Isadora Ramírez fue una de las 400 españolas encerradas en Ravensbrück, el campo de exterminio más grande para mujeres en territorio alemán y el segundo en tamaño por detrás de Auschwitz. Hija, nieta, hermana y sobrina de republicanos, había cruzado la frontera con Francia al término de la Guerra Civil y se había enrolado en las filas de la Resistencia en París, donde la capturaron a finales de 1941. Torturada y enviada al infierno en un vagón de ganado, la obligaron a ejercer la prostitución en el complejo nazi. Se convirtió en una "Feld-Hure", una puta de campo, como rezaban su tatuaje en el pecho y un triángulo invertido negro, reservado también a las lesbianas, y cada día era violada entre quince y treinta veces por oficiales de las SS, soldados o kapos.
Su biografía es tan real y escalofriante como los experimentos médicos que realizaron los nazis con algunas mujeres confinadas en el campo: meterles ratones vivos en la vagina, inyectarles esperma de chimpancé para comprobar si podían procrear híbridos, extirparles y reimplantarles partes del cuerpo para comprobar su recuperación, dejarlas con un feto colgando para ver cuántos días duraba con vida el recién nacido... Una lista enorme de barbaridades inenarrables.
Isadora Ramírez es la protagonista de El barracón de las mujeres (Espasa), la primera novela de la historiadora Fermina Cañaveras. Novela, sí, pero todas las experiencias que cuenta están basadas en entrevistas a una decena de supervivientes de Ravensbrück de distintas nacionalidades. Su investigación ha identificado a 26 españolas que fueron explotadas sexualmente. "Pero probablemente habría muchas más", confiesa. "Pude hablar en varias ocasiones con Neus Catalá y me decía que el tema de la violencia de género no solo estaba en el barracón de las prostitutas: a muchas las cogían directamente y las violaban. No era de forma sistemática, pero las violaciones estaban a la orden del día".
Cañaveras esgrime dos motivos para rescatar del olvido esta historia abrazando la ficción. La principal es la destrucción por parte de los propios nazis de gran parte de la documentación de Ravensbrück, uno de los últimos campos de exterminio en ser liberados, y las lagunas que ello provoca. "También porque con una novela era más fácil llegar a todo el mundo, contar lo que pasaba aquí y darles a estas mujeres el papel que se merecen", explica.
La narración está vertebrada en dos relatos en primera persona: el de la propia Isadora —falleció en 2008—, que conjuga todas las vivencias y el sufrimiento de sus compañeras, y la de María, una periodista lesbiana en horas bajas y una suerte de alter ego de la autora que describe cómo va descubriendo la figura de las "Feld-Hure". "Esos personajes ficticios y su relación son un guiño a todas las mujeres lesbianas que estuvieron en el campo de concentración y a las que trataron igual de mal que a las prostitutas", reconoce.
"Lo más complicado ha sido cómo plasmar en el papel esas historias tan duras que no se habían contado por vergüenza, y cómo hacerlo sin perder el respeto a esas mujeres. No me entraba por el filtro de la razón pensar que las estaban explotando sexualmente hasta veinte veces al día", confiesa. Fueron, como decía Neus Català, las olvidadas de los olvidados. "No hablaban desde el odio, sino que señalaban que las cámaras de gas son la consecuencia de muchas cosas previas. Y decían que si Auschwitz ha pasado a la historia como el campo de aniquilar judíos, Ravensbrück debería pasar a la historia como el campo de aniquilar mujeres".
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Nazis y proxenetas
Ravensbrück, donde se calcula que murieron unas 50.000 mujeres, abrió sus puertas en 1939. Las primeras prostitutas se habían seleccionado en las calles de Berlín con la falsa promesa de que iban a tener mejores condiciones y una retribución por sus servicios. Luego comenzaron a llegar jóvenes sanas y atractivas, y los nazis empezaron a utilizarlas como parte de su maquinaria del horror, e incluso para fiestas sexuales en la casa del director del centro.
El proceso de selección era escalofriante: las "Feld-Hure" debían ser mujeres jóvenes —a las más mayores las enviaban directamente a las cámaras de gas—, pasaban por el despioje y un periodo de cuarentena y eran seleccionadas por las temibles guardianas nazis. Antes de ser enviadas al barracón, los altos mandos del campo las violaban y denigraban para comprobar si servían para ser prostitutas. En caso contrario les pegaban un tiro. Las hubo de todas las nacionalidades: españolas, polacas, alemanas, búlgaras, italianas, francesas...
Pero entre los violadores no solo se contabilizan los oficiales y soldados alemanes. También fueron víctimas de los kapos —los hombres llegaron a Ravensbrück en 1942— y de presos corrientes, que mediante algún chivatazo o favor a un guardia se ganaban un ticket para acceder al barracón de las prostitutas. Muchas no soportaron los abusos ni la deshumanización de cumplir con un determinado número de hombres al día y fueron enviadas al "pabellón de las locas", donde dejaban que se muriesen de hambre.
A todas esas vejaciones logró sobrevivir Isadora Ramírez. Había escapado de España en 1939 bajo una identidad falsa, y logró regresar a Madrid en otoño de 1945. "Nunca fue muy activa políticamente, pero sí que hizo una cosa que me parece maravillosa: intentar contactar con las familias de las mujeres que estuvieron en Ravensbrück", detalla Cañaveras, que empezó a escarbar en este episodio casi de forma casual, a raíz de un trabajo de investigación sobre las mujeres que dirigieron el Partido Comunista de España en la posguerra desde la clandestinidad.
Además de rescatar la biografía de Isadora y de las otras españolas obligadas a prostituirse en los campos de exterminio, la autora asegura que la novela esconde otro mensaje: "La principal moraleja de la novela es dejar claro que los nazis también fueron proxenetas y ejercieron la violencia sistemática de género en Ravensbrück. Hoy en día no hay campos de concentración y no les tatúan el pecho, pero sí les quitan los pasaportes y las someten. Hay que tener muy claro que antes se llamaron nazis, pero que este problema sigue afectándonos hoy en día. Los patrones se siguen repitiendo. Y por desgracia, en todos los acontecimientos históricos y en todos los conflictos bélicos, las mujeres son las que más tienen que perder porque son las que sirven de moneda de cambio".