Se encuentra siguiendo uno de los caminos más transitados de Hispania. Hoy conocida como Vía de la Plata, los romanos construyeron varias calzadas que comunicaron Asturica Augusta (Astorga) con la fastuosa capital de la provincia de Lusitania Augusta Emerita (Mérida). Esta ruta se enriqueció con la constante circulación de personas y mercancías, especialmente el preciado oro del noroeste peninsular que era vigilado por las legiones.
En el siglo I d.C., a 110 millas romanas de Mérida -unos 167 kilómetros en coche hoy en día-, un cansado viajero se vería sorprendido por la riqueza que envolvía a la ciudad de Cáparra ubicada en el actual municipio cacereño de Oliva de Plasencia. Tras cruzar el puente de piedra del río Ambroz, el griterío de su anfiteatro le indicaría la intensidad de los combates de gladiadores, aunque desde 2016 se usa para celebrar parte del Festival de Teatro Clásico de Mérida. Al continuar con su marcha, ya en el decumano, llegaría al impresionante tetrapylon, un arco de cuatro frentes único en España situado en el centro de la ciudad.
Enclavado donde se cruzan el cardo y el decumano, rodeado por las termas y las tiendas cercanas, daba acceso al impresionante foro: el lugar donde el Senado local decidía el futuro de la ciudad. La vida y organización de la misma giraba en torno a este lugar construido sobre una pequeña terraza natural.
Vida urbana
La organización de la trama urbana sigue una planificación muy cuidadosa, los edificios “denotan un cuidado aprovechamiento de las peculiaridades topográficas locales para la instalación urbana”, explica en uno de sus artículos el arqueólogo de la Universidad de Extremadura Enrique Cerrillo Martín de Cáceres.
Siendo el foro el corazón de la vida política de la ciudad, se construyó un templo que tuvo que ser reedificado al encontrarse materiales reaprovechados de otras construcciones. Después de atravesar sus cuatro columnas principales, muy probablemente en su interior los más piadosos magistrados de la ciudad rendirían culto a Júpiter.
Uno de estos magistrados, Marco Fidio Marcer, accedió dos veces al cargo de duunviro y tuvo que ser inmensamente rico, ya que para ser el equivalente al moderno alcalde había que demostrar que se poseían al menos 100.000 sestercios. A pesar de que se desconocen la mayoría de los detalles de su vida, se sabe que financió la construcción del arco con fines políticos, dedicando varias inscripciones en el mismo a su padre, Marco Macer, y su madre Bolosea.
Este "no es el único caso en que se observa la actividad propagandística de los nuevos cargos municipales", explica Cerrillo Martín, que continúa: "Es posible que a ese mismo comportamiento propagandístico personal se deba la construcción de un anfiteatro situado extramuros de la ciudad y de las termas públicas frente al foro".
Al ser un paso obligado, la ciudad se enriqueció enormemente alcanzando las 16 hectáreas. En sus termas públicas cerca del foro, sus habitantes podían relajarse en sus piscinas y los viajeros y comerciantes quitarse el pesado polvo del camino. El agua necesaria para el consumo era extraída con toda probabilidad en un embalse cercano y posiblemente existiera un acueducto del que no se ha encontrado evidencias, pero se supone que fue construido por un tal Albinus.
Sin embargo, antes de la construcción de las calzadas de la Vía de la Plata ya existía una población prerromana en la región, enclavada en medio de las rutas comerciales de las tribus nativas. El geógrafo romano Plinio cita el oppidum de los “caparenses” en Lusitania mientras que otros apuntan a su localización en tierras de los vetones. Lo que sí se conoce es que estos “caparenses” en un principio fueron una población estipendiaria de Roma, es decir, debían rendir tributo a las arcas de la Urbs.
[La ciudad romana de Burgos con una lujosa vivienda con pinturas que sigue oculta bajo el suelo]
Al promocionar a municipio en época del emperador Vespasiano, sus moradores abrazaron por completo el modo de vida romano levantando en granito la mayoría de edificios públicos que la caracterizan. El tal Marco Macer que erigió el famoso arco poco antes del siglo II era un hispano plenamente integrado en la vida política romana que también dedicó un altar votivo a Augustea Treberuna, una deidad nativa asimilada a las formas de culto del Imperio.
Pero su posición geográfica no era el único motivo de su riqueza, la zona también fue inmensamente rica en cultivos y ganadería, productos que se sumaban a los ofrecidos en las distintas tabernae de las diferentes insulae que existían en las calles de la ciudad, que llegaron a contar con la existencia de un sistema de desagüe.
Abandono
Al resguardo de la vía, Cáparra deslumbró durante siglos, resistiendo varias crisis imperiales que hicieron desaparecer otras ciudades de Hispania. Algunos edificios se reformaron y embellecieron con mármol en el siglo II d.C., como el patio porticado del foro, que pasó a ser un paseo de la fama local con estatuas de los hombres más ilustres de la ciudad.
En la Edad Media, esta fastuosa ciudad llena de vida desaparece de forma repentina sin un motivo claro. Cuando el califato Omeya conquistó el reino visigodo de Toledo, Cáparra no aparece mencionada como lugar de paso de la hueste invasora y parece ser que sus murallas de cinco metros levantadas en el siglo III nunca vieron combate alguno. Su principal enemigo fue el olvido.
En el siglo XX se realizaron varias campañas arqueológicas para conocer esta ciudad que desde 1988 hasta 1997 fue excavada por la Universidad de Extremadura. Desde el año 2001, el proyecto Alba Plata de la Junta de Extremadura se encarga de velar por la protección y promoción del yacimiento, dotado con un centro de interpretación. Dentro de esta promoción de turismo cultural, los responsables del proyecto lograron rehabilitar el anfiteatro en 2016.
Hasta esta última puesta en valor, en el siglo XVIII se tienen noticias de la existencia de una mísera venta que contaba cuya población la integraban algunos labriegos y unos pocos meseros que vivían en el esqueleto de aquella ciudad desierta. El arco tan característico perdió sus estatuas ecuestres y un gran porcentaje de su parte superior. Ante todo, aguantó en pie, sobreviviendo al peso de los siglos y actuando como muda lápida en el camino a Mérida marcando la tumba de Cáparra.