Miguel de Unamuno leyó en Palencia, en la casa de su hijo Fernando, el manifiesto de Miguel Primo de Rivera, capitán general de Cataluña, con el que justificaba el golpe de Estado perpetrado con el beneplácito del rey Alfonso XIII el 13 de septiembre de 1923. El catedrático y escritor estaba ocupado en redactar el epílogo a su poemario Teresa, y decidió incluir una "Despedida" convertida en alegato implacable contra los autores del texto. Los acusaba, pensando en el dictador, de "atolondrados mozos de canas, sin meollo en la sesera y obsesionados por la masculinidad física, por el erotismo de casino". Denunció también que "se ponen a jugar a la política como podrían ponerse a jugar al tresillo, henchidos de frivolidad castrense".
Fue la reacción instantánea del autor de Niebla a la proclamación del nuevo régimen, la "tiranía", el primer envite de un descarnado pulso que se libraría durante más de seis años. Como explican Colette y Jean-Claude Rabaté en Unamuno contra Primo de Rivera (Galaxia Gutenberg), se trató de la consecuencia última de un largo ciclo de disidencia con la vida política española, catalizada por el fracaso colonial de 1898 y atizada por la fiscalización continua de los dichos y hechos de la monarquía durante las dos primeras décadas del siglo XX.
Algo más de un mes más tarde, el escritor se mostraba abatido en una carta a un amigo catalán: "El Primo de Rivera ese no tiene más seso que una rana; es un prototipo de frivolidad y vanidad señoritil. No ambición, no, sino vanidad. Y los pobres calabacines que le rodean. Toda la tontería española está alzaprimada". A principios de noviembre agravó el retrato en otra misiva, disparando que el general andaluz es "un peliculero con menos juicio que un renacuajo" que ha abierto "un régimen inquisitorial de delaciones secretas y de persecuciones arbitrarias". "¡Me duele tanto España! Y cuanto más me duele más la quiero", confesaba.
Las críticas vertidas hacia el dictador en la prensa le valieron a Unamuno un confinamiento en la isla de Fuerteventura durante casi cuatro meses —se enteró de esta noticia por un tablero expuesto en la plaza Mayor de Salamanca—. Pero fue a partir de su llegada a París cuando el catedrático empezó su verdadera lucha contra la dictadura.
Un enfrentamiento quijotesco y de resistencia, como demuestran los Rabaté en su nuevo ensayo, que no fue la empresa solitaria de un hombre individualista. Aunque él se convirtió claramente en la voz de la resistencia a la tiranía y el adversario privilegiado del dictador, contó con dos voces imprescindibles más: las del escritor Vicente Blasco Ibáñez y la del olvidado Eduardo Ortega y Gasset, impulsores del llamado "comité revolucionario de París".
Censura feroz
Las asperezas entre ambos hombres se arrastraban desde finales de 1919. Unamuno había escrito en El Mercantil de Valencia un polémico artículo sobre las Juntas de Defensa de Infantería, acusando a su tocayo de querer expulsar del Ejército a veinticinco alumnos de la Escuela Superior de Guerra. Primo de Rivera hizo frente en una carta abierta al director a la acusación de "bárbaro criterio, absurdo, antipático, incivil e injusto concepto miliciano" vertida por el escritor, y diciendo que la expulsión era "corporativa".
El autor de San Manuel Bueno, mártir cosechó una rémora de insultos y descalificaciones para referirse en sus escritos al dictador: tonto (de capirote) y entontecido, frívolo, botarate, vanidoso, bullanguero, monigote, cretino, ciego, sordo perlático, mastuerzo, monstruoso crío, codicioso. También recurrió a la animalización: mono, carnero, loro, pavo real, rana, toro, caballo, semental, macho cabrío, etcétera. Aunque el de "Ganso Real" fue tal vez el apodo más famoso.
No obstante, el dictador no fue el único foco de los ataques del desterrado. Unamuno cultivó el término de "trío dictatorial" o "Augusta Trinidad", completada por el general Severiano Martínez Anido y el rey Alfonso XIII. Se cuenta que el militar dijo a una delegación de ateneístas que fueron a protestar contra la deportación del catedrático: "Yo cortaría varias cabezas de 'intelectuales' para que no molesten más. Si yo pudiera realizar mi programa, Unamuno no llegaría vivo a Fuerteventura". El escritor lo dibujó como un "cerdo epiléptico, sanguinario y rapaz" y el "verdugo mayor de España".
Unamuno ya sobresalió en los años previos al Directorio como férreo antimilitarista y antimonárquico, sobre todo por la neutralidad durante la Gran Guerra. Había denunciado la conducta "despótica y absolutista" de Alfonso XIII, pero sus críticas se radicalizaron en los años de la "tiranía": "Es tan malo como su bisabuelo Fernando VII pero es más Habsburgo que Borbón. Falso desde la corona hasta la suela de las botas de montar", le escribió al filósofo y compositor Pedro Múgica. "Su falta de sentido moral le hace parecer más tonto de lo que es, un imbécil ético y a la vez un abúlico voluntarioso", declaró a Indalecio Prieto.
Todos estos ataques trató de silenciarlos la maquinaria propagandística de Primo de Rivera, que se cimentó en tres palancas: una censura férrea, la redacción de sus Notas oficiosas y la compra de periódicos extranjeros. En Hendaya, los desterrados, y sobre todo Unamuno, fueron objeto de una vigilancia constante desde agosto de 1925 que ejerció el Directorio desde París a través de la figura del embajador, ayudados por policías y espías.
La infatigable acción de los exiliados se llevó a cabo gracias a un ceñudo trabajo de zapa a través de los diarios clandestinos, como España con honra, de la reproducción de los libelos y de cartas, ya que los discursos estaban mucho más controlados. Uno de los ejercicios de resistencia más feroces fue la violenta diatriba contra la tiranía firmada por Blasco Ibáñez en noviembre de 1924 en la que, reencarnado en Zola, declaró: "Yo, (...) por patriotismo, por la honra nacional, acuso a Alfonso XIII".
Miguel Primo de Rivera murió solo y repentinamente el 16 de marzo de 1930 en un hotel parisino. Dos días más tarde, Unamuno recibió un mensaje de la agencia United Press para que enviara un telegrama de cien palabras valorando el fallecimiento del general jerezano. Le bastaron sesenta, explicó durante un banquete en el teatro Principal de Zamora obsequiado por los republicanos: "El pájaro ha muerto y ya apagado cuanto daño se hizo. Y ahora, el señor que le trajo a este mundo lo condenará por cuantos males cometió en su vida".