En la oscura noche del 25 de marzo de 1838, un selecto grupo de fantasmas se deslizó hacia las murallas de la castellonense fortaleza de Morella. El teniente carlista Pablo Alió y sus veinte hombres ya habían hecho testamento. Su golpe de mano pasaría a la historia. Cuando se encaramaron a la roca, un insufrible hedor les indicó que estaban en el lugar indicado. Subiendo desde las letrinas y cubiertos de porquería, degollaron a los centinelas y capturaron a su durmiente guarnición.
Esta es solo una de las cientos de historias que tuvieron lugar en este intimidante castillo. Construido a 1070 m de altura, en la zona más escarpada de una inmensa roca, la Muela, el castillo que salvaguarda Morella era la llave que abría o cerraba el paso del Bajo Aragón y el mar Mediterráneo a pocos kilómetros del Ebro.
Conquistada dos veces por el Cid, escenario de cruentísimos asedios durante la invasión napoleónica y cuartel general del temido caudillo carlista Ramón Cabrera ‘el tigre del Maestrazgo’, hoy, acribillado a cañonazos, enseña sus cicatrices y heridas de guerra a los turistas y curiosos que se dejen hipnotizar por su marcial estampa.
Siglos de guerra
La zona ha sido habitada de forma casi ininterrumpida desde 3000 a.C., encontrándose pinturas rupestres del neolítico en unas cuevas del municipio. Más tarde, los iberos, asentaron un primitivo castro en sus alturas. En el interior del recinto amurallado se encuentra un aljibe que podría datar de época romana. Durante algún tiempo se especuló con que Morella fuese la mítica Castra Aelia del siglo I a.C., en la que el general romano Quinto Sertorio asentó sus legiones tras arrasar la ciudad celtíbera de Contrebia.
Ya entrada la Edad Media, Al-Andalus se quebró en pequeños reinos taifas enemistados entre sí. Al-Mu’tamin, rey de Zaragoza, en guerra con la taifa de Denia-Lérida, recurrió a los servicios de Rodrigo Díaz de Vivar, señor de la guerra burgalés, más conocido como el Cid Campeador.
En 1084, la hueste del legendario guerrero castellano, a las órdenes del monarca musulmán, derrotó a un ejército combinado lérido-aragonés a las faldas de Morella, capturando a personajes notables como el obispo de Roda Raimundo Dalmacio, el conde Sancho Sánchez de Pamplona o el conde Nuño de Portugal. Tras recibir un suculento rescate por los presos, a su regreso a Zaragoza es recibido de manera apoteósica. Según relata el medievalista Gonzalo Martínez Díez: “al-Mu‘tamin, sus hijos y los habitantes de la ciudad salieron al encuentro del vencedor hasta Fuentes de Ebro, a unos 22 kilómetros de camino”.
Cinco años después, el Cid vuelve a presentarse en la fortificación, derrotando en la batalla de Tebar al conde de Barcelona, Ramón Berenguer II. El conde quedó preso de Rodrigo y, según el Cantar del Mío Cid, el guerrero castellano le arrebató su famosa espada, la Tizona.
La región acabó definitivamente en manos cristianas cuando, en 1232, un ejército capitaneado por el guerrero aragonés Blasco de Alagón se personó en el castillo. La fortaleza era tan inexpugnable que las huestes cristianas decidieron tomarla en un golpe de mano. La posición estratégica de la fortificación era tan importante para la corona de Aragón que el rey reclamó su propiedad a Blasco con una mezcla de amenazas y regalos.
Ya en manos reales, en 1360 el rey Pedro IV el Ceremonioso comienza una intensa campaña de reformas en la fortificación, creando la monumental puerta de San Miguel y dotando al castillo de unas imponentes murallas de estilo gótico. Lo inexpugnable que resultaba esta nueva fortificación propició que fuese empleado por la corona como prisión de personajes notables como Carlos, príncipe de Viana, hermano de Leonor I de Navarra e hijo del propio rey Juan II de Aragón.
Estuvo en el ojo del huracán durante la guerra de la Unión (1347-1348), la revuelta de las Germanías en el siglo XV y la guerra de Sucesión española de 1701-1714 que culminó con la instauración de la dinastía borbónica, sufriendo durante el proceso numerosas reformas para adaptarla al fuego de artillería.
Sin embargo, es en el siglo XIX cuando Morella es machacada por la guerra. La guerrillera Josefa Bochs fue ahorcada en su patio por los franceses cuando ocuparon la localidad. La torre, en la que estuvo presa, quedó destrozada por la artillería española cuando recuperaron la plaza en noviembre de 1813.
Guarida del 'Tigre'
Es con la primera guerra carlista cuando Morella queda marcada por la leyenda. En 1833, Carlos María Isidro, hermano de Fernando VII, se subleva contra su sobrina, la pequeña reina Isabel II. La guerra civil asoló el país entero, especialmente el norte peninsular y Aragón.
En este contexto, los carlistas surgidos de las letrinas toman el control de Morella en un fulminante golpe de mano en 1838 . Tras su captura, el temible caudillo Ramón Cabrera, reforma Morella y la convierte en su cuartel general.
La leyenda de Cabrera está enmarcada por un suceso trágico. Para quebrar su ánimo y en represalia por los fusilamientos de los alcaldes de Torrecilla y Valdealgorfa, las tropas isabelinas fusilaron a su madre en 1836. Este hecho, lejos de desmoralizar al temible comandante, le llenó de ira hacia sus enemigos, que le apodaron el "Tigre del Maestrazgo". Pocos fueron los prisioneros que capturó en sus campañas.
Tras resistir un ferocísimo asedio en 1838, Morella quedó agujerada, pero Cabrera se alzó con la victoria. De poco sirvió, en agosto de 1939 la guerra estaba perdida. El general carlista Maroto había firmado la paz con el general Espartero. Los aguerridos ejércitos isabelinos del norte quedaron libres. Cabrera llevado por el odio y la venganza decidió ignorar esta capitulación y continuar peleando como gato panza arriba.
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En 1840, el victorioso ejército del general Espartero, de 44.000 hombres, abandonó sus cuarteles de invierno en las montañas del norte y marchó hacia Aragón. El reinado de Cabrera se acercaba a su fin.
La presión ejercida en las líneas de Cabrera fue descomunal. Con apenas 10.000 hombres fueron golpeados una y otra vez hasta que llegaron a Morella. Su guarnición fue masacrada en mayo cuando intentó romper el cerco para escapar.
Cabrera, enfermo y superado por la situación, cruzó el Ebro mientras los estampidos de la artillería isabelina perseguían al caudillo por toda Cataluña. Perdida Morella, su resitencia era imposible y entró en razón. El 6 de julio cruzó la frontera francesa hacia el exilio.
Hoy, la inmortal fortificación es Bien de Interés Cultural y su acceso se realiza desde el convento de San Francisco, construido en el siglo XIII. Al subir el escarpado camino, una estatua ecuestre del temido general carlista vigila a los curiosos durante su ascenso.