"Una película no puede ser una lección de historia", ha repetido casi en cada entrevista Ridley Scott durante la promoción de su esperada Napoleón. No le falta razón al director británico, pero su argumento enmudece ante las virulentas respuestas —insultos incluidos— que ha dedicado a los historiadores que desde la publicación del primer tráiler han señalado las imprecisiones históricas del filme. ¿Cómo no va a ser relevante señalar lo que no es verdad de una ficción que va a tener un gran efecto sobre la imagen del emperador galo, el tirano, el ogro corso, el genio militar, al que ha equiparado con Hitler y Stalin, en la imaginación popular?
La película es un grandioso y espectacular emparedado hecho con algunos de los episodios bélicos clave de la carrera del militar y sus volcánicas intimidades con Josefina Bonaparte. Un filme épico, especiado con finas dosis de ironía, pero de consumo vertiginoso y que se ha olvidado de capítulos fundamentales en la biografía de un hierático y a veces ridículo Napoleón, como la guerra de España, su política civilizadora e ilustrada —el Código Civil de 1804 propició un duro golpe al feudalismo— o, todo sea dicho, la restitución de la esclavitud. El cineasta, que se ha enfrentado al reto mayúsculo de resumir una vida inenarrable en poco más de dos horas y media, ha querido poner el foco en la no tan romántica historia de amor entre ambos personajes y en la muerte desatada por las Guerras Napoleónicas.
"Lamentablemente, y algo predecible para un hombre de 85 años cuya mentalidad se formó durante la Segunda Guerra Mundial, Scott ha optado por el estereotipo intelectualmente desacreditado de un dictador que se vuelve loco de arrogancia", ha escrito Andrew Roberts, autor de una de las mejores biografías sobre el corso, en un artículo en The Times —y las críticas de sus colegas en Francia han sido mucho más duras—. "Sin embargo, sorprendentemente, Scott va aún más lejos en su parcialidad y no le da a Napoleón ningún logro aparte de un cierto sentido táctico en los campos de batalla". A partir de aquí, analizamos los aspectos más llamativos de la película para ver qué se ha inventado el director de Gladiator, y también los detalles que son ciertos. Lógicamente, ojo con los spoiler.
Ejecución de María Antonieta
Napoleón estaba en París el 20 de junio de 1792 cuando una masa asaltó el palacio de las Tullerías y capturó a Luis XVI y María Antonieta, forzando al rey a aparecer en el balcón con el gorro rojo de la libertad. El corso presenció la humillante escena, que redujo su estima hacia la monarquía, y se la describió en una carta a su hermano José. El día de la ejecución de la reina, el 16 de octubre de 1793, se encontraba ya planeando in situ la captura de Fort Mulgavre, un "pequeño Gibraltar", como lo bautizaron los británicos por su robusta fortificación, cuyo control era indispensable para rendir la ciudad de Tolón.
Cañonazo a su caballo...
En esta primera batalla que aborda la película, en realidad desarrollada durante varios meses, Napoleón resultó herido por un tirador inglés, que le clavó una pica en el muslo, durante un ataque a un fuerte que protegía Mulgavre y cuando trataba de penetrar en la batería por la tronera. Muchos años después mostró a un médico la profunda cicatriz sobre la rodilla izquierda, recordando "que los cirujanos dudaron sobre si al final habría que amputar". Según recoge Andrew Roberts en Napoleón. Una vida (Ediciones Palabra), en una ocasión tomó un escobillón empapado en sangre de un artillero caído cerca de su posición y ayudó a cargar y disparar. Siempre pensó que fue aquello lo que le provocó una sarna que no se le curaría hasta 1802.
Durante el asalto que alcanzó finalmente el fuerte, desarrollado en la madrugada del 17 de diciembre de 1793 en medio de un fuerte aguacero, vientos rápidos y rayos cegadores, el caballo de Napoleón fue abatido mientras lo montaba —Ridely Scott se toma la licencia de imaginarse al corso recuperando la bala de cañón que ha matado a su montura para enviársela a su madre—. Tras lograr este objetivo, bombardeó los navíos de la Royal Navy embarcados en el puerto. Como expresaría más tarde, Tolón "le hizo confiar en sí mismo".
...y cañonazos al pueblo francés
Para frenar la insurrección realista del 13 Vendimiario (5 de octubre de 1795), a Napoleón, como segundo comandante del Ejército de Interior, se le otorgaron todos los medios necesarios. Ordenó al capitán Joaquín Murat tomar la unidad de artillería que había en un campamento a tres kilómetros de París y trasladarla al centro de la ciudad acuchillando a quien tratase de impedirlo. El corso emplazó cañones cargados con metralla por varias calles y abrió fuego contra los sublevados al escuchar el primer disparo de mosquete, causando 300 muertos entre los insurrectos. "A la muchedumbre hay que convencerla con el miedo", escribió.
[¿Cómo fue la muerte de Napoleón? Sus tormentos en Santa Elena y la enfermedad que lo derrotó]
Las pirámides, ¿mala puntería?
La escena de los artilleros de Napoleón disparando a las pirámides ha sido una de las decisiones que más han escandalizado a los historiadores. La batalla que libró el ejército francés el 21 de julio de 1798 contra el contingente de árabes y mamelucos liderado por Murad Bey tuvo lugar en realidad en las inmediaciones de Embabeh, en la ribera izquierda del Nilo y a una docena de kilómetros de los monumentos que mayor asombro causaron en la vida del corso, como él mismo confesaría.
En una entrevista, el historiador británico Michael Broers, experto en el periodo napoleónico y asesor histórico del filme, ha desvelado su coversación con Scott sobre este invento: "Le dije a Ridley: 'Venga hombre, ¿disparar a la cima de las pirámides?'. Pero él me respondió: 'Bueno, te has reído, ¿no?'. Ahí me di cuenta de que no estábamos haciendo un documental, sino una película". La escena del encuentro cara a cara del militar con una momia está tomada de un cuadro de 1895 pintado por Maurice Henri Orange. Si bien la campaña de Egipto fue un fracaso militar, los savants que la integraban descubrieron la Piedra Rosetta.
Las infidelidades de Josefina, ¿su impulso?
Napoleón se enteró el 19 de julio de 1798, de camino a El Cairo, que su amada esposa Josefina tenía un romance con el teniente de húsares Hippolyte Charles. Quien le informó de ello fue el general Junot, mostrándole una carta —Andrew Roberts señala que se desconoce el remitente— y diciéndole que el engaño era la comidilla de París —el corso fue uno de los temas predilectos para los caricaturistas de la época—. Pero no regresó a Francia por despecho, sino ante la formación de la nueva Coalición encabezada por Gran Bretaña, Rusia y Austria.
"Aunque fue acusado durante mucho tiempo de haber abandonado a sus hombres, en realidad marchaba a la llamada de las armas, puesto que habría sido absurdo mantener al mejor general francés encallado en una posición estratégica marginal en Oriente cuando la misma Francia se enfrentaba a una amenaza de invasión", señala Roberts en la biografía.
La película también deja entrever que una de las decisiones que impulsaron a Napoleón a abandonar la isla de Elba, donde se encontraba exiliado tras su derrota en la guerra de la Sexta Coalición (1812-1814), fue un supuesto affaire mantenido entre el zar Alejandro I y su exmujer. Es cierto que el gobernante ruso visitó en varias ocasiones a la antigua emperatriz en su chateau de Malmaison —se dice que murió de una neumonía que contrajo tras un paseo con él en una fría noche después de un baile—, pero no fue la motivación principal del corso para recuperar su trono, sino los errores de los restaurados Borbones, el hastío, los rumores de que lo iban a trasladar a Santa Elena o los informes de que sus soldados le añoraban.
El golpe de Estado
Napoleón Bonaparte se convirtió en primer cónsul mediante un golpe organizado en dos días, el 9 y 10 de noviembre de 1799, que se desarrolló de forma chapucera. El plan consistiría en reemplazar el Directorio por un Consulado convenciendo a los Ancianos de la cámara alta y a los Quinientos de la cámara baja. El corso, acompañado de su hermano Lucien, se dirigió a estos últimos "pálido, emocionado, titubeante", y cuando un grupo de granaderos armados con sables irrumpieron en el salón para rodearle y protegerle, los diputados desataron su ira a gritos de "¡abajo el tirano!" y "¡proscrito!".
Además de abuchear a Napoleón, lo zarandearon y abofetearon, e incluso le agarraron por el collar del brocado. Esta ferocidad le cogió por sorpresa, pero los conspiradores lograron ganarse el apoyo de la Guardia del Cuerpo Legislativo. Apuntando con una espada en el pecho de Napoleón, Lucien, como se refleja en la película, dijo a los soldados: "Juro que atravesaré el corazón a mi propio hermano si intenta cualquier cosa contra la libertad de los franceses". El ejército entró a bayoneta calada en la cámara baja para vaciar el edificio. Avanzada la noche, Lucien reunió a los diputados favorables al golpe —un 10% del total— y se decretó el final del Directorio.
El hielo de Austerlitz
La batalla de Austerlitz (2 diciembre de 1805) fue la obra maestra de la estrategia militar napoleónica, el triunfo que concedió a Napoleón la hegemonía indiscutible en Europa occidental y central. A pesar de la superioridad numérica, el ejército ruso-austriaco fue derrotado de modo deciviso, sufriendo unas 27.000 bajas frente a las 9.000 francesas. El emperador, al ver a la flor de los soldados del zar extendida por los campos ensangrentados, exclamó: "Muchas bellas damas llorarán mañana en San Petersburgo". Su plan se desarrolló según lo previsto.
La recreación de este enfrentamiento, reducido en la ficción al choque en un único punto, constituye el clímax en espectacularidad del filme de Ridley Scott. El ejército aliado cayó en la trampa de Napoleón y atacó el flanco derecho galo. En el momento álgido, alrededor de las 9:30 horas, al levantarse la niebla e iluminar el "Sol de Austerlitz" el campo de batalla, el mariscal Nicolas Soult atacó una zona elevada clave, lo que sorprendió y dividió en dos a las tropas ruso-austriacas, extendiendo el desorden entre sus filas. El asalto francés continuó contra el ala izquierda enemiga, que se desintegraba por momentos, mientras la artillería disparaba contra los estanques helados para romper el hielo y dificultar la retirada.
La película muestra que este último acontecimiento desembocó en una auténtica carnicería. No obstante, Andrew Roberts recuerda en su obra: "Este incidente creó el mito de que miles de rusos se habían ahogado al romperse el hielo, pero las excavaciones recientes en ese terreno y en el lago Statschan han revelado solo una docena de cadáveres y un par de cañones".
Moscú, ardiendo en sueños
La campaña de Rusia fue una de las operaciones más colosales de la carrera de Napoleón. Cruzó el río Niemen en junio de 1812, emulando en simbolismo lo que había hecho su admirado Julio César en el Rubicón, con 650.000 soldados, de los que tan solo regresarían unos 60.000. Pero el plan original no era llegar hasta Moscú, sino detenerse en Vitbesk o Smolensk si el enemigo no plantaba batalla. De hecho, durante los 16 días que pasó en la primera de estas plazas, el corso sopesó seriamente dar por terminadas las operaciones para retomarlas unos meses después. "1813 nos verá en Moscú, 1814 en San Petersburgo. La guerra rusa es una guerra de tres años", dijo.
Napoleón, no obstante, era un general guiado por la ambición y trató de buscar una derrota rápida y regresar. "¿Por qué detenernos aquí dieciocho meses cuando veinte días podrían bastarnos para alcanzar nuestro objetivo?", se preguntó. "En resumen, mi plan de campaña es la batalla, y toda mi política es el triunfo". Por eso puso rumbo a Moscú: para obligar a los rusos a un gran enfrentamiento pensando en los términos de la paz que les impondría. Tras el sangriento triunfo en Borodinó, el emperador se instaló en el Kremlin el 15 de septiembre.
Sin embargo, tan pronto como las tropas francesas entraron en Moscú y empezaron a saquearla, tuvieron que empeñarse en salvarla de las llamas provocadas por sus propios habitantes —de los 9.000 edificios importantes, 6.500 ardieron o se derrumbaron—. "¡Qué enorme espectáculo! ¡Es obra suya! ¡Tantos palacios! ¡Qué extraordinaria resolución! ¡Qué hombres! ¡Son verdaderos escitas!", exclamó el corso cuando lo despertaron a las 4 de la mañana para informarle de las devastadoras llamas. "Tuvo suerte de no perecer él mismo por el fuego, ya que la incompetente guardia había permitido que un convoy de artillería, con carros de pólvora incluidos, estacionase bajo su ventana", comenta Roberts. Napoleón tuvo que escapar de Moscú por un portón secreto excavado en la roca sobre el río.
Los cuadrados de Waterloo
Si Austerlitz fue su victoria más brillante, la batalla de Waterloo (18 de junio de 1815) significó el final de Napoleón, que abdicaría por segunda vez cuatro días después. El ataque a las posiciones británicas del duque de Wellington, protegidas por una elevación del terreno, se demoró hasta media mañana por las lluvias torrenciales que habían enfangado los campos de cultivo, en los que la cebada llegaba a los soldados hasta el pecho.
"Su decisión de dejar el control táctico de la batalla en manos de [el mariscal] Ney empeoró las cosas cuando este interpretó erróneamente los movimientos enemigos y lanzó una impresionante, pero del todo inútil, carga de caballería contra la infantería británica, que formó en cuadros y segó las líneas de los jinetes atacantes", resume el historiador Alexander Mikaberidze en Las Guerras Napoleónicas (Desperta Ferro). La resistencia natural de los caballos a cargar contra un muro erizado de bayonetas los hacía casi inexpugnables, aunque no lo hubieran sido para la artillería o la infantería si formaban en línea. A media tarde, cuando la situación de Wellington era precaria, llegaron los decisivos refuerzos prusianos al mando del general Gerhard von Bücher.
Napoleón, que vio cómo una bala de cañón seccionaba por la mitad al general Jean-Jacques Desvauz de Saint-Maurice mientras cabalgaba a su lado, envió a su excelente Guardia Imperial hacia la elevación enemiga en un último y desesperado intento de cambiar el rumbo de la batalla. Pero la carga de estos afamados veteranos tampoco tuvo éxito. Al verles recular, se extendió por el ejército francés un grito jamás escuchado en quince años de combate: "¡La Guardia recula!".
Otras curiosidades
De las cinco batallas que aparecen en la película —participó en más de sesenta— se ve a Napoleón dirigir las cargas de su caballería en dos ocasiones: en los escasos segundos que se le dedica a Borodinó y en esa desesperada intentona final en Waterloo. Un recurso no registrado al que ha recurrido Ridley Scott, como el mosquetazo en su bicornio, para hacer los combates más épicos. Al contrario, el emperador francés sí que realizaba misiones de reconocimiento cerca del enemigo. Y por último, nunca coincidió cara a cara con el duque de Wellington, quien respondió, preguntado en una ocasión por el mejor capitán de su tiempo: "En esta época, en épocas pasadas y en cualquier época, Napoleón".