El famoso poeta hispano Marco Valerio Marcial vivió en la turbulenta Roma de finales del siglo I d.C. Congraciado con los emperadores Tito y Domiciano, pudo ascender en la pirámide social y formar parte del grupo conocido como los ecuestres. Sin embargo, su corazón siempre estuvo cautivado por su pequeña pero para nada modesta ciudad natal. Cuando su cabellera cana le anunciaba el invierno de su agitada vida, regresó a la provincia de Hispania Tarraconensis.
"Compatriotas, a los que Bílbilis Augusta me cría en un escarpado monte que ciñe el Jalón con sus rápidas aguas, ¿es que no os resulta grata la gloria fecunda de vuestro poeta? Pues soy vuestro honor y vuestro renombre y fama", dejó escrito el famoso autor satírico en uno de sus Epigramas antes de terminar sus días acompañado de un puñado de esclavos en la ciudad que le vio nacer.
Después de hacer un alto en la imponente Caesaraugusta, capital provincial, la localidad que sirvió de retiro al poeta aparecía guardada por las aguas del río Jalón y cerca de la desembocadura del Jiloca. Cerrando el paso del valle del Ebro y la Meseta, se encuentran dos ásperas colinas sobre las que se levantó Bísbilis. La ciudad se construyó en la primera mitad del siglo I a.C. y alcanzó la categoría de municipio en época del emperador Augusto. En ella, los romanos hicieron un gran esfuerzo para cautivar a la población nativa.
Propaganda imperial
Cerca de la ciudad romana, un poblado celtíbero fue arrasado de forma violenta en el siglo II a.C. Sus habitantes se trasladaron a un oppidum en el actual municipio de Valdeherrera. Este fue incendiado por el rebelde general romano Quinto Sertorio después de un brutal combate en el año 77 a.C. Sertorio sería desalojado tres años después ante las furiosas legiones de Quinto Cecilio Metelo, que volvieron a saquear la población. Así, vista la devastación generalizada, los supervivientes fueron trasladados a las colinas donde ya existía un minúsculo asentamiento.
En una Celtiberia sacudida por décadas de guerra, la Urbs envió un contingente de colonos itálicos que se asentaron allí. Ocuparon los vacíos de poder y población y monumentalizan toda la ciudad que, en tiempos del emperador Augusto, alcanzó el rango de municipio y llegó a ocupar 30 hectáreas. "(Se) pretende atraer y convencer a los indígenas conquistados, todavía no romanizados", explica el arqueólogo Víctor Gil de Muro en un estudio sobre el yacimiento.
No escatimaron en recursos. En la cima de una de las dos colinas erigieron el foro, que contaba con un templo con la intención de que fuera visible en todo el valle. Para levantar el imponente patio porticado del que era el corazón de la política en toda la comarca, excavaron en la propia roca para allanar el terreno mediante terrazas artificiales. Desde el mismo foro, unas escaleras conducían hacia otro gran edificio en el que Marcial debió de disfrutar de sus últimas tardes.
A la vista de todo el valle se situaba, aprovechando el barranco natural, un gran escenario de dos pisos decorado con capiteles corintios. Las gradas de este teatro, que debió de tener un podio donde se alojaba alguna estatua de la familia imperial, contaban con un aforo aproximado de 4.500 espectadores.
Teniendo todo esto en cuenta y añadiendo que la ciudad en su momento álgido contó como máximo con cerca de 3.500 habitantes, este conjunto foro-teatro, que se construyó al mismo tiempo, tenía el objetivo de ser "símbolo de representación de la familia imperial, ante los bilbilitanos, y de propaganda prorromana, ante la población indígena de los alrededores", explica el arqueólogo.
Debido a su complicada orografía resultaba imposible la construcción de un acueducto. En su lugar, la población estaba repleta de depósitos y cisternas de los que se han documentado hasta una treintena. Este programa hídrico contaba con una serie de tuberías que permitían transportar el agua a una zona u otra de la ciudad usando únicamente la gravedad.
Ritual funerario
En el siglo III el Imperio romano estaba en crisis generalizada y las terrazas del foro colapsaron. El complejo termal ya llevaba cien años en ruinas cuando comenzaron a derrumbarse las primeras viviendas repletas de pinturas murales. Decenas de retratos y escenas mitológicas y de fauna se hicieron añicos en los derrumbes, convirtiéndose en complicados rompecabezas.
Mermada poco a poco, sus últimos moradores se esfumaron entre los siglos IV y V d.C. Cuando el ejército del califato omeya conquistó la Hispania visigoda, al llegar a Bílbilis en 716 encontraron una ciudad poblada únicamente por fantasmas de otro tiempo y utilizada como necrópolis ocasional. El tercer valí de Córdoba, consciente de su vital posición estratégica, ordenó construir en la zona uno de los castillos más antiguos de España.
Cuando sus calles y termas aún gozaban de vida, una muralla envolvió a la población, escondiendo un oscuro misterio que los arqueólogos no consiguen explicar. En uno de sus torreones aparecieron tres cadáveres cuya cronología no se pudo determinar. Uno de ellos aparecía en posición fetal acompañado de varios restos cerámicos y un cuervo. Según el análisis de los investigadores, se le sometió al ritual de la descarnatio.
Una vez fallecido, el cuerpo era expuesto a las alturas para que las aves devorasen su carne y llevasen su alma a los cielos con el batir de sus alas. Cuando solo quedaban huesos, se le enterró en el torreón. El segundo cuerpo, que parece "estrellado", fue arrojado de forma violenta acompañado de los restos de una garduña y una mandíbula sin identificar que podía ser de oveja o cabra. En cuanto al tercero, apenas se conoce nada.
¿Cómo se explica este enterramiento tan peculiar? La muralla se construyó a principios del siglo I a.C., cuando la población celtíbera aún era numerosa y no se encontraba del todo romanizada. Según Manuel Martín Bueno, director de las excavaciones desde 1971, pudo ser una especie de ritual fundacional dedicado al dios Lug para que los espíritus de los difuntos protegieran la muralla desde sus mismos cimientos.
Otros autores han querido debatir esta teoría debido a que no se conoce con exactitud la fecha en la que fallecieron los individuos. Si el sacrificio se realizó posteriormente a la muralla, este ritual fundacional carecería de sentido. Silvia María Alfayé Villa, profesora de Historia Antigua en la Universidad de Zaragoza, concluye en su artículo Rituales relacionados con murallas en el ámbito celtibérico que "dada la pérdida irremisible de información es posible que nunca seamos capaces de desentrañar su significado último".