronal Catalana. El gobierno, que en un principio dejó hacer, tomó cartas en el asunto y decretó la expulsión del falso barón "por no tener la documentación en regla". Al gobierno le dio miedo mojarse demasiado en el laberinto de pólvora y muerte tejido en la Gran Guerra.
Espías y policías corruptos
En 1914 el gobierno de Eduardo Dato se declaró neutral, lo que no impidió una feroz guerra clandestina entre servicios de información y constantes debates entre aliadófilos y germanófilos. Con Europa desgarrándose, la industria hispana vivió un gran auge aunque los salarios siguieron estancados. La inflación devoró ahorros y los productos básicos, para desesperación de las clases populares, no dejaban de subir de precio. Miles de mujeres se manifestaron durante semanas en el Raval. "¡Duro, duro con ellas!", contaba la prensa obrerista que jaleaba Portillo ante cada carga policial.
Líder de la sección de atarazanas, en 1915 fue reclutado por un espía alemán. En una ciudad del pecado, en la que según numerosos panfletos "se rendía culto al dinero", no dudó tampoco en colaborar con Francia. Aprovechando sus redes entre sindicatos y garitos de mala muerte, ofrecía trabajo más allá de los Pirineos. Una vez allí, sus víctimas solían ser reclutadas a la fuerza en la Legión Extranjera.
Entre intrigas y conspiraciones, sus matones acabaron el 8 de enero de 1918 con el empresario Josep Albert Barret Moner, presidente de la Junta de Patronos Metalúrgicos y dueño de una fábrica que vendía armas a la Entente. Echó la culpa a los cabecillas anarquistas y bajo tortura consiguió sus confesiones.
"La idea no era establecer un régimen político nuevo y de claras simpatías proalemanas. Simplemente se pretendía generar la máxima inestabilidad política y social posible en España hasta el punto que convirtiese a esta en un aliado incómodo para Francia: una España inestable podía suponer un protectorado español de Marruecos incontrolable, y ello, a su vez, un problema militar para el mismo protectorado francés de Marruecos", explican Josep Pich Mitjana, de la Universidad Pompeu Fabra, y David Martínez Fiol, de la Universidad Autónoma de Barcelona, en su artículo sobre Portillo publicado en Vínculos de Historia.
El movimiento obrero se la tenía jurada y logró hacer públicas sus relaciones con Alemania. "Sepan las generaciones futuras que ha habido un Bravo Portillo que lo mismo pactaba con la burguesía para desorganizar el elemento obrero, que vendía por unas pesetas la vida de sus semejantes y la honra de la patria, a la cual decía servir", declaró a la prensa Pedro Vandellós, sindicalista encarcelado en una de las recurrentes purgas del comisario.
España, presionada por los diplomáticos franceses y en medio de una creciente inestabilidad interna, encarceló a Portillo y sus secuaces en 1918. Uno de ellos murió en extrañas circunstancias por un paro cardíaco. La justicia no se decidía y en diciembre, terminada la guerra, salió libre. La prensa republicana pedía su ejecución por traidor. Su expediente se destruyó años mas tarde, en tiempos de la dictadura de Primo de Rivera.
Expulsado del cuerpo, sus últimos años los dedicó a la venganza en los oscuros callejones de la Barcelona del horror, la decadencia y la dinamita purificadora retratada con maestría en la ficción La Verdad sobre el caso Savolta de Eduardo Mendoza.
"La actividad de Bravo Portillo, su vinculación al espionaje germánico, a la policía paralela de la capitanía general catalana, a los somatenes, así como al surgimiento y consolidación del terrorismo blanco, a través de la Banda Negra, tienen una relación directa con la crisis del Estado, la quiebra del poder civil, el auge del militarismo y los orígenes del fascismo español. Unas circunstancias que estuvieron directamente vinculadas al pronunciamiento que instauró la dictadura del general Miguel Primo de Rivera", concluyen los investigadores.