La Edad Media, con sus luces y sus sombras, nunca deja de fascinarnos, y en los últimos meses se han publicado una serie de ensayos para acercarse a este periodo de forma novedosa. Katherine Harvey lo hace en Los fuegos de la lujuria (Ático de los Libros) derribando los mitos en torno a las relaciones sexuales; Ian Mortimer, en Guía para viajar en el tiempo a la Inglaterra medieval (Capitán Swing), enciende su máquina del tiempo para reconstruir la vida cotidiana de los ingleses del siglo XIV; y en Fémina (Ático de los Libros), Janina Ramírez presenta una serie de personajes femeninos fascinantes que sacuden la imagen tradicional de las mujeres medievales.
Para los apasionados de la guerra y la historia militar, el medievalista Federico Canaccini reconstruye ahora La Edad Media en 21 batallas (Pasado&Presente). Una obra que trenza un relato universal más allá de los choques célebres europeos de los Campos Cataláunicos, Poitiers, Hastings o Azincourt. Hubo en esta época episodios bélicos igual de brutales y relevantes en los valles hindúes, el mar de Japón, las heladas aguas del Báltico o en los desiertos de Arabia. El historiador los describe con destreza de cronista y haciendo hincapié en los procesos socioeconómicos, políticos y religiosos que explican todos estos conflictos.
Badr (624)
Fue la primera batalla importante que consagró como caudillo político y militar a un conductor de caravanas analfabeto llamado Mahoma y que afirmaba escuchar la voz de Dios, de Alá. Se libró en marzo de 624, en una ciudad al suroeste de Medina, en la ruta de los transportes que conducía de La Meca hacia Siria.
El Profeta demostró ser un hábil estratega al tender una trampa a un contingente sustancial de 1.300 hombres bajo el mando del jefe de los coraisíes, Abu Giahl, que acabaría perdiendo la vida: después de cegar numerosos pozos de agua, Mahoma colocó a sus 700 partidarios en una colina, cerca del único que decidió no tapar. Desde lo alto, arrollaron al enemigo bajo una lluvia de flechas, manteniendo en todo momento el orden.
Según el Corán, Mahoma tuvo una visión que garantizaba la victoria a los musulmanes gracias a una repentina y providencial tormenta de arena. El propio Profeta siguió las hostilidades desde la retaguardia, resguardado y rezando en una choza. En cierto momento, emergió de debajo de los cañizos, agarró varias piedras y las arrojó en dirección al enemigo, gritando: "¡Malditas sean esas caras!". Pero el libro sagrado del islam refuerza esa intervención divina: "No los matasteis vosotros en Badr, sino que Dios los mató; no arrojaste tú el polvo contra ellos, sino Dios".
"Se trata pues —escribe Federico Canaccini— de una victoria que proviene del Cielo y la que cimenta la victoria, la umma y el liderazgo de Mahoma que derrotó a un ejército tres veces superior al suyo y que, gracias a su prestigio, también reveló las modalidades de distribución del botín de guerra: sus seguidores se lo repartieron en partes iguales entre todos los hombres, tanto si habían combatido como si habían permanecido de guardia".
Talas (751)
Con la primera luz del alba de un día de verano del año 751, en algún lugar del río Talas, en Kirguistán, el brillante general Ziyad Ben Salih, tras cumplir con la oración, reunió a sus comandantes y celebró un consejo de guerra para perfilar las últimas instrucciones. Poco después, al estallido de un estruendo de trompetas y tambores, el numeroso ejército abasí, reforzado por tropas tibetanas, lanzó la primera carga contra su enemigo. Al otro lado del campo de batalla se encontraba un contingente chino de unos 30.000 hombres liderado por Gao Xianzhi: su objetivo era defender los territorios occidentales de la dinastía Tang.
Tras un primer pulso saldado con tablas, el enfrentamiento se reanudó al día siguiente y se prolongó entre fases alternas durante cuatro jornadas, con ataques, contraataques y retiradas de ambos bandos. Al quinto día, se produjo "una traición vergonzosa", según las fuentes chinas. Los mercenarios carlucos, unidades de miles de arqueros a caballo de origen turco, empezaron a atacar la retaguardia de su propio ejército. La caballería pesada árabe irrumpió y causó estragos entre las filas de Gao en medio del desconcierto. El resultado del choque fijó la extrema frontera de la expansión islámica hacia el este: ningún ejército chino volvería a cruzar ese límite.
"La batalla de Talas tuvo colosales consecuencias en la historia medieval asiática, islámica pero también europea, desde un punto de vista religioso y político, así como técnico-científico", resume el medievalista. El islam se impuso en detrimento del budismo, el cristianismo nestoriano, el maniqueísmo y las regiones chamánicas que se practicaban en la región desde hacía siglos. Los califas rechazaron lanzar expansiones ulteriores pese a las crisis que sacudieron a los soberanos chinos y a pesar de disponer de más recursos.
Centenares de hombres de los departamentos de logística Tang cayeron en manos enemigas. Entre ello se contabilizaban artesanos, algunos especializados en la fabricación del papel, el soporte de escritura más extendido en China y cuyo método de elaboración no era aún conocido ni entre los árabes ni entre los occidentales, que utilizaban el pergamino. "Si el secreto les fue extorsionado a los prisioneros chinos capturados en Talas o si, por el contrario, los árabes aprendieron cómo hacerlo una vez llegaron a esos territorios donde se fabricaba, sigue siendo un interrogante abierto", recuerda el autor.
Peipus (1242)
Al amanecer del sábado 5 de abril de 1242, a orillas del lago Peipus, también conocido como el lago Chud, las tropas de Alejandro Nevski, príncipe de Nóvgorod y Pskov, derrotaron a un ejército católico de unos 4.000 hombres entre cruzados alemanes, daneses y estonios bajo el mando del obispo de Tartu. Esta victoria ocupa un lugar destacado en la conciencia nacional rusa porque constituye el episodio central de Alejandro Nevski (1938), la gran película patriótica de Serguéi Eisenstein que durante la guerra contra Hitler —los caballeros teutónicos serían una suerte de precursores de las SS nazis— vieron millones de personas en la Unión Soviética.
Quizá sea la batalla más popular y conocida de esta lista, pero merece la pena su inclusión para desmitificar, una vez más, las imágenes que proyecta el cine de los hechos históricos. Fue un clara victoria rusa, también favorecida según los cronistas por mediación divina y los santos ortodoxos, y una derrota convertida en masacre para el contingente de monjes guerreros que veían en Nóvgorod una nueva Jerusalén, una tierra que debía ser liberada de los infieles.
Pero lo cierto es que el episodio más famoso, el del hielo del lago que cede bajo el peso de los caballeros teutónicos fuertemente armados, es apócrifo: no está recogido en las narraciones contemporáneas y solo aparece a partir de la canonización de Alejandro Nevski por la Iglesia rusa a mediados del siglo XVI. "Se trata, al fin y al cabo, de una analogía con el castigo infligido por Dios a los egipcios, arrastrados por las aguas del mar Rojo a través del que el Pueblo Elegido pasó ileso", describe Canaccini.
En el plano estrictamente histórico, la cruzada contra Nóvgorod se detuvo de inmediato tras la batalla del lago Peipus y favoreció un acercamiento diplomático del bando católico con los rusos y ortodoxos, propugnado por el nuevo pontífice Inocencio IV.
Ayn Yalut (1260)
En el valle de Terebinto, donde se suponía que el rey David había matado al gigante Goliat, tuvo lugar el 3 de septiembre de 1260 otro enfrentamiento que se resolvió con un triunfo del pequeño frente al grande. En Ayn Yalut, "el pozo de Goliat", un ejército de mamelucos egipcios liderado por el general Baibars, un guerrero de origen kipchak procedente de las estepas del sur de Rusia, frente a un contingente de unos 30.000 soldados del Imperio mongol que al mando del adalid nestoriano Kitbogha debía defender el reino recién conquistado.
Fue "un auténtico laberinto de espejos", un choque de civilizaciones —mamelucos apoyados por cruzados cristianos y tropas islámicas frente a mongoles que también tenían cristianos soldados cristianos en sus filas que perseguían la cabeza de sultán— que marcó un punto de inflexión frenando el avance mongol —perdieron la oportunidad de ocupar todo Oriente Medio— y así es celebrado en la historia islámica.
"La victoria selyúcida en Ayn Yalut ["el pozo de Goliat"] impulsó al kan de Persia a reconocer el islam y convenció a los cristianos de que quizá los mongoles, hasta entonces invencibles, no eran en el fondo tan valiosos como aliados potenciales contra el enemigo islámico", resume el medievalista. "Por otra parte, el 'aliado mameluco', tras esa victoria, volvió a su antigua política en lo que se refiere a los estados cruzados: ya en 1263, Baibars atacó Acre, donde había acampado con permiso cristiano. Durante una década, la acción militar contra los restos de los estados cruzados fue implacable y, a finales de 1271, Arqa, Arsuf, Safed, Jafa, Beaufort, el famoso Crak de los Caballeros y Antioquía habían vuelto a manos islámicas".
Cortrique (1302)
Roberto de Artois, un famoso comandante francés que gozaba de gran prestigio en el campo de batalla, apareció a lo lejos con un ejército de caballeros que estaba considerado el mejor de la época. Los soldados galos sitiados en el castillo de Cortrique al fin respiraban: los rebeldes flamencos no tenían nada que hacer ante la embestida de contingente que sumaba unos 3.000 jinetes de noble cuna. En el bando belga, no alcanzaban ni el medio centenar. El resto eran carniceros, artesanos, tejedores, bataneros y plebeyos apenas armados con un corsé de placas metálicas, con suerte alguno llevaba cota de malla y caso de hierro.
Pero el 11 de julio de 1302, en la llanura de Groninga, la regla que calculaba que 100 hombres a caballo valían por 1.000 a pie dejó de tener sentido. Un ejército de infantería derrotó al acorazado de la época, la caballería pesada de Felipe IV el Hermoso, empujados con una maraña de picas a una zanja de drenaje. Los Anales de Gante sintetizaron así el resultado de la batalla: "La belleza y la fuerza de ese gran ejército de Francia fue arrojado a un pozo de estiércol, y la gloria de los franceses convertida en estiércol y gusanos".
En la iglesia de Notre-Dame de Cortrique, en agradecimiento a la Virgen y como símbolo de victoria, se colgaron más de 500 pares de espuelas, muchas de ellas fundidas en oro, que pasaron a simbolizar la derrota de los poderosos caballeros galos y el triunfo de la infantería flamenca. "Después de Cortrique, la historia no volvería a ser la misma", escribe Canaccini. En solo tres horas de combates, la plurisecular supremacía de la caballería pesada quedó borrada del mapa.