En el siglo XVI, un labrador se encontraba trabajando en los campos de los alrededores del pueblo malagueño de Cañete la Real cuando descubrió un extraño artefacto. En su tarea se topó con una placa de bronce, enverdecida por el paso de los siglos, que narraba la respuesta de un emperador a una pequeña comunidad indígena que aspiraba a convertirse en romana. Un oppidum conocido como Sabora no podía expandirse por su complicada orografía, en lo alto del Cerro de la Horca, y envió a dos legados en el año 77 d.C. hacia la ciudad de Roma con una petición para Vespasiano.
El emperador, que había logrado imponerse al mando de sus legiones después de una caótica guerra civil, les escuchó atentamente y tomó una resolución que inundó de alegría a las élites de la modesta ciudad. El augusto les daba permiso para trasladarse a un llano en el que podrían deslumbrar a la Bética con sus edificios monumentales. Para ello, el nuevo asentamiento debía adoptar el nombre de la dinastía imperial, Flavia.
Los albañiles levantaron la ciudad de Flavia Sabora siguiendo las modas del Imperio hasta que, poco tiempo después, cayó en el olvido y se perdió en las brumas de la historia, al menos hasta hoy. Casi 2.000 años después de su fundación, los investigadores de la Universidad de Cádiz quedaron asombrados por los resultados de su análisis con georradar realizado en 2022 en la finca de El Carrascal. Las calles, una domus con posibles mosaicos, un almacén, enigmáticos edificios y hasta un acueducto podían verse perfectamente en sus pantallas. Bajo las fértiles tierras del valle de Guadalteba se escondía una ciudad perdida que había sido encontrada.
Todas las piezas del rompecabezas parecen encajar. Las condiciones geográficas y el resultado de los análisis apuntan a que las ruinas que se encuentran bajo el campo de cereal "son un potencial candidato a ser identificado como los vestigios del municipio de Flavia Sabora", explican Isabel María Rondán-Sevilla, investigadora de la Universidad de Cádiz, y Lázaro Gabriel Lagóstea Barrios, catedrático y profesor de Historia Antigua en la misma institución, en un estudio sobre el yacimiento publicado el pasado marzo en la revista Cuadernos de Arqueología de la Universidad de Navarra.
La modesta Flavia Sabora
Se trata de una modesta ciudad de 1,5 hectáreas construida en una sola fase a finales del siglo I d.C. y abandonada en el siglo II d.C. tras una breve ocupación de un par de generaciones, lo cual la convierte un caso singular en la antigua provincia de Bética. Los investigadores destacan su "gran valor para el conocimiento de la evolución de la técnica y los programas edilicios del período imperial".
En 2020 una serie de fotografías aéreas desveló la posible existencia de ruinas en el lugar y un vecino dio la alarma sobre una serie de pozos practicados por expoliadores. Los últimos datos obtenidos por el georradar fueron procesados por un sofisticado software que mostró el trazado de la ciudad apuntando una serie de anomalías. Algunas de estas se encuentran a tan solo 40 centímetros de la superficie.
Al oeste se ha documentado una construcción a la que llaman Conjunto Absidal, interpretado como un lugar destinado a la representación social del poder que contó con un rico patio porticado repleto de columnas en el que se identifican estructuras de santuarios y estanques con un posible ninfeo.
Rodeando este edificio se encuentra un conjunto de varias insulae bastante deterioradas. Junto a estos se intuye una domus organizada sobre un atrio que contaba con una cisterna. Su análisis arrojó una serie de datos que invitan a los arqueólogos a pensar en la presencia de algunos mosaicos ya que apuntan a que probablemente tiene restos de pavimentación.
A tientas, siguiendo los trazos geométricos y esquemáticos del plano de la ciudad, sus calles conducen hacia una pequeña plaza central de cuya forma rectangular dan muestra sus potentes muros. "Es tentador identificar este conjunto con un ambiente foral a pesar de sus dimensiones", valoran en el estudio.
Los habitantes de la zona hablaron durante siglos de la existencia de las ruinas de un acueducto que en algún momento de su historia de abandono quedó destrozado por las tareas agrícolas. Una serie de trazados dispersos ofrecidos por el georradar parece confirmar la veracidad de la leyenda, aunque no se ha encontrado ningún rastro de su castellum aquae.
El regalo a Carlos V
La ciudad termina hacia el noreste, donde se ha identificado un almacén dividido en diez naves que ocupa más de 1.700 metros cuadrados. Situada en un gran cruce de caminos que comunican la bahía de Málaga con los dorados campos del Guadalquivir, la élite decurial de Flavia Sabora extendía su poder al menos 276 kilómetros a la redonda repletos de campos de cereal en los que se afanaron durante siglos los humildes labradores.
Olvidada en el tiempo y enterrado su esqueleto, algunos mármoles han ido apareciendo con el paso de los siglos. El bronce que narró su fundación fue estudiado, traducido y enviado como regalo a la corte del entonces rey emperador Carlos V y allí quedó hasta que, al igual que su ciudad, desapareció de la historia. Quizá ocurrió en la triste nochebuena de 1734 cuando el Alcázar Real de Madrid, repleto de colecciones y piezas artísticas, fue arrasado por un incendio y las campanadas de alarma fueron confundidas con llamadas a la misa del gallo.