Carlos Sobera: "Cuando asesinaron a Miguel Ángel Blanco me eché a llorar, fue una hostia tremenda"
"No estamos explicando bien a las nuevas generaciones el tremendo sufrimiento que causó ETA" / "El euskera es muy difícil de aprender, pero no corre ningún riesgo de desaparecer" / "Los vascos hemos espabilado mucho. Ya no hay diferencias a la hora de ligar con el resto de españoles".
21 abril, 2024 03:03No vamos a acabar en el jacuzzi, pero saldremos de esta conversación como si de veras nos conociéramos. Hemos venido a encontrar la complicidad de Carlos Sobera (Baracaldo, 1960) con gran parte del trabajo hecho; habiendo leído el libro autobiográfico que acaba de publicar: A contracorriente (Espasa).
Creíamos saber muchas cosas de él: los concursos que ha presentado, la cobra a Elsa Pataky en Al salir de clase por la que todavía le llaman loco, las anécdotas de First Dates, las obras de teatro preferidas. Pero no sabíamos lo verdaderamente importante: las coordenadas emocionales de esa electricidad que levanta su ceja cada día. Tampoco esa eficacia barojiana con la que escribe.
Esta charla, que sucede en la azotea vacía de un edificio, consiste en eso: en que el entrevistado vaya desprendiéndose de sus recuerdos y los vaya colocando en la habitación. Igual que cuando se amuebla la casa de una vida. Esto aquí, esto allá.
"¡Joder, qué vistas! Me vendría a vivir, aunque tiene que costar un pastón". La última planta de Planeta, vacía, es una cristalera desde la que vemos todo Madrid. Aunque la idea es que miremos mucho más lejos, hasta Euskadi, donde hoy se vota y donde Sobera vivió hasta los 35. El hombre es indisociable del entorno. Por eso hablaremos de sus padres, de su barrio, de sus trabajos... Pero también del franquismo, de ETA, de la Transición.
Sobera es un vasco de corazón abierto. Cálido, cariñoso y con una broma todo el tiempo a punto de caer de su bolsillo. Eso lo pone todo más fácil. No le gusta el pescado, no sabe nadar, no bebe kailmotxo. "¡Soy el antiprototipo del vasco! ¡Qué horror!". Pero lo que más nos interesa es su manera de narrar, tan desnuda como en aquel casting en que le pidieron que se quedara en pelotas... y no le llamaron. Nosotros, Sobera, volveremos a llamarte.
Nació en casa, no había agua corriente. Su madre, Asun, 97 años y de cabeza despierta, vive para atestiguarlo. Eran esos días en que las abuelas iban siempre de negro y los curas repartían hostias sin consagrar.
Sobera fue gordito y le pegaron. Sobera creció y se defendió pegando. Hasta que se empezó a quedar solo y no pegó más. Sobera se deprimía en aquel Baracaldo gris. Sobera estaba hasta el gorro del poteo, de ir sólo con chicos. Sobera descubrió el teatro gracias a las obras completas de Lorca que tenía su hermana. Sobera hizo Derecho y estudió dos años de oposiciones para notario. Sobera recibió una beca para ser juez, pero la rechazó.
Soñaba con ser actor y presentador, pero no se atrevía. Soñaba con hacer carrera en Madrid, pero tampoco se atrevía. El día que, por fin, se atrevió se estaba despidiendo de una amiga en un bar. Anunciaron por la tele que habían asesinado a Miguel Ángel Blanco. Él y ella se echaron a llorar.
Nos fijamos bien en sus ojos. Ahora, cuando lo cuenta, también asoma una lágrima. Se le enrojecen los ojos. Sobera quiere mirar hacia delante, pero contando a su hija y a los que vienen lo que pasó.
Todo esto fue lo que le pasó a él. Esta es la vida de un vasco cualquiera al que todos conocemos.
Hablemos de Euskadi, Carlos.
¡Hablemos de Euskadi! [lo dice con la ceja levantada y como si se hubiera encendido la luz roja del directo].
Nos resultas tan familiar, has estado tanto tiempo dentro de nuestras casas, que muchos pensamos que llevas toda la vida en Madrid, pero leo que viviste en Bilbao hasta los 35.
Hasta que no cumpla los setenta, habré vivido más tiempo en Euskadi que en Madrid. Me faltan siete para empatar. Aún hay ventaja para Euskadi.
¿Qué es Euskadi?
Euskadi es hoy un lugar maravilloso para vivir, un sitio estupendo para aspirar a ser feliz. Aunque a mí me tocó el Euskadi de los sesenta, setenta, ochenta… que no tiene mucho que ver con el de ahora. En el País Vasco se puede aspirar, como en cualquier otro sitio, a tener una vida plena. Insisto en lo de “hoy en día”.
Te lo preguntaba porque decía Cioran que, en algunos lugares de España, nos hacemos sobre los territorios las preguntas que la mayoría de europeos reserva para el misterio de la vida: ¿qué es? ¿de dónde viene? ¿qué significa?
En Euskadi pasa eso, es verdad. Respondiendo a todas esas preguntas... Euskadi ha cambiado de concepto muchas veces en los últimos veinticinco años. Y creo que para bien.
Tú empezaste en esto del espectáculo gracias en parte a Koldo Anasagasti. Su hermano Iñaki me decía el otro día: “Hemos ido superando prejuicios. El candidato del PNV viene de Burgos y el Athletic gana gracias a dos negros”.
¡Joder! ¡Sí que dio un buen titular el amigo Anasagasti! En este tiempo de lo políticamente correcto, esas frases entrañan un gran peligro para el autor cuando se publican en un periódico. Creo entender lo que quiso decir Anasagasti. Y me parece un cambio a mejor. Me parece estupendo que sea así.
No eres un vasco prototípico: no te gustan la lluvia ni el pescado, y creo que tampoco el 'kalimotxo'.
¡Y no sé nadar! Soy el antiprototipo vasco por excelencia. Recuerdo que, cuando tenía treinta años, me fui de crucero con la que entonces era mi mujer. Estábamos en Grecia. Se levantó un gran viento. Vino el camarero a ofrecer pescado para cenar. Yo no quise pescado y pedí una manta porque tenía un frío terrible.
Luego, cuando la gente que estaba allí quedó para ir a la piscina al día siguiente y respondí que no sabía nadar, me dijeron: “Joder, ¿pero tú no eras de Bilbao?”. ¡Tampoco sé cocinar! Mi lista de rasgos antiprototípicos vascos es infinita. Soy un horror.
Y no hablas una palabra de euskera.
Bueno, una palabra… [bromea] Pero eso es fruto de la educación y del momento que me tocó vivir. En el colegio no se enseñaba el euskera, estaba prohibidísimo, y en casa no se hablaba porque mi familia es casi toda de Burgos: mis padres, mis abuelos, mis bisabuelos, mis tatarabuelos… Aunque son de la zona limítrofe con Vizcaya y eso se nota porque “Sobera” es una palabra euskalduna.
¿Qué significa?
“De sobra”.
Muy de Bilbao.
¡De sobra! ¡Voy sobrao! [se parte de risa].
¡Pero fuiste guionista de un programa en euskera en la EITB! Qué absoluta maravilla. Aparte de estar detrás de las cámaras y gritar “aúpa, aúpa”, ¿cómo narices te las apañabas?
Si no sabes euskera, no tienes ni idea de lo que se está hablando. No es como el inglés o el francés. Era una situación surrealista. El programa se llamaba Boulevard y lo presentaba Anne Igartiburu. Se entrevistaba a grandes estrellas como Peter O’Toole, Catherine Deneuve…
Nosotros escribíamos el guion en castellano, había quien lo traducía al euskera y con la escaleta y el guion íbamos siguiendo las entrevistas que hacía Anne.
Hombre, “siguiendo” es mucho decir.
Estábamos en el control al lado del director, que era Koldo Anasagasti. Pero... ¡No teníamos ningún control sobre la situación! "¿Qué ha preguntado? ¡Yo qué sé! Pero, ¿Anne está siguiendo el guion? ¡Pues lo estará siguiendo! ¿Cómo vamos de tiempo? ¡Y yo qué coño sé, si no sé por dónde vamos!".
Como mi compañero y yo hablábamos algo de inglés, nos orientábamos por lo que respondían los entrevistados. Menos mal que Koldo era un tipo experimentado y no necesitaba mucho de nuestra ayuda.
Fue más perjudicial para tu carrera que casi mataras a Catherine Deneuve que el hecho de no saber euskera siendo el guionista de un programa en euskera.
Cada vez que me acuerdo… ¡Deneuve era una musa en aquel momento! Me insultó tanto que dejó de serlo. Extravié el cariño.
La llevabas del brazo.
Sí, estaba guionizado. Yo debía llevarla del brazo hasta el plató. Como buena diva francesa, tenía la mirada en ristre. Miraba al frente. Ni a mí, ni a derecha ni a izquierda. Tampoco, por supuesto, al suelo.
Las puertas de los platós son metálicas, enormes. Tienen un marco de varios centímetros por abajo. Yo estaba muy nervioso, muy emocionado. Sólo la miraba a ella. Deneuve iba un pasito por delante de mí. Sólo un pasito. Estas cosas de las divas. Ese pasito me salvó a mí...
Y la descoyuntó a ella.
Tropezó con ese marco inferior de la puerta. Se metió una galleta de impresión. Pensé: “Aquí se ha acabado mi carrera”.
"El euskera es un idioma muy difícil de aprender, pero no corre el riesgo de desaparecer"
La política lingüística de la EITB impedía entonces el rodaje de ficción en castellano. Por eso, en parte, comenzaste a presentar concursos.
Fue así. Era imposible que yo trabajara como actor. Luego aquello cambió y EITB abrió la mano a la ficción en castellano. Pero tardó tiempo, ¿eh? Quizá hasta principios de los 2000. Koldo Anasagasti, que me tuvo como “no-guionista” en el programa del que hablábamos, me llevó a un casting para presentar un concurso.
Uno de los mayores temores del nacionalismo es una posible desaparición del euskera. Tú, Sobera, serás soberanista, supongo.
Oye, ¡bonito juego de palabras! Yo soy respetuoso, que a mi edad es bastante. El euskera es un idioma muy difícil de aprender, pero no creo que corra el riesgo de desaparecer. No existe ese peligro porque la educación cambió mucho en Euskadi. El 90% de los críos habla euskera perfectamente.
Estuve en Sevilla viendo la final de Copa. Todos los chavales que se me acercaban para pedirme una foto lo hacían en euskera. Con esta figura que luzco, debieron de pensar que era jugador del Athletic.
Tienes el pelo blanco, pero no eres tan mayor como para haber nacido en casa. ¡Qué barbaridad el Baracaldo de los sesenta!
Debo de ser de los últimos que nacieron en casa. Algunos amigos íntimos del colegio sólo un año más pequeños que yo ya nacieron en el hospital de Cruces, en Baracaldo. Iñaki Williams nació en Cruces, también es baracaldés. Nací en casa de mis padres y crecí en la habitación donde mi madre me dio a luz. ¡Estuve en el mismo recinto muchos años!
Teniendo dos o tres años, tu madre te dejó solo en casa para poder ir ella a coger agua potable de una fuente. Lo pensarás ahora y te parecerá increíble, pero lo más bonito es que tu madre todavía vive para pensar que, efectivamente, es increíble.
Es increíble y precioso. Mi madre va a cumplir 97 años el 25 de mayo.
¿Qué tal está Asun?
Está perfecta. Tiene algún problema en las rodillas, aunque sigue saliendo a andar. La cabeza, que es lo importante, la tiene de maravilla. Mi padre murió con alzhéimer. Es una delicia que esté así. Me da una razón para la esperanza. Espero seguir su línea y llegar a los noventa y pico de esa manera.
Era aquel Baracaldo un lugar gris, industrial, tan negro como los vestidos que siempre llevaba tu abuela. Ahora ha cambiado mucho. Tú, con ocho años, sufriste una especie de depresión y tienes claro que era por aquel entorno tan oscuro.
Los psicólogos y los psiquiatras hablan de “ataques de ansiedad” o de “ataques de pánico”, pero también de “bolo histérico”. Lo llaman así porque, de pronto, sientes una gran dificultad para tragar. Me pasó por primera vez con siete u ocho años, dando un paseo con mis padres por Baracaldo.
Pongámonos en situación: un lugar gris, industrial, con las fachadas negras de contaminación y esas farolas de 125, que daban tan poca luz… Muy poco comercio, muy poco escaparate, muy poca alegría. Me entró un ataque de angustia. Cuando llegué a casa, mi madre me puso un solomillo, que me encantaba. No pude comer. Se me atragantaba. Años después, me volvió a pasar. Fui al médico y me explicó lo del “bolo histérico”. Eso de no poder tragar fue un trauma para mí.
Entre los vascos de tu generación, son muy importantes los curas. Fueron piezas clave para casi todo lo bueno y lo malo: en los colegios, en el arte, en la música, en el terrorismo. Todo estaba lleno de curas. Baroja hablaba de la “cleromilitarina”.
Es verdad. Me crié entre curas. Primero con los paúles; luego en Deusto, una universidad de curas… Había curas por todas partes. El hombre que me enseñó el lenguaje del teatro y me animó a formar una compañía era un cura.
Siempre he tenido respecto a los curas un sentimiento contradictorio: una mezcla de confianza y temor. Había curas que me inspiraban confianza y había curas que me obligaban a cambiar de acera.
¿El que ideó un sistema de tarjetas para organizar las leches que os pegaba era cura?
No, ¡justo ese era laico! Nos pegaba una leche si fallábamos. Al acertar, nos daba, en cambio, una tarjeta para que luego, si fallábamos, pudiéramos mostrarla y librarnos del golpe.
Intentaste corromper a aquel gran maestro llevándole un par de cajas de sellos porque era coleccionista. Querías que te regalara un montón de esas tarjetas para librarte de los golpes para siempre.
En mi cabeza, era una jugada perfecta, pero sólo me dio diez tarjetas. ¡No me duraron nada!
Fuiste un proyecto de corruptor. Oye, Koldo es de Baracaldo y tiene algunos años menos que tú. ¡A ver si aprendió de ti!
De mí no creo, pero quizá tuviera el mismo profesor y aprendiera a ser corrupto por su cuenta con esas tarjetas. Luego parece que decidió utilizar materiales más... complejos.
"Tengo respecto a los curas un sentimiento contradictorio, una mezcla de confianza y temor"
Más curas. Hablemos de uno infernal y de otro celestial.
Recuerdo al padre Agustín, al que llamaban “Jonny”, por el pistolero. Tenía una habilidad tremenda para coger a los alumnos por las patillas y levantarlos medio palmo del suelo. A mí nunca me tocó. Veía cómo mis compañeros ponían las manos sobre las de Jonny para ver si conseguían amortiguar la alzada, pero era imposible. Jonnny era el último recurso. Cuando las cosas se torcían demasiado, llamaban a Jonny.
El cura celestial debe ser, sin duda, Erramun Aizpiri, al que siempre llamaste “aita”. Gracias a aquel cura aprendiste a hacer teatro.
Su padre había sido actor en Hollywood. Sentía una pasión tremenda por el teatro, probablemente heredada. Don Erramun Aizpiri era muy liberal, estaba siempre en el límite entre el bien y el mal, entre soy cura y dejo de ser cura.
¿Hablas de mujeres?
De todo en general. Era muy cómplice con nosotros, nos entendía a la perfección. Era un poquito antisistema. Con esa edad que teníamos, nos encantaba estar cerca de él. Tenía un alma de artista brutal. Escribía de vez en cuando, no sé qué habrá sido de sus papeles.
Eran muy violentos aquellos colegios, en Euskadi y en toda España. La violencia era una especie de habilidad para la supervivencia. Fuiste un niño gordito que recibió muchos golpes hasta que, de pronto, te viste encima de otro chaval ganándote el respeto. Y empezaste a repartir tú. El bullying –no lo llamas así porque no existía como tal– deja huella. Llama la atención lo gráficos que son algunos de tus recuerdos del colegio.
Los niños reaccionan de manera muy elemental: ojo por ojo y diente por diente. Llega un momento en que has encajado tantos tortazos que la vida te obliga a dar ese paso. Pero, cuando lo das y vives el efecto en los demás que viviste antes en ti, te das cuenta de que no se repara el daño que sufriste. No te consuela. Sólo es violencia que lleva a violencia. Lo vi claro gracias a algo que me pasó en un campamento. Dejé de pegar para siempre.
Cuenta.
Los chavales que me sufrían se unieron entre ellos para hacer fuerza y me hicieron el vacío. Con ese ostracismo al que me sometieron me di cuenta de que mi lugar era equivocado. Pegué muy poco tiempo, quizá un par de meses. No era lo mío. A veces te lo enseñan en casa, a veces no. A veces tienes una experiencia que te ayuda a darte cuenta, a veces no. Yo tuve esa suerte.
Oye, tengo la sensación de que, en contra de la tónica de aquella época, no fuiste un joven demasiado revolucionario. De hecho, dices sobre el Che que nunca le viste aura de Dios. No lo llevabas en la camiseta como tantos otros.
No fui en absoluto un chaval revolucionario. Había represión en aquellos finales de los setenta. Sobre todo en las fábricas. Yo vivía en una zona industrial. He visto a la policía nacional entrar por ambos lados de una calle, taponar las salidas y repartir estopa como si no hubiera un mañana.
Fui educado en un sistema represivo, también de emociones. En casa no sufrí problemas que me llevaran a pensar más allá. Y no fui revolucionario, aunque sí leí sobre las revoluciones. Soy crítico con todo, tiendo a ponderar. Eso hace difícil creer en la revolución.
¿Alguna pasión política de aquellos años finales del régimen y del inicio de la Democracia? Más allá del deseo de libertad.
Tuve la ilusión de la democracia. No fue una pasión política porque no tuve relación con partidos políticos. En el colegio, había compañeros que pertenecían al universo del PNV o de Batasuna. Yo tenía la ilusión por eso que llamaban “el cambio”, por las elecciones…
Tuve la fortuna de cumplir los 18 en el 78, cuando se aprobó la Constitución. Me tocó votarla. Cumplí en agosto y se votó en diciembre. Eso es como ser del Athletic y ganar la Copa.
Tampoco caíste en manos de lo que iba siendo el embrión de ETA, donde sí cayeron un montón de chavales vascos de tu generación.
Con 18 o 19 años, recuerdo que me impactó mucho enterarme de que un compañero de colegio había sido detenido por colaborar con ETA. En Deusto había un ambiente un poco antisistema, más contra las normas de la universidad que contra las cosas de fuera. Porque Deusto era un lugar muy serio.
Cuando estuve en Leioa… ahí sí fue consciente de la tremenda politización y radicalización que atravesaba Euskadi. Muchos alumnos y muchos profesores eran partidarios de Herri Batasuna. Algunos incluso defendían las ideas de ETA. Había manifestaciones, encadenamientos en las puertas… Viví la primera entrada de la Ertzaintza en la UPV.
¿Qué tal te manejaste en ese ambiente sin compartir la ideología 'abertzale'?
La universidad estaba dividida como lo estaba la propia sociedad vasca. Había gente que creía profundamente en la Democracia y gente que no. Había nacionalistas demócratas que votaban al PNV o a Eusko Alkartasuna y había nacionalistas abertzales.
Había algunas facultades que sobrevivían a la politización. Creo que, por encima de todo, existía cierto sentimiento universitario que empujaba al respeto. O por lo menos había más respeto que en otros ámbitos de la sociedad vasca.
"ETA no sirvió más que para sembrar miedo, muerte y dolor"
Escribes: “Los mayores cobardes que se han conocido, los de ETA”. No has querido dejar fuera del libro el asunto del terrorismo. Una cosa es superar el terror y otra olvidar lo que sucedió. ¿Tienes la sensación de que buena parte de la sociedad vasca está olvidando demasiado rápido?
La gente joven, sin duda. Pero no es olvido, sino falta de conocimiento. Porque muchos no lo vivieron. Cuando una sociedad supera algo tan sangrante, se impone la necesidad de pasar página. Es obvio y comprensible. Pero una consecuencia de ese correr de la página es que a las nuevas generaciones no les hemos explicado bien el tremendo sufrimiento que causó ETA.
Es necesario conocerlo para no repetirlo. Todo aquello no nos llevó a ningún sitio bueno. Hoy, hay grandes diferencias de opinión, pero el sistema funciona. ETA no sirvió para nada, más que para sembrar miedo, muerte y dolor.
¿Le cuentas a tu hija?
A mi hija le pasa en Madrid lo mismo que a mis sobrinos hace unos añitos en Bilbao. Les ocurre con esto y con otras cosas. Pregunta a los chavales por la Transición: no tienen ni idea de lo que es. Conviene superar etapas, pero desde el conocimiento y el entendimiento; no desde el olvido, la apatía o la ignorancia.
Cuando terminaste Derecho, estuviste a punto de aceptar una beca del gobierno vasco para ser juez. La contraprestación era que, acabada la oposición, te quedaras a trabajar en Euskadi. Nadie lo hacía por el peligro que suponía. “Olía a muerte en mi tierra”, escribes.
Es una verdad absoluta. También he escrito el asesinato de uno de mis profesores de Derecho Penal, José María Lidón. Lo mataron a la salida del garaje de su casa. Me impactó mucho. El único delito que había cometido era ser juez sin escolta. La gente que se dedicaba a la judicatura no quería quedarse en Euskadi. Tenían miedo de que los mataran.
Lo viví y crecí con eso. A mí no me tocó personalmente, pero afectó a la sociedad en la que yo estaba. Eso deja algo, impregna. No conviene olvidar. Sin odios y sin rencores, pero dejando las cosas claras.
Estabas hablando con una amiga del futuro, de tus ganas de ir a vivir a Madrid, pero viste en la tele del bar la noticia del asesinato de Miguel Ángel Blanco y te echaste a llorar. Tú eras un chaval que estrenaba una vida y a aquel otro chaval se la habían arrebatado.
Estaba con Alicia San Juan, que era mi compañera de curro en ese momento. Nos entró una llorera tremenda. El secuestro de Miguel Ángel Blanco fue traumático. Tanto como para que, por primera vez, toda la sociedad se echara a la calle a ofrecer su nuca a ETA. La gente decía: “Que me maten a mí también”.
Todos teníamos la esperanza de que lo liberaran. Ese juego de alta política de “yo soy Estado y no puedo ceder ante ETA”… Quedaba fuera de nuestro pensamiento. Pensábamos: “Es un chaval como nosotros, no ha hecho nada, es inocente, está secuestrado. No puede pasar. Es imposible que pase”. A nadie le cabía en la cabeza que pudiera pasar. Y pasó.
Cuando pasa, es una hostia de una magnitud impresionante para toda la sociedad. Un golpe de revés, un golpe de realidad que nos descolocó y nos dejó fuera de sitio durante mucho tiempo. Por eso las lágrimas, las protestas… Fue terrible. Ya eran los años noventa. Había una gran intensidad informativa. Se retransmitían los partidos de fútbol a todo color y con las repeticiones a cámara lenta. La repercusión de las cosas ya era mucho mayor.
No sabía que estuviste dos años estudiando para notario. Fue duro, pero te enseñó a memorizar textos muy largos, ¿no?
[Suelta una parrafada en latín que no somos capaces de transcribir] Y así podría seguir, con los latinajos, un buen rato. Me enseñó disciplina, que es muy importante para un actor. Aprendí a memorizar textos largos. Aprendí trucos mnemotécnicos.
Has dejado por escrito que no es un tópico: todavía en Euskadi van por un lado las cuadrillas de chicos y las cuadrillas de chicas. Lo llevabas fatal.
Yo lo llevaba fatal, sí. Quería ligar por lo civil y por lo criminal. El rollo del poteo, del txoko, de ir en grupo… No me interesaba un pimiento. Pero creo que eso ya está cambiando.
Dices que viviste de chaval continuamente intentando “traicionar esa costumbre endémica del vasco”. Eras como una especie de concursante de First Dates mucho antes de que se creara el programa.
Sí, ¡fui un visionario! ¿Sabes la canción de “un inglés vino a Bilbao”? Debió de pasar el inglés, me vio a mí desesperado y se inventó el formato para que pudiera ligar en alguna parte. Era un chaval muy social. Para mí, lo de las chicas era esencial. Con 16 o 17 años, necesitaba echar un cigarrillo con una chica.
Si te sentáramos en un diván, encontraríamos en esa frustración la razón de tu puesto de trabajo actual: presentador de un programa de citas.
No te quepa la menor duda. Un psicólogo me diría: “Así has acabado tú”.
Conviene un ‘First Dates’ Euskadi. ¿Cómo te lo imaginas?
Sería muy fácil de hacer. Tendría éxito porque a First Dates vienen muchos vascos, ¿eh? Habría que hacerlo dando unas indicaciones previas para que los chicotes no sean demasiado brutos y las chicotas no sean demasiado cortantes. En Euskadi somos de “oye, cago en la leche, no me jodas”. Creo que lo pasaríamos muy bien.
¿Qué tal los vascos que pasan por el programa? ¿Se han puesto a tono? ¿Ligan mejor o peor que el resto de los españoles?
No noto apenas diferencias. Los vascos hemos espabilado mucho en las últimas tres décadas. Se nota en los chavales jóvenes. Saben latín aunque no lo hayan estudiado. Se les da bien.
¿Cuáles son las habilidades más genuinas del vasco para ligar?
El vasco es muy echado para delante. Se nota en muchos ámbitos de la vida, por ejemplo el de la empresa. Nos atrevemos a hacer cosas nuevas, a arriesgar. En el deporte, jugamos de cara al Madrid y al Barça aunque perdamos. Algunos piensan que esa actitud es de chulos o de farrucos, pero en absoluto. Es una actitud de querer hacer cosas. “Venga, pues claro que sí, ¡joder!”. Ojalá esa actitud fuera transversal a todos.
Es muy recomendable para tus concursantes el libro que has escrito porque pueden encontrar en él cierta venganza: confiesas tus éxitos y fracasos amorosos. También las pasaste canutas. Le caías fatal a tu ahora mujer cuando os conocisteis.
Para mí que ella me ha mentido siempre sobre esto. Veinte años después sigue diciendo que yo no le gustaba nada y que le caía fatal cuando me conoció. Pero yo le digo: “Joder, si nos enamoramos casi en cuanto nos conocimos”. No puede ser verdad.
Una de las cosas más divertidas de los españoles es nuestra incapacidad en ocasiones para distinguir realidad y ficción. Una chica te pidió que le presentaras a tus hijos de “Al salir de clase”, como si fueran de verdad. Y todavía te llaman psicópata por haberle hecho una cobra a Elsa Pataky.
Es curioso, ¿eh? La gente se tomó terriblemente en serio lo de Elsa Pataky. Me decían por la calle: “¡Tú eres tonto!”. Hice la cobra porque en el guion ponía: “Eduardo hace la cobra”. Si no, ¡de qué voy a hacerle la cobra!
Pero me impactó mucho lo otro que mencionas. Iba yo a casa de mis padres, en Baracaldo, y notaba que me seguía una chica de doce o trece años. En la puerta, me preguntó: “Oye, ¿puedo subir a conocer a tus hijos?”. Creía que mis hijos en la serie también lo eran en la realidad. Algunos actores que hacen de malos en las series de éxito reciben insultos por la calle: “¡Deja de hacerle daño, miserable!”.
Noto en tu libro cierta acidez sobre cómo está abordando la política el tema de ligar en relación al feminismo: los piropos, la ley del sólo sí es sí, el lenguaje inclusivo. Haces muchas bromas sobre eso.
Sí. Hay que naturalizar mucho más las cosas. Creo en el fondo de eso que mencionas, pero nos la estamos cogiendo con papel de fumar en la manera de abordarlo. Pienso que no deberíamos ser tan quisquillosos y que deberíamos centrarnos en la esencia de lo importante: la igualdad entre hombres y mujeres, la educación, el respeto.
¿Qué ha mejorado y qué ha empeorado en líneas generales en el arte de ligar?
Los hombres que han sido torpes ligando lo van a ser toda su vida. Y las mujeres lo mismo. Hay hombres que pueden parecer acosadores, pero que en realidad son torpes que intentan conquistar a una mujer y no tienen ni idea de hacerlo. Debemos darles clases. ¡Para eso está First Dates!
Pero ahora en serio: el chaval de hoy, lo veo en el programa, tiene una idea bastante clara sobre la igualdad entre hombres y mujeres. Lo veo cuando asoma una posible relación: son chavales muy respetuosos con las chicas. La educación es importantísima. Todo eso no quita para que siga habiendo delitos sexuales y gente que pierde la cabeza. En conjunto, debemos estar contentos. Ha habido una progresión evidente en las últimas décadas.
Todo el que lea tu libro encontrará como pasión principal el teatro y un montón de referencias literarias reales, no impostadas. Lorca, Miller, Valle-Inclán. Presentas concursos de televisión. Y no solo para ganar dinero. Te fascina. ¿Qué encuentras en los concurso? Es decir: no sientes que estás dedicado a eso porque no has podido triunfar como actor. De hecho, es al revés. Empezaste a hacer concursos de éxito muy al principio. Incluso rechazaste algunos papeles importantes para poder presentar concursos.
En los concursos, hay personas de carne y hueso. Cuando haces televisión, y me ha pasado desde el principio, aprendes a discernir rápidamente la autenticidad. En los concursos están esas personas de carne y hueso. Los concursantes son los únicos capaces de sorprenderme de verdad en un programa de televisión. Llega alguien que no conoces, te pones a hablar de todo, no solo le haces la pregunta, te cuenta su vida… Es lo más bonito que tiene el género del concurso.
¿Qué hay en el fondo de ti, Sobera?
La pasión que levanta mi ceja es mucho mayor que la energía de una hidroeléctrica. Disfruto mucho con lo que hago. Aunque también te digo… A estas alturas, levanto pocas cosas [se parte de risa].
¿Qué es el amor?
El amor es la capacidad de poner al otro por encima de ti continuamente. Tenemos mucho que mejorar.
Sobre todo los que sois de Bilbao.
Los de Bilbao nunca podremos mejorar en eso porque nos sentimos en el top.