A la muerte de Lenin, en la tarde del 21 de enero de 1924, se decretó en la Unión Soviética una semana de luto nacional. Todos los teatros y lugares de ocio se cerraron. Solo quedaron abiertas las panaderías y las tiendas que vendían retratos del líder bolchevique y telas negras y rojas. Los periódicos apenas publicaron otras noticias que tuviesen que ver con el fallecido. En medio de uno de los inviernos rusos más fríos de siempre, cientos de miles de camaradas esperaron horas en el frío glacial y bajo la nieve para observar el cuerpo, expuesto en la Casa de los Sindicatos de Moscú.
El domingo 27, con unas temperaturas de hasta -33ºC, una procesión encabezada por su mujer Nadia trasladó el cadáver de Lenin hasta la Plaza Roja, donde en el muro oeste del Kremlin se había erigido apresuradamente un mausoleo de madera. Pero aquel no era el lugar de descanso escogido por el revolucionario: quería que lo enterraran junto a su madre y su hermana Olga en el cementerio Vólkovo, en Petrogrado, ciudad que cambiaría su nombre por el de Leningrado. Tampoco se habría imaginado que su tumba y su momia serían un siglo más tarde un foco de atracción turística y no "la cuna para la libertad de la humanidad" que rezaban los panfletos repartidos durante el funeral.
Alekséi Abrikosov, el patólogo que realizó la autopsia de Lenin el día después de su muerte en su dacha de Gorki, embalsamó el cuerpo para preservarlo hasta las exequias. Pero el 24 de enero, la Comisión Funeraria copresidida por Stalin le ordenó al médico que ampliase el proceso a cuarenta días, algo habitual según la tradición ortodoxa rusa y la duración de las misas por los difuntos. Sin embargo, los líderes del Kremlin decidieron que había que conservar el cadáver del líder bolchevique en su mausoleo "indefinidamente (...), para siempre, si podemos". "Debemos mostrar que Lenin vive", sentenció el futuro dictador soviético.
Como explica el investigador Victor Sebestyen en su obra Lenin. Una biografía (Ático de los Libros), "no está claro quién sugirió en primer lugar la extraordinaria idea de preservar el cuerpo de Lenin y exhibirlo como si fueran las reliquias de un santo. Varios de los líderes dijeron posteriormente que había sido idea suya, pero fueron Stalin y Dzerzhinski quienes desarrollaron el plan en contra de los deseos de Nadia, las hermanas y el hermano de Lenin, Dimitri".
Aunque el fanático e implacable fundador de la Checa justificó el embalsamiento porque se trataba de "una gran persona, diferente a cualquier otra", hubo muchos camaradas que se horrorizaron. Vladímir Bonch-Bruyévic, secretario personal y uno de los hombres más cercanos a Lenin en sus últimos años, declaró estar seguro de que la idea consternaría al propio protagonista. Los bolcheviques necesitaban un lugar de culto a su mesías y la tumba de la Plaza Roja se convirtió en el lugar de peregrinaje perfecto, en una "reliquia revolucionaria", como resumió Stalin. Al verlo, muchos de los dolientes caían de rodillas, se persignaban y rezaban plegarias. Era un nuevo dios.
"Cuando dudemos de la Revolución o estemos a punto de equivocarnos, nos bastará con ir a contemplar a Lenin, y él nos devolverá el camino recto", justificaban desde el Partido. "El objetivo era simple: para salvar la herencia de Lenin —y el leninismo, que Stalin inventó en cuanto desapareció el guía— era preciso que este escapase al destino normal de los hombres, que su muerte fuese solo apariencia", reflexiona la historiadora Hélène Carrère d'Encausse en su biografía sobre el personaje, reeditada ahora por Espasa coincidiendo con el centenario de la muerte. "'Lenin está vivo': ese fue el eslogan de los años posleninistas; su autenticidad quedaba demostrada por el mausoleo".
Los lamentos de Nadia ante esta decisión no tuvieron efecto. "No permitáis que vuestro dolor por Ilich se desgaste en una veneración externa de su persona. No construyáis monumentos, memoriales y palacios en su nombre. No organicéis espléndidas celebraciones en su honor. En vida, él daba muy poca importancia a estas cosas", publicó en el diario Pravda. El 26 de febrero se estableció la Comisión para la Inmortalización de la Memoria de V. I. Uliánov (sic).
Una momia olvidada
El patólogo Abrikosov aseguró que el cuerpo de Lenin podía preservarse "durante muchos años" mediante un proceso de refrigeración si se mantenía en una cripta a una temperatura controlada con rigor y en un sarcófago especial. "Sin embargo, a pesar del equipo de congelación más caro y sofisticado que compraron en Alemania, a los dos meses ya habían aparecido manchas oscuras en la cara y el torso de Lenin, y las cuencas de los ojos estaban deformadas", narra Sebestyen.
A finales de marzo de 1924, los prominentes químicos Vladímir Vorobyov y Borís Zbarski volvieron a embalsamar el cadáver con una mezcla química que "duraría cientos de años" y tras estudiar las antiguas técnicas de momificación egipcias. Realizaron experimentos con cadáveres de hombres de 50 años —el revolucionario falleció con 53— procedentes de las morgues de Moscú y, al cabo de cuatro meses trabajando día y noche, desarrollaron una fórmula correcta de glicerina, alcohol, acetato de potasio, clorato de quinina y otro ingrediente que hoy todavía sigue siendo un secreto.
El mausoleo se abrió al público el 1 de agosto de 1924 y los científicos se jactaron de haber logrado lo que los egipcios no pudieron hacer por Tutankamón y otras momias faraónicas. En los 85 años siguientes a la apertura de la cripta se estima que la visitaron unos veinte millones de personas. En la actualidad existe un equipo de una docena de biólogos, bioquímicos y anatomistas —en su momento álgido fueron dos centenares— dedicados a conservar el cuerpo de Lenin. En 2016, el Gobierno ruso desveló que el coste de esos "trabajos médicos" ascendía en ese año a 13 millones de rublos, unos 200.000 dólares en aquel entonces.
Pero como escribe Carrère d'Encausse, "si la momia sigue todavía allí, es porque está olvidada, ignorada y también porque a los rusos no les gusta molestar a los muertos". Lenin descansa en un sarcófago de cristal enfundado en una chaqueta marrón oscuro y corbata negra, con una mano cerrada en un puño y la otra relajada, con los dedos ligeramente doblados. Durante casi una década (1953-1961), tuvo un compañero, Stalin, pero la revisión de la historia soviética convirtió al "mayor hombre de todos los tiempos" en un "criminal" que no podía compartir tumba con el padre de la Revolución.
Desde la desmembración de la Unión Soviética el debate sobre la necesidad de enterrar a Lenin en otro lugar ha sido continuo. Algunas encuestas en los últimos años han mostrado que un 60% de los rusos son favorables a esta reinhumación. Sin embargo, el líder bolchevique, el único de los grandes hombres de la historia que ha logrado esquivar el olvido de la muerte y el tiempo, sigue fascinando a muchos de sus compatriotas, que le profesan extrañas manifestaciones de fe.
"Lenin se inscribe en una corriente duradera, la de las utopías, y en una trinidad mítica, la de Marx-Engels-Lenin (a la que Stalin vino a añadirse durante un tiempo como cuarto miembro, denunciado luego como impostor)", reflexiona la Premio Princesa de Asturias de Ciencias Sociales 2023. En su opinión, el revolucionario "transformó su sueño en realidad, y ese éxito, que no justifica en absoluto las tragedias inherentes a la empresa leninista, le vale sin embargo ocupar en la historia de este siglo [el XX] un lugar de excepción. El más importante, probablemente, por la influencia que ha ejercido".